En cuanto a las parejas no aceptadas, es muy frecuente que lo vivan todavía mucho peor, porque suelen entender que se les está diciendo que serían unos malos padres, que no son buenas personas o, peor todavía, que se les está declarando directamente malas personas. Algunos llegan a pensar que, por alguna razón, se les tiene manía y no se les quiere dar un niño. Se enfadan muchísimo con la Administración pero, sobre todo, con los profesionales que les atienden.
Durante el tiempo en que las parejas estériles o infértiles están en manos de médicos, están convencidas de que todo el mundo está haciendo todo lo posible para que tengan un hijo. Si no da resultado, no acostumbran a enfadarse directamente con nadie: quien falla es la naturaleza o la ciencia. En cambio, en el caso de la adopción, la cosa es muy distinta. Si el resultado es negativo, piensan que hay alguien que no les quiere ayudar. Ello produce que todo el dolor y toda la rabia acumulada a lo largo del complicado proceso médico estalle violentamente y vaya a parar a los profesionales que representaban su última oportunidad. A partir de este momento, los hay que no pueden renunciar de ninguna manera al deseo insatisfecho y deciden iniciar otros caminos: unos se adentran por la ruta de las denuncias y reclamaciones; otros entran de lleno en el terreno de la ilegalidad. Estos últimos, al sentirse llenos de dolor y frustración, están convencidos de haber recibido un trato injusto, consideran muy justificada esta decisión delictiva, peligrosa para si mismos y, naturalmente, para el posible hijo que consigan obtener por estos medios.
Mi trabajo en psicología clínica ha hecho que me encontrase con familias adoptivas que no conseguían una vida de familia satisfactoria y me ha permitido ver cada vez más claro que la sensibilización y la información a la población en general sobre la conflictividad normal inherente a los casos de adopción y sobre la posibilidad de tropezar con conflictivas difícilmente resolubles era muy deficiente. Ha sido muy evidente para mí que a través de los medios de comunicación sólo suele hablarse del goce de adoptar y de ayudar a crecer a un niño desamparado. Ahora bien, si sólo aparecen comentarios de este tipo, y ello suele ser todavía lo más frecuente, estos mensajes sirven de muy poca cosa a los posibles futuros padres adoptivos, ya que se les fomenta o incrementa el convencimiento de que todo será bonito y satisfactorio. Cuando, durante la exploración a la que se ven obligados a someterse, se encuentran con unos profesionales que tratan de hablarles de la necesidad de prepararse adecuadamente, no pueden entenderlo porque nunca nadie les ha dicho nada sobre posibles problemas. Cuando se les explica que puede ser difícil ayudar a unos niños que han sufrido graves carencias afectivas y físicas desde el inicio de su vida y que, a veces, también han recibido malos tratos, o bien no se lo creen o ni tan solo lo escuchan, o simplemente piensan que ellos, con su gran carga amorosa, serán capaces de salir airosos de cualquier problema que se les presente.
He ido dándome cuenta de la conveniencia de que los posibles futuros padres adoptivos y la población en general pudiese disponer de una información completa, neutra y objetiva. Sin ello, es muy difícil que durante el proceso exploratorio que, en definitiva, tiene la misión de ver si son idóneos o no, puedan hacerse cargo de la complejidad de la cuestión. Cuando alguien se siente obligado a someterse a unas entrevistas que, además de verlas como un obstáculo incómodo, las considera inútiles, es imposible que pueda apreciar neutralidad en el entrevistador: suelen sentirle como alguien que tiene poder y niños para dar, que no quiere darlos y que hará todo lo posible para descartarle de las listas y para amargarle la vida.
Esta gran complejidad de cuestiones ha hecho que me plantee la idea de escribir este libro con dos finalidades: primeramente, dar una información básica de diferentes aspectos de psicología general sobre las necesidades de un recién nacido para poder desarrollarse como persona, sobre los efectos que la desatención de dichas necesidades pueden acarrearle, sobre la influencia del psiquismo en la infertilidad y, finalmente, sobre los requisitos que las personas que desean adoptar y sus respectivas familias deberían tener para poder hacerse cargo de un niño que haya sufrido graves carencias emocionales y, generalmente, también físicas.
