Las dificultades para el abordaje científico de la personalidad tienen que ver "dice" con que el objeto y el sujeto de la investigación sean el mismo y con que lo que hay que investigar es algo tan inasible como las dinámicas internas que están detrás de los distintos estilos de vida. Y los instrumentos básicos, con los que cuenta para hacerlo, son la introspección y la palabra.
Todos hemos podido experimentar qué cortas se quedan las palabras cuando tratamos de expresar determinados estados interiores y cómo no siempre nos sentimos entendidos o bien interpretados por quien nos escucha, y seguramente también tengamos la experiencia de habernos engañado a nosotros mismos, ocultándonos nuestros sentimientos, nuestras motivaciones o justificando nuestras acciones.
La propuesta de Allport no es renunciar al estudio científico de la personalidad, asumiendo que nada es generalizable y dejando en manos de la literatura el ofrecernos ejemplos individuales. Lo que propone es aprender de la literatura a ocuparnos más del individuo, buscando descubrir el estilo de vida y la coherencia interna y prestando atención a su historia personal, en lugar de limitarnos a analizar cómo es el sujeto en un momento concreto de su vida.
Pero el psicólogo de la personalidad, al tratar de llevar a cabo un estudio científico, no puede hacer literatura, no puede saltarse hechos que no encajen para que los personajes que describe resulten más consistentes, ni tampoco limitarse al estudio historiográfico de una persona en particular. Necesita una disciplina que le permita describir los distintos tipos en función de las mismas pautas y establecer generalizaciones válidas.
Es curioso que, muchos años después, Theodore Millon se mueva en esta misma línea. Según su análisis, en psicología, hoy en día el estudio de la personalidad se enfoca de dos formas antitéticas: desde una perspectiva nomotética, o desde una perspectiva ideográfica. Desde la perspectiva nomotética, considerando la personalidad como un ente abstracto, se busca lo que hay de común, las regularidades y covarianzas entre los atributos de la personalidad que puedan aplicarse a muchas personas diferentes para llegar a establecer proposiciones universales sobre el comportamiento. Desde la perspectiva ideográfica, se resalta la individualidad, la complejidad y la singularidad de cada persona, lo que la hace distinta de las demás, su historia. La perspectiva nomológica se pregunta "qué" es la personalidad, la ideográfica, "cómo" y "por qué" alguien ha llegado a ser como es. Frente a estas concepciones encontradas, Millon propone una perspectiva integradora, en la que, reconociendo la singularidad de la persona, tratemos de establecer determinados constructos que sean un punto de partida válido para comprender al individuo, sin perder de vista su singularidad. Introduce la idea de sistema como unidad de análisis más consistente que un rasgo o una categoría, como un constructo integrador que contenga elementos estructurales y funcionales. Los atributos estructurales del sistema de la personalidad (que define como «patrones fuertemente incrustados y difíciles de transformar de recuerdos, actitudes, miedos, conflictos, formas de organizar el mundo...») se emparejan con funciones que facilitan las interacciones y son las formas expresivas de la estructura (en las que sitúa comportamientos, conductas sociales y mecanismos que manejan la vida externa e interna).
La sola estructura no nos dice "quién hay detrás", por muy científico que sea el estudio realizado, ni siquiera nos deja entrever las relaciones dinámicas entre los atributos de la personalidad (véase, por ejemplo, el test 16 PF, donde nos resulta difícil establecer qué tipo de conexiones existen entre los factores covariantes); la historia personal, la manera de funcionar, sin referencia a una estructura, nos aleja del campo de la psicología y nos introduce en el de la literatura, donde no tiene sentido establecer generalizaciones. Sin embargo, estructura y función están estrechamente vinculadas.
Y así, estrechamente vinculadas aparecen en el mapa del eneagrama, en el que además de lo ya expuesto encontramos otras ventajas, como son la coherencia interna de los tipos que describe, el reconocimiento, a través de la exploración de las pasiones, de la raíz que anuda cada sistema personal y, a nivel intersubjetivo, la comprensión del otro que proporciona el hecho de entender que el mundo puede ser leído desde ópticas tan diferentes.
