Como no podía ser de otra manera, las administraciones de todo el mundo, con sus correspondientes ministerios, promueven la agricultura sostenible. Europa la incentiva mediante ayudas económicas, con cantidades variables según los países donde se apliquen. Justo es decir que los agricultores convencionales también reciben un subsidio, pero de menor cuantía que los ecológicos. Algunas voces afirman que las próximas actualizaciones de las políticas agrarias favorecerán claramente una agricultura más sostenible.
Hago un paréntesis para comentar este modelo subsidiario europeo, tanto para agricultores ecológicos como para agricultores convencionales. Estas ayudas económicas, reguladas en Europa por la Política Agrícola Común (PAC)9, han distorsionado, en negativo según mi opinión —recuerda que soy payés y puedo decir lo que quiera—, todo el sector. Este subsidio se otorga por superficie y no por producción; por lo tanto, premia la propiedad de la tierra por encima de las buenas prácticas productivas. Y lo hace hasta límites inmorales, puesto que grandes fortunas reciben ayudas por valor de varios millones de euros solo por ser propietarios de tierras agrícolas. Cada vez más explotaciones sobreviven gracias a estas ayudas, un hecho que crea una enorme dependencia. Si de repente desapareciera esta inyección económica al sector, desaparecería también un gran número de explotaciones. Estas ayudas pueden desconectar al agricultor de la realidad, y minarle la motivación de ganar eficiencia productiva. En la mayoría de los casos, dedica todos los esfuerzos a complacer a la Administración, siguiendo las condiciones que esta impone para beneficiarse de ese dinero, a pesar de ir en contra incluso de la misma naturaleza en muchas ocasiones. Un sistema cuestionable, puesto que en los países donde no se utiliza, como Australia, la agricultura avanza a un ritmo mucho más rápido que en Europa.
Volviendo a la agricultura ecológica, con el doble objetivo de ayudar al consumidor a identificar los alimentos producidos bajo estos criterios y también de definir quién es apto para recibir la subvención específica por trabajar con este sistema, se han creado unos sellos de certificación. Estos sellos se pueden emplear en los productos cultivados según una normativa que es muy explícita especialmente en lo que se refiere a los inputs permitidos y prohibidos.
En la finca familiar nosotros recibimos subvenciones para cultivar sin emplear productos químicos, y sobre todo durante los primeros años de conversión nos han sido de gran ayuda para salir adelante, pero cobraríamos lo mismo si labráramos, aplicáramos productos químicos permitidos o degradáramos el suelo realizando un pastoreo agresivo, todo ello certificado ecológicamente. ¿Y si se concedieran las ayudas en función del carbono atmosférico capturado, del contenido nutricional de los productos o de la venta de proximidad?
Gobiernos de muchos países destinan recursos a la investigación, al desarrollo y a la transferencia de conocimientos a los diferentes agentes agrícolas. Los resultados son evidentes y, con mayor o menor rapidez según la región, el sector se va dirigiendo hacia la agricultura sostenible. Pero ¿qué prácticas promueve la administración? Pues habitualmente las que siguen encajando en el paquete tecnológico ofrecido por las multinacionales agroquímicas. La agricultura que se esfuerza por solucionar los síntomas sin poner el foco en las causas. La que se basa solo en un cambio de inputs, los productos químicos por los permitidos según las normativas ecológicas. La que deja de lado el ‘ibuprofeno’ para ofrecer un extracto de plantas que casualmente elabora la misma compañía que fabrica ese medicamento, en lugar de averiguar por qué razón tienes dolor de cabeza. Si descubres las causas reales de ese dolor, probablemente lo podrás solucionar y dejarás de ser un cliente potencial para quien convierte el dolor de cabeza en un negocio.