En segundo lugar, y sobre todo, lo que desearía poder ofrecer es información sobre algunas de las cosas que casi nunca se comentan públicamente. En mi opinión, son fundamentales para que una pareja pueda enfrentarse con una adopción con conocimiento de causa y entienda que acudir a profesionales especializados no pone para nada en duda sus capacidades para ejercer de padres. Deben poder asumir que ser padres adoptivos tiene aspectos muy diferentes a ser padres biológicos y que, precisamente por ello, puede ser necesario disponer de algún tipo de ayuda para ir entendiendo las diferencias y poder construir en buenas condiciones las bases de la futura familia.
De la misma manera que toda familia responsable visita periódicamente al pediatra para cuidar el desarrollo global de los hijos, en el caso de las adopciones, caso en que las criaturas han sufrido un fuerte trastorno emocional, debería preverse la posibilidad de consultar, también, de vez en cuando, un especialista que pueda ocuparse del desarrollo psíquico. A partir de mi experiencia clínica a lo largo de muchos años, considero esta asistencia no tan sólo necesaria, sino, en muchos casos, imprescindible. Intentaré explicarlo a lo largo de las páginas siguientes.
Primera parte
Consideraciones psicológicas sobre fecundación, embarazo y parto
El cuerpo, la mente, el mundo interno inconsciente, la somatización
Tomar la decisión de fundar una familia, de tener hijos, puede ser sencillo o complicado. Hay parejas que pasan años pensando en ello y no acaban de decidirse. Pueden aducir explicaciones lógicas, pueden racionalizarlo con argumentos que a todo el mundo podrían parecer adecuados (el trabajo, las condiciones económicas…). Las hay en que uno de los dos desea tener hijos y el otro, no, y las hay que ya tienen claro que desean hijos desde mucho antes de vivir juntos. La verdad es que decidir que sí o que no, o bien dejar que pase el tiempo sin decidirse por nada, puede depender de muchos factores desconocidos por los mismos afectados. Sobre todo, de factores internos, inconscientes.
Los humanos tenemos un mundo interno que desconocemos en gran medida, un espacio mental en el que hay deseos, anhelos, inquietudes y miedos que ignoramos. Es la parte oscura de nuestra mente, que puede no tener nada que ver con nuestra voluntad y nuestros pensamientos. Es más, puede estar en las antípodas de nuestros pensamientos y deseos conscientes. Esta parte oscura tiene tanta fuerza que puede llevarnos por caminos que no deseamos y puede impedirnos seguir algunos caminos que hayamos elegido voluntariamente. Y ello ocurre sin que nos demos cuenta de que somos nosotros mismos quienes nos vamos poniendo palos en las ruedas.
Hay que tener en cuenta, también, que el cuerpo y la mente van juntos y están tan estrechamente vinculados que, si uno de ellos no funciona bien, es muy difícil que el otro pueda funcionar adecuadamente. La parte oculta de nuestra mente puede dominarnos hasta el punto de actuar sobre el cuerpo para salirse con la suya. Hay personas que siempre están enfermas de una afección u otra y van recorriendo las consulta médicas, también una tras otra. En estos casos, habría que llevar a cabo una investigación psicológica porque lo más probable es que, en el fondo de tantas enfermedades distintas, exista una problemática emocional que sólo pueda resolverse por la vía psíquica.
Hace ya muchos años que la Organización Mundial de la Salud habló de ello al declarar que un número muy elevado de las personas que frecuentan asiduamente los servicios médicos deberían poder recibir una atención psicológica: así se ahorraría sufrimiento a la población y gastos a Sanidad. Aunque parezca inverosímil, llegan a hacerse un montón de pruebas e intervenciones médicas carísimas y complicadas en casos de sintomatología física médicamente inexplicable y también en casos de enfermedad física real en los que las intervenciones habrían podido evitarse dispensando al paciente una atención psicológica desde el inicio del problema: cefaleas, problemas en la piel, asma, anomalías gastrointestinales, alergias y otras muchas afecciones.