Los orígenes de la homosexualidad, entonces, han sido buscados en otra parte. Y han sido buscados (como han demostrado las más recientes investigaciones sobre el asunto) en un pasado más remoto que el homérico: más exactamente, en el pasado tribal de la sociedad griega, en la cual la organización de la comunidad (todavía no política) estaba basada, en primer lugar, en la división por clases de edad.
En las sociedades así organizadas (y esto es válido tanto para las antiguas como para las tribales actuales, cada vez menos numerosas pero aún existentes) el paso de un individuo de una clase de edad a la otra está acompañado de una serie de ritos (los célebres ritos de paso), cuya estructura, más allá de las variantes locales, es la siguiente: para ser acogido en la clase de edad superior, el iniciando (los ritos de paso son iniciaciones, exactamente igual que los ritos «mistéricos») debe pasar un periodo de tiempo alejado de la comunidad, viviendo fuera de las reglas de la vida civil, a menudo en estado de naturaleza. Debe atravesar, en suma, un periodo llamado por los etnólogos «periodo de margen» o «segregación», acompañado de un simbolismo de muerte, más o menos realísticamente representada, que a veces precede a la segregación, a veces la sigue y otras es simbolizada por ella. Y al término de este periodo, finalmente, renace a la nueva vida como miembro de la clase de edad superior[7].
Pero, dicho esto, volvamos a Grecia: la existencia de ritos de paso en la Grecia preciudadana, tras ser puesta en evidencia por estudiosos como H. Jeanmaire, L. Gernet y A. Brelich, ha sido recientemente confirmada, más allá de las significativas diferencias de preparación y método, por las investigaciones de P. Vidal-Naquet, J. Bremmer, H. Patzer, B. Lincoln y B. Sergent: y el amor homosexual entre un hombre y un muchacho también en Grecia (lo mismo que en otras poblaciones en estadio tribal) hunde sus raíces en estos ritos[8].
En las distintas zonas de la Grecia preciudadana los muchachos aprendían las virtudes que deberían hacer de ellos adultos durante el periodo de segregación, viviendo en compañía de un hombre, al mismo tiempo educador y amante. He aquí los remotos orígenes de la pederastia griega. Pero, ¿sobre qué pruebas puede basarse una afirmación semejante? O por lo menos, ¿sobre qué indicios?
En primer lugar, sobre numerosos mitos que, de modo más o menos explícito, ocultan amores homosexuales: el de Zeus y Ganímedes, Poseidón y Pélope, Apolo y Admeto, Heracles y Jasón, Apolo y Ciparisso. Mitos diversos que, como ha sido puesto de manifiesto recientemente por B. Sergent, tienen en común la estructura de mitos iniciáticos[9]. La relación homosexual, en su interior, se introduce en un relato que representa la transformación de un joven en adulto a través de la ejecución de una hazaña heroica o –a menudo– gracias a muerte, explícita o implícitamente seguida de la resurrección de un nuevo individuo, destinado a sustituir al adolescente, desaparecido como tal, en la clase de los adultos. Y en este contexto, el amor homosexual desempeña siempre la función esencial de instrumento pedagógico, capaz de transformar al muchacho en un hombre. Pero esto no es todo; relata Estrabón, recogiendo a Éforo[10], que en Creta los hombres adultos, llamados «amantes» (erastai) acostumbraban a raptar adolescentes a los que amaban (eromenoi) para llevarlos con ellos fuera de la ciudad, por un periodo de dos meses (el periodo de segregación), durante los cuales mantenían unas relaciones minuciosamente reguladas por la ley, que establecía los deberes recíprocos; y al término de este periodo, antes de volver a la ciudad, los amantes regalaban al amado un equipo militar (signo del ingreso de estos en la comunidad de los adultos).
En Esparta, por otra parte, según el relato de Plutarco, los niños de doce años eran confiados a amantes escogidos entre los mejores hombres de edad adulta, y de estos aprendían a ser verdaderos espartanos[11].
Y para terminar, los célebres grafiti de Thera (la actual Santorino), una serie de inscripciones descubiertas a fines del siglo XIX sobre una pared de roca a no más de 70 metros del lugar en el que se levantaba el templo de Apolo Carneo y que fueron fechadas por Hiller von Gaertringen, que las descubrió, en la época geométrica, y más tarde por R. Carpenter en el siglo VI[12]. ¿Por qué nos interesan estas inscripciones? Porque han conservado a través de los siglos, más allá de toda duda, el recuerdo de amores pederastas. En una de ellas, por limitarnos a un ejemplo, leemos claramente: «Aquí Crimón ha sodomizado a su pais, el hermano de Baticles»[13]. A primera vista, podría tratarse de simples «inscripciones obscenas», como las ha definido H. I. Marrou[14]. Pero una serie de elementos induce a pensar que se trata de algo bien distinto: en primer lugar, el lugar donde han sido grabadas, es decir, una zona sagrada; en segundo lugar, la frecuente referencia que hacen a divinidades curótrofas (las divinidades dedicadas al cuidado de los muchachos). ¿Cómo no ser inducidos a pensar, ya sobre la base de estas consideraciones, que lejos de tratarse de «inscripciones obscenas» se tratase más bien de inscripciones rituales, celebrando el cumplimiento de ceremonias iniciáticas? Y a estas consideraciones se añaden otras, todo lo contrario que menospreciables: la precisión de las referencias personales y el tono de las inscripciones. ¿Por qué Crimón tiene que hacer saber que ha sodomizado al hermano de un tal Baticles, desconocido para nosotros, pero presumiblemente un personaje de relieve de la comunidad? Si se hubiese tratado de un encuentro ocasional, habría sido probablemente más discreto. Y, sobre todo, no habría llamado a un amigo ocasional «su pais». Evidentemente, las inscripciones conservan el recuerdo de un momento importante, por no decir institucional, de la vida del muchacho: el momento de su iniciación, la fase concluyente de un periodo de su vida que, para ser considerada definitiva y públicamente superada, preveía que hubiese mantenido con un adulto una relación pedagógico-amorosa prolongada durante un cierto periodo de tiempo y que comportaba también una relación sexual. Circunstancia esta última, realmente, bastante sorprendente a nuestros ojos, y de la cual espontáneamente nos preguntamos la razón: ¿por qué en Grecia, igual que en otros pueblos lejanísimos de los griegos en el tiempo y en el espacio, la sodomización era considerada parte del proceso de formación del hombre adulto?
Según E. Bethe (que sostiene su hipótesis confrontando las costumbres griegas con las de diversas poblaciones «primitivas») la relación sexual habría sido considerada necesaria en cuanto capaz de transmitir al muchacho las virtudes viriles a través del esperma del amante: y, en efecto, no era raro que los griegos usasen, para indicar esta clase de relaciones, el verbo eispnein (inspirare)[15] y, como sinónimo de amante, los sustantivos