El carácter se origina como una estrategia que trata de facilitarnos la vida y que termina convirtiéndose en la rigidez que nos la dificulta, quizás porque lo que pudo ser válido en el momento concreto de su cristalización no sigue siéndolo durante toda la vida, frente a circunstancias nuevas.
En el lenguaje común, "carácter" no tiene una connotación negativa, en muchos casos, por el contrario, es algo valorado: ser una persona de carácter es ser alguien de criterios y actitudes bien sentados; también se utiliza el término para justificar las peculiaridades de alguna persona: «es su carácter», y ese carácter se considera positivo o negativo en función de que le facilite o dificulte la vida y las relaciones. Carácter e identidad yoica están tan íntimamente asociados que ante una enfermedad (especialmente si se trata de una enfermedad neurológica) o una situación vital que produzca un cambio esencial en el carácter, todos tendemos a decir «esta persona no parece la misma».
El carácter es fundamentalmente adaptativo, es la manera que tiene nuestro yo de adaptarse al medio, y no nos cabe duda de que si el individuo hubiera encontrado una manera «mejor», lo hubiera hecho mejor. No parece que sin él pudiéramos vivir, es el envoltorio necesario de la esencia y, al mismo tiempo, la herramienta que nos facilita llegar a descubrirla, pues son las dificultades que nos plantea el carácter y nos llevan a cuestionarlo, lo que nos permite mirar un poco más allá. Sin embargo, en algunos espacios de trabajo con el eneagrama, el carácter ha pasado a ser como un estigma, algo de lo que hay que liberarse.
Sólo cuando nos identificamos con la máscara, hasta el punto de no poder despegarnos de ella, cuando las situaciones demasiado difíciles nos han hecho endurecer el carácter y cuando lo defendemos como nuestra verdadera e incuestionable forma de ser, éste se convierte en un verdadero obstáculo para el crecimiento personal.
A partir de la óptica desde la que vamos a enfocarlo, carácter no es neurosis, aunque la neurosis pueda apoyarse en fallas caracteriales, en la disfunción de la capacidad de enfrentarse a las dificultades de la vida, utilizando las vías del carácter para la elaboración de los síntomas; o el propio carácter pueda neurotizarse cuando se torna inadecuado o conflictivo en la adaptación a una realidad diferente.
En este sentido, la diferencia entre neurosis y carácter estriba básicamente en que el carácter es un estilo de vida (por precaria que sea su base), en el que el yo ha podido construir un mecanismo, más o menos adecuado, en función de su propio desarrollo adaptativo. En las neurosis no ocurre así, el yo, aunque se haya constituido, no ha ganado la batalla entre los impulsos instintivos y la presión de la realidad y, a nivel interno, el conflicto sigue existiendo, lo que no permite la integración de la personalidad porque las distintas facciones que la componen están en guerra. La batalla se manifiesta a través de los síntomas. Por supuesto que también podríamos considerar el carácter como un síntoma, pero preferimos deslindarlo de la clínica.
Con todas las lagunas que suponen los síntomas que hacen tan incómoda la vida, en la neurosis el proceso de adaptación a la realidad se produce, aunque se trate de una realidad deformada; en la psicosis no hay tal adaptación a la realidad, no hay renuncia al principio del placer y nos encontramos con la paradoja de que esta no aceptación del dolor tiene como consecuencia quizás el más terrible dolor que puede experimentar un ser humano. El psicótico se aleja de la realidad, se queda sin apenas capacidad de manipulación del mundo externo y crea un mundo propio que es, a la vez, un refugio y un tormento. En la psicosis, cuando la identidad yoica está muy dañada es muy difícil y de dudosa utilidad hacer un diagnóstico del carácter.
Gurdjieff plantea la paradoja de que para poder trabajar y alcanzar el conocimiento de nuestra esencia, es necesario haber desarrollado una personalidad, y que cuanto más fuerte sea ésta, más recursos tendremos para encontrar aquélla, como si la personalidad