La invención de Nueva España. Francisco Quijano Velasco. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Francisco Quijano Velasco
Издательство: Bookwire
Серия: México 500
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9786073048057
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      Representación de los altepeme que conformaron la Triple Alianza, Códice Osuna, lámina 70, Biblioteca Nacional de España.

      El inicio de la colonización

      Cuando el ejército de Hernán Cortés irrumpió en Mesoamérica, los españoles tenían casi 30 años de haber llegado a las Antillas. En estas tres décadas se sentaron muchas de las bases jurídicas e institucio­nales con las que se realizaría la expansión colonial al resto de las Indias, como llamaron los españoles al continente americano. Quisiera destacar algunos aspectos de aquella primera colonización que fueron determinantes en la invención de Nueva España.

      La llegada accidental de Colón en 1492 a las islas antillanas inauguró una serie de expediciones y conquistas con las que se exploró la región caribeña, que al poco tiempo fue reclamada como parte de la Corona de Castilla. Un acontecimiento destaca en esta temprana fase de la colonización: la redacción de las bulas alejandrinas en 1493. Con base en una vieja teoría medieval, que otorgaba al papa cierto poder sobre el mundo secular, el pontífice Alejandro VI dio a los Reyes Católicos el dominio sobre las tierras y poblaciones que habían sido “descubiertas” en el occidente del Atlántico y también de las que estaban “por descubrir”.

      Estos documentos, a los ojos de los españoles, servían para justificar su dominio sobre las Indias frente a los críticos de la colonización, así como frente a las pretensiones imperiales de otros reinos europeos. También fueron importantes para resolver la forma en que estos territorios se incorporarían a la monarquía compuesta. Las bulas establecieron que las islas y tierras que estaban siendo descubiertas quedaban anexadas a la Corona de Castilla y, como tales, se heredarían a los sucesores de la reina Isabel. De esta forma, a fines del siglo xv, antes de que existieran grandes asentamientos o entidades políticas de origen europeo en América, antes incluso de tener conciencia de que aquellas tierras formaban parte de otro continente, las bases jurídicas del dominio español sobre las Indias estaban definidas.

      Uno de los elementos más importantes que establecieron las bulas fue la obligación de los reyes españoles de convertir a los nativos al cristianismo. Por ello, desde el segundo viaje de Colón llegaron a las Antillas varios misioneros autorizados por el rey y el papa para iniciar la evangelización. La Iglesia comenzó a operar desde entonces como un actor protagónico del gobierno de estas tierras. Además, la actividad de sus miembros fue central para la expansión del dominio colonial, así como para la construcción de nuevas entidades políticas. La colaboración entre la Iglesia católica y la monarquía española se mantuvo durante todo el periodo colonial. Esta relación estuvo regulada por una institución llamada Regio Patronato Indiano, un contrato elaborado en las primeras décadas del siglo xvi, con el que el papa otorgó una serie de facultades a los reyes españoles para organizar a la Iglesia en las Indias. Entre los principales beneficios para la Corona estaban la autorización para fundar iglesias y conventos, el establecimiento y modificación de las diócesis y la atribución de presentar candidatos para desempeñarse como obispos. Esto, sin duda, le permitió a los reyes intervenir en el gobierno de la Iglesia americana como no lo podía hacer en Europa. La Iglesia, por su parte, se reservó la facultad para resolver problemas de cuestiones teológicas y morales, así como de administrar sus bienes, legislar y juzgar a sus miembros.

      En los mismos barcos, junto a los evangelizadores, llegaron los colonos que llevaron a cabo la extracción de los recursos de las islas antillanas y la brutal explotación de sus habitantes. Estos personajes fueron también actores clave en el establecimiento y consolidación del poder español. Fueron ellos, en realidad, los que costearon y realizaron las empresas de exploración y conquista con las que el imperio español se fue expandiendo sobre América.

      Las expediciones españolas estaban reguladas por un instrumento jurídico conocido como instrucciones o capitulaciones, una suerte de contrato entre autoridades reales y personas particulares para llevar a cabo empresas de exploración, conquista o poblamiento. El rey y sus representantes las autorizaban y daban recompensas; los particulares estaban encargados de costearlas y llevarlas a cabo. Se trataba, diríamos hoy, de “acuerdos público-privados” en el que ambas partes se veían beneficiadas. La Corona, incapaz por sí misma de materializar el dominio que reclamaba sobre las Indias —no tenía, por ejemplo, grandes ejércitos—, podía extender su poder sobre los territorios sin invertir recursos. Por su parte, para los particulares era una oportunidad de adquirir riqueza y estatus, pues una vez concluidas las campañas recibían mercedes, como tierras, tributos, cargos públicos o exenciones fiscales. Uno de los principales beneficios que obtuvieron los primeros conquistadores y colonos fueron las encomiendas. Esta forma de explotación de la fuerza de trabajo —muy cercana a la esclavitud— consistía en poner al servicio de una persona, el encomendero, a un grupo de indígenas que le pagaban tributo y realizaban para él trabajo forzado y sin remuneración; a cambio, aquél debía facilitar su evangelización.

      Las autoridades de la Corona fueron, finalmente, los otros actores europeos de la colonización en esta etapa inicial. El primer representante del rey en América fue Colón, quien recibió el nombramiento de almirante y gobernador. Después, otros capitanes, jueces, gobernadores y oficiales de hacienda fueron designados como autoridades reales en las Antillas. Desde dicha posición, estos personajes velaron por los intereses de la Corona y funcionaron como instancias reguladoras de los otros actores españoles que ocuparon la región.

      Para la segunda década del siglo xvi la colonización de las islas del Caribe estaba muy avanzada. El sometimiento y la feroz explotación de la población indígena propiciaron prácticamente su exterminio. Esto desató las críticas de algunos personajes, como Antón de Montesinos o Bartolomé de las Casas, quienes denunciaron desde entonces los abusos cometidos por los españoles. No obstante, esto no detuvo la violenta expansión colonial. Por lo contrario, nuevas expediciones trajeron noticas de tierras más ricas y extensas sobre las que pronto se extendería el imperio español. Iniciaba así la primera globalización.

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