III. Unidad y dulzura
Si hay una novedad que esta obra trae es la de la unión de los tres corazones. Es decir, la unión que existe entre tu corazón, el inmaculado corazón de María y el sagrado corazón de Jesús. Se te ha regalado una perla de inestimable valor en la devoción de la unión de los tres corazones, dada la importancia que esta unión tiene. Unir todo lo que es de Dios en una unidad santa es el propósito de esta obra y debiera serlo de toda obra espiritual que proceda del amor. En efecto