Marie Langer, que ha estudiado muy a fondo los problemas relacionados con la sexualidad femenina y con la maternidad, cita un caso de infertilidad masculina causada por problemas psicológicos (Langer, 1983, pág. 173). La pareja había solicitado una fecundación asistida. Los médicos que les atendían, gracias a su experiencia, se habían dado cuenta de que aquel procedimiento podía tener una influencia desfavorable en la relación de pareja y, como también habían comprobado que muchas de las mujeres, a pesar de ser fértiles y no tener ningún problema físico, no conseguían gestar, propusieron que ella hiciese una psicoterapia. Hubo unos cuantos intentos infructuosos de fecundación asistida y la pareja acabó renunciando a la idea de procrear. Pero la mujer había mejorado desde el punto de vista psicológico, siguió afianzando el progreso, y su bienestar repercutió muy favorablemente en la relación que sostenía con su pareja. Al cabo de un tiempo, quedó embarazada del marido sin ningún tipo de intervención externa.
En nuestro trabajo clínico, los psicoterapeutas también podemos citar casos de mujeres físicamente sanas que, después de distintos intentos de fecundación asistida, han sido declaradas definitivamente infértiles y que, por motivos diversos relacionados con su personalidad o para asumir la infertilidad, han empezado un tratamiento psicoterapéutico y, al cabo de un tiempo y cuando ya nadie se lo espera, quedan embarazadas, también de manera natural, y consiguen tener un hijo en buenas condiciones.
Algunos abortos espontáneos que los médicos no llegan a explicarse también pueden tener que ver con causas estrictamente psicológicas. Los psicoterapeutas, cuando trabajamos con pacientes embarazadas, constatamos, una y otra vez, los miedos inconscientes, a veces muy intensos, que se manifiestan en la mujer durante la gestación: miedo a la responsabilidad de dejar de ser hija para pasar a ser madre, o sea, miedo a ser adulta sin posibilidad de retorno; miedo a quedar deformada, miedo a ser devorada desde adentro por el feto, miedo a quedar destrozada durante el parto, miedo a no poder ser una buena madre, terror ante la idea de que el hijo no sea normal, etc. Estas angustias y muchas otras pueden alcanzar un nivel muy exagerado, tanto cuando se trata de un primer hijo como ante segundos o terceros embarazos y si, llegado el caso, la mujer no es atendida en profundidad en el aspecto psicológico, su cuerpo puede acabar arbitrando una «solución» que se traduce en la expulsión de la causa de unos sufrimientos que su mente no puede digerir.
Durante el proceso del parto, según como hayan sido elaboradas las diferentes ansiedades del embarazo, la mujer podrá enfrentarse satisfactoriamente, o no, a las que aparecen en ese momento tan crucial. Una de las principales es la ansiedad de separación. La futura madre ha de poder tolerar mentalmente la separación del niño con el que ha estado tan unida durante nueve meses. Para poder hacerlo en buenas condiciones, ella debe de estar lo suficientemente separada a nivel mental de su madre, lo cual quiere decir que debe ser una persona predominantemente madura e independiente. De no ser así, inconscientemente puede hacer más esfuerzos para retener a la criatura dentro de sí que para facilitarle la llegada al mundo. El parto hace que la mujer vuelva a sentirse conectada con las angustias de separación que haya experimentado a lo largo de su vida y que no haya podido superar adecuadamente.
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