Y yo, que fui bien educado, digo en mi interior: “¡Pedazos de mierda! ¿No ven que estoy llegando? Podrían haberme esperado unos segundos…”.
Me vuelvo a tranquilizar y me recuerdo: “Vamos, que recién comienza el día…”
Trabajo en una consultora de negocios. Lo que nos distingue del resto es la capacidad de generarles oportunidades de negocios tanto en el ámbito nacional como internacional a toda nuestra cartera de clientes. Un día normal está lleno de reuniones con clientes, con el personal, llamadas telefónicas, mails y videoconferencias. Pero se respeta una premisa: la hora de almuerzo es sagrada para todos. Es donde se toman las decisiones fundamentales para el resto de la jornada.
Todos en la oficina pensamos lo siguiente: “Comer liviano o no, una ensalada o algo más contundente, total después vamos al gimnasio y quemamos todas las calorías”.
Es mediodía, es hora de buscar mi abrigo y salir de la oficina. Presiono el botón del ascensor con la flecha descendente y veo que está a dos pisos del de la oficina. Recibo un llamado a mi teléfono celular. Es Claudia, una compañera que me pide que le compre un chocolate cuando vuelva. El viejo conocido pecado después de la comida.
El ascensor se detiene y comienzan a abrirse las puertas y pienso para mi interior: “Sí… a esta hora siempre hay mucha gente… y no pienso esperar otro…”
Entré sin saber que en ese día y en ese ascensor mi vida cambiaría.
Me dirigí al fondo del ascensor como es mi costumbre. Adentro había una mujer con su saco rojo, que es el uniforme de la oficina del bróker de seguros de tres pisos más arriba que la consultora. Un muchacho del delivery, que siempre lo veo a esta hora aproximadamente trayendo alguna comida una de las oficinas de edificio y tres de ejecutivos de alguna otra empresa. Yo estaba mirando mi celular por algún mensaje que por algún motivo no hubiera visto, cuando escuché a unos de estos ejecutivos decir:
—¿Cómo se llama “tú, pequeño”? Bueno, no importa... Recuerda lo que te digo: te va a causar líos.
Después de tantos años reconocí su voz y casi las mismas frases que me había dicho aquella criatura la noche de aquel accidente fatal, pero esta vez con acento francés.
Cerré la aplicación que estaba revisando y miré la superficie refractaria del ascensor para ver a estas personas. Mientras, apretaba el ícono de cámara para intentar sacarles una foto sin que ellos se dieran cuenta.
La señal sonora nos avisaba que llegamos a la planta baja, la cual cubrió en ese momento mi accionar. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, comenzamos a descender: la mujer del bróker de seguros primero, después los ejecutivos y al final el muchacho del delivery.
Me quedé para que no sospechara que lo había reconocido después de tanto tiempo, pero estaba vez no me paralicé de miedo. A continuación, marqué el piso de la oficina para hacer tiempo, mientras me preguntaba qué iba hacer, mientras miraba la foto de esta “persona”. Lo había reconocido por su frase, por su voz, por su rostro, el cual no había cambiado en nada en absoluto desde aquella noche en la ventanilla del auto de mi padre.
Esa noche había cambiado mi vida para siempre, y si ese ejecutivo era la criatura que había visto de niño, yo tendría que ser más inteligente que él. Volví a marcar el botón para ir a la planta baja y vi los números en el tablero descender como la cuenta regresiva de una película. Mientras pensaba qué haría al bajar, sonó la señal sonora que avisaba que había llegado, esta vez solo.
Salí del ascensor como si nada hubiese cambiado y me dirigí a la recepción del edificio. Allí estaba Eduardo, que forma parte del personal de la empresa de seguridad que tiene el edificio. Le consulté si podía ver el libro donde la seguridad registra la entrada y salida de todas las personas que no pertenecen al edificio.
Eduardo me respondió:
—No puedo permitirte eso, es solo para el personal de seguridad de la empresa.
