La invención de Nueva España. Francisco Quijano Velasco. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Francisco Quijano Velasco
Издательство: Bookwire
Серия: México 500
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9786073048057
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las principales instituciones de los reinos estaban ya en función y existían ideas claras sobre lo que Nueva España era y debía ser.

      La segunda, no hubo respuestas unívocas o definitivas a las preguntas sobre qué era y qué debía ser Nueva España. Al contrario, la forma de organizar su territorio, su gobierno y su composición social fueron temas controversiales que opusieron a personas y grupos con intereses encontrados. Los debates y enfrentamientos fueron fundamentales en el proceso de invención que aquí revisaremos. Más aún, en muchos casos las controversias no fueron resueltas, lo que provocó que no existiera una sola forma de pensar y de vivir esa comunidad política. En este trabajo intentaré, en la medida de lo posible, dar cuenta de las distintas formas de concebir a Nueva España que se presentaron hasta mediados del siglo xvi.

      La tercera, la invención de Nueva España no puede entenderse como un fenómeno aislado, cuyas causas y consecuencias se limitan a lo que sucedió en la región del mundo que llevó ese nombre. Por un lado, porque Nueva España fue creada como parte de una entidad de mayor tamaño, el imperio español, el cual comenzó a adquirir con ella una dimensión planetaria. Pero también porque la creación de Nueva España ocupó un lugar central en una serie de fenómenos de más amplia escala y duración que transformaron el mundo desde el siglo xvi: el origen del capitalismo, del colonialismo y de la primera globalización. El surgimiento de la Modernidad es, pues, el marco más amplio en el que se ubica la invención de Nueva España.

      Antes de empezar esta historia quiero agradecer a quienes hicieron posible la elaboración del libro. Mucha de la información que presento la obtuve de investigaciones elaboradas por mis colegas; la lista de referencias al final del volumen es un reconocimiento a sus valiosos trabajos. A Gibran Bautista y Lugo le agradezco su invitación para escribir en esta colección y la propuesta del título del libro; a Enrique González González, sus generosos comentarios, los cuales me ayudaron a pensar mejor en torno a la creación de Nueva España. Finalmente, a Paula López Caballero mi mayor gratitud por la cuidadosa lectura del manuscrito y por el equipo que hacemos en casa con nuestras hijas. Gracias a ella pude escribir este libro en medio de una pandemia que nos ha llevado, una vez más, a reinventarnos.

      Una monarquía compuesta, un mosaico de altepeme

      Nueva España surgió como una parte más de la monarquía española. Probablemente, al hablar de esta última nos viene a la mente la imagen de un Estado absolutista en el que el poder estaba concentrado en manos de una persona, que contaba con una burocracia vertical y eficaz que permitía al rey hacer valer su voluntad en todos sus dominios, y que tenía un proyecto de expansión claramente definido. Sin embargo, la monarquía española de fines del siglo xv y principios del xvi lejos estaba de ser todo lo anterior. Para entender la invención de Nueva España es necesario deshacernos de esa imagen y comprender sus características históricas, específicamente, su carácter compuesto y plurijurisdiccional.

      Al igual que otras monarquías europeas, la española estaba compuesta de reinos y otras entidades políticas, como ducados o señoríos. Estas instancias se mantenían unidas por tener como rey a la misma persona. El matrimonio de los Reyes Católicos y la unión de las coronas de Castilla y Aragón fundaron la monarquía española, a la cual pronto se le agregaron otras entidades mediante alianzas matrimoniales, sucesiones y conquistas. Se creó así un verdadero conglomerado dinástico. Pero aquí hay un dato importante: cada reino que se anexó a la monarquía mantuvo su nombre e identidad, así como sus leyes, instituciones y formas de organización. Los habitantes de los reinos reconocían la autoridad superior del monarca y le pagaban impuestos, pero mantenían un alto grado de autonomía. Las élites de estas entidades contaban además con mecanismos de representación para hablar y actuar en nombre del común, como las cortes o las juntas. Los reinos eran concebidos, a la vez, como los territorios que es­taban bajo el poder del rey y como el conjunto de personas que los conformaban, particularmente aque­llas que participaban en su gobierno.

      La monarquía hispánica era además plurijurisdiccional. La jurisdicción, que literalmente significa decir el derecho, era la capacidad de hacer leyes e impartir justicia, así como de cobrar impuestos y administrar bienes comunes. En las sociedades del llamado antiguo régimen, este poder no pertenecía a una sola persona, ni siquiera a una sola corporación, como ocurre en el Estado actualmente. La jurisdicción estaba, en cambio, dispersa entre múltiples grupos que desempeñaban funciones especí­ficas dentro de la sociedad y que gozaban de autonomía. Entre éstos destacan, en primer lugar, la Corona, conformada por el rey y sus representantes, pero también la nobleza y sus señoríos, la Iglesia, con su propia organización interna, y las ciudades, con sus instituciones de gobierno. Además de estos grupos, otras corporaciones, como las universidades, los consulados o las cofradías, tenían el poder de legislar y administrar justicia entre sus miembros. Como consecuencia, en los reinos de la monarquía española convivían múltiples jurisdicciones y diversas estructuras de gobierno, los cuales muchas veces se sobreponían y entraban en disputa.

      Este entramado jurídico e institucional puede resultar caótico a nuestros ojos, pero tenía sus propios mecanismos para la resolución de conflictos. La jurisdicción de cada grupo estaba limitada por criterios geográficos o demográficos; por ejemplo, un señorío o un municipio tenía delimitado el territorio y la población que gobernaba, y una orden religiosa podía únicamente ejercer su poder sobre sus miembros. El rey y sus representantes se ubicaban en el más alto peldaño de la organización política, y desde ahí fungían como instancias de apelación o como jueces que resolvían pugnas entre personas y corporaciones. Al tratarse de una monarquía católica, el papa intervino también como una autoridad superior en cuestiones relacionadas con la fe y la organización de la Iglesia, en este caso no sólo dentro del imperio español sino también, como veremos, respecto a otras monarquías europeas.

      Si Nueva España fue inventada como parte de una monarquía de origen europeo, su ubicación tuvo lugar en una región distante de Europa que hoy conocemos como Mesoamérica. Para comprender el proceso mediante el cual se creó, organizó y dotó de sentido a Nueva España es necesario conocer también las principales características de esta compleja zona y de quienes vivían en ella cuando llegaron los españoles.

      A principios del siglo xvi Mesoamérica era una región altamente habitada. Estaba conformada como un mosaico de pueblos con lenguas, religiones y costumbres muy diversas. Si bien existían diferencias culturales entre ellos, compartían una serie de prácticas, formas de organización y valores comunes: eran pueblos agrícolas, politeístas (con algunos cultos compartidos), con sociedades jerarquizadas y estratificadas en las que existían formas de propiedad común y privada. Asimismo, numerosas redes de comercio vinculaban a la región y permitían el intercambio de bienes, valores e ideas.

      En términos políticos, Mesoamérica estaba compuesta de señoríos independientes o autónomos, con sus propias estructuras de gobierno, conocidos en náhuatl como altepetl (agua-cerro) o altepeme en plural. Estas colectividades tenían a la cabeza a uno o a varios nobles gobernantes, contaban con un dios tutelar y un territorio en el que se ubicaban diversos asentamientos. El tamaño, riqueza y poder de los altepeme varió en el tiempo y el espacio. En el momento en que los europeos desembarcaron en Mesoamérica se estima que existían cerca de 200 señoríos en la región, 50 de los cuales estaban en su parte más poblada, el valle de México.

      Las guerras, conquistas y alianzas entre los altepeme fueron frecuentes a lo largo de la historia de Mesoamérica y el reacomodo de las fuerzas políticas fue una constante. A la llegada de los españoles dominaba gran parte de Mesoamérica una alianza de tres señoríos: Tenochtitlan, Texcoco y Tacuba, siendo el primero el más poderoso. Desde mediados del siglo XV esta coalición comenzó a extender su do­minio, primero en el valle de México y después sobre otras regiones mesoamericanas. El imperio que construyeron a través de conquistas y alianzas fue principalmente de carácter tributario. La mayor parte de los señoríos sometidos mantuvieron a sus gobernantes y su autonomía política, pero se vieron obligados a pagar tributo a la Triple Alianza, ya fuera en especie o en trabajo.

      Al iniciar el siglo xvi muy pocos altepeme mantenían su independencia del imperio comandado por los mexicas. Entre éstos destacan