¿Cómo promueve la Administración este sistema de trabajo? Pues con demasiada frecuencia lo hace instruyendo y formando a los futuros responsables de la actividad agrícola según las tesis derivadas de la famosa Revolución Verde, un periodo histórico del cual hablaremos más adelante. O dedicando parte de los recursos de los centros de investigación oficiales al estudio y difusión de prácticas y productos pensados solo para mitigar los síntomas. He leído muchos estudios financiados con dinero público sobre productos fitosanitarios, semillas, estrategias de abono mineral…, pero prácticamente ninguno sobre el efecto de la microbiología del suelo en los cultivos, y los que he encontrado estaban patrocinados por la industria agroquímica. La Administración también mantiene, al menos dentro de la Unión Europea, un sistema de subvenciones que aniquila la imaginación y la productividad de la gente. Y elabora normativas con el foco puesto en los productos fitosanitarios permitidos o prohibidos, clasificación que puede depender de la cantidad de dinero invertido por cada multinacional más que de los resultados de las investigaciones dedicadas a revelar el grado de seguridad de cada producto para la salud humana. He sido testigo de cómo miembros de las instituciones públicas se esforzaban en convencer a algunos agricultores de que no cayeran en los tentáculos de la agricultura regenerativa alegando su carencia de rigor científico y rentabilidad, sin ni siquiera conocerla.
Hay que ser justos y no generalizar. Existen trabajadores públicos que dedican parte de su vida a comprender y difundir una agricultura que busca regenerar el suelo. Escribo estas palabras con reconocimiento hacia estas personas y con la esperanza que este colectivo se convierta en una amplia mayoría, porque el sector agrario necesita una Administración comprometida con la defensa de unos valores diferentes y difícilmente alcanzables sin su apoyo.
Y LOS AGRICULTORES, ¿CÓMO NOS SENTIMOS?
El peor legado que ha dejado la Revolución Verde es que, en el fondo, la libertad del agricultor se ve menguada por la elevada influencia de la agroindustria sobre las decisiones cotidianas de su oficio. Ya no me refiero solo a que la mayoría de plantas se encuentran bajo un registro y, por lo tanto, hay que pagar un dinero para cultivarlas, sino que los lobbies agrícolas definen, en función de sus intereses, la dirección que toma el sector primario en cada momento.
Al practicar un modelo tan ligado a todos los factores externos comentados en los párrafos anteriores, los agricultores solo tenemos derecho a quejarnos: del precio, del tiempo, del Gobierno… Y cuando esto pasa, cuando cada día al llegar a casa nuestros hijos reciben su dosis de queja diaria, lo más probable es que esos niños no desarrollen nunca el amor por uno de los oficios más dignos y agradecidos que ha existido nunca. Algo muy triste para las personas y para el planeta. Hace falta, pues, generar un empoderamiento y un incremento en la autoestima del agricultor, fácilmente contagiable a la familia y a la sociedad en general.
Pero cuidado, en el campo muchas veces para combatir la falta de autoestima no hay nada mejor que un buen tractor, y aquí hay otra trampa. Si bien para cualquier agricultor de los países ricos sería casi humillante no poseer uno, en muchos casos es precisamente la compra innecesaria o sobredimensionada de maquinaria lo que pone a una empresa agraria en una situación delicada desde el punto de vista financiero. En el campo no nos han hecho falta anuncios, como ese de una marca de automóviles en el que a unos vecinos se les cae la baba al ver pasar el nuevo y flamante coche del protagonista, para comprender que hay que comprar un buen tractor y, si es posible, con más prestaciones y potencia que el tractor del vecino. Durante unos años ese vehículo se ha convertido casi en un símbolo de la masculinidad. Una mayor presencia de mujeres en los órganos de toma de decisiones de cada explotación probablemente corregirá esta desviación evolutiva que tenemos los machos de nuestra especie. Las mujeres siempre han estado presentes en el campo, pero a menudo realizando tareas menos relacionadas con los cultivos, como la gestión de la casa y la familia o el cuidado del ganado. Al menos, esta es la imagen que tengo de mi infancia, cuando pasaba las vacaciones en casa de la abuela Mercè o de la abuela Rossita. Actualmente los roles están cambiando, aunque demasiado despacio.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст предоставлен ООО «ЛитРес».
Прочитайте