—Ok. Lo entiendo.
Se me ocurrió consultarle de otra forma, para que él no tuviera problemas con su empresa.
—Con el muchacho del delivery, salieron tres ejecutivos... ¿Te podrías fijar cuáles son sus nombres y a que empresa pertenecen?
Eduardo se sonríe, sabiendo que no me lo podría decir. En un papel escribió los nombres de estos ejecutivos y la empresa a la que representan, y lo dejó encima del mostrador. Como cualquier mago, pasé la mano por encima del papel y lo hice desaparecer. Tal como lo recibí, lo guardé y después de esto solo atiné a decirle:
—Eduardo, te debo un gran favor.
Salí del edificio para ir a almorzar, pero mi apetito se había ido y solo caminé e intenté pensar con claridad. Encontré un café de los llamados “tradicionales”, de los pocos que aún quedan, y busqué con la mirada una mesa lejos de la puerta. Por suerte había una vacía en un rincón; me senté de espaldas a la pared, mientras miraba fijamente la puerta de entrada.
Enseguida el mozo se acercó a la mesa, con la carta en la mano, y me interrogó:
—¿Caballero, va a almorzar?
—No…, pero sí voy a querer un café doble.
Y antes de que el mozo se fuera le pregunté:
—¿Cuál es el nombre de la red wifi del café y su contraseña, por favor?
De inmediato me entregó la carta, mientras me señalaba dónde estaba escrito el nombre y la contraseña.
Saqué mi teléfono celular, me conecté al wifi y busqué la empresa que esos ejecutivos representaban. El nombre de la empresa era Le Groupe. Revisando su sitio web, aparecen los ejecutivos a cargo de la oficina regional que se encuentra aquí en microcentro y en unos de los edificios más exclusivos en Puerto Madero. Y los nombres que resaltan en su sitio web son: Jerome Merchant y Pierre Fournier. Para mi sorpresa, al ver la foto reconocí que eran los mismos que encontré en el ascensor del edificio. Es empresa multinacional posee oficinas por el todo mundo y con intereses muy diversificados dependiendo la región donde se encuentre.
El tiempo del almuerzo acabó, había terminado mi café y ya era hora de volver a la oficina. Empecé el camino de retorno, pero en mi cabeza no podía olvidar lo sucedido. Antes de llegar al trabajo me paré en un kiosco cercano para comprar ese bendito chocolate por el cual me había llamado Claudia.
Ingresé al edificio, pasé la credencial y me encaminé hacia el ascensor, donde me quedé esperando que llegara a la planta baja, cuando siento una palmada en la espalda. Era Eduardo, y me dijo:
—Si no apretás el botón, no va a bajar el ascensor o no se va abrir la puerta sola, che…
Asiento con una leve sonrisa, dando por sentado que lo que me decía estaba en lo correcto. Se aleja unos cuantos pasos, se detiene, gira la cabeza, e intrigado me dice:
—¿Todo bien?
Mi respuesta sincera y sin pensar fue:
—Aún no lo sé.
Subí al ascensor, marqué el piso de la oficina. Pasé por el escritorio de Claudia para dejarle el chocolate que me había pedido y luego de eso me dirigí a mi escritorio donde pasé el resto de la tarde solo respondiendo mails; no quise atender ningún llamado.
Las cinco de la tarde marca el fin del día laboral. Luego voy al gimnasio para despejarme. Pasé por la SUV, agarré el bolso y me fui al gimnasio que está a la vuelta del trabajo. Comencé con la bicicleta fija, después algo de cinta caminadora, y para terminar de despejarme la cabeza comencé a darle piñas a la bolsa, a ver si lograba sacar tensiones y el estrés de aquel cruce inesperado.
Al ver la hora, había perdido la noción del tiempo. Me di una ducha rápida, me cambié y salí corriendo del gimnasio rumbo al estacionamiento, para volver lo más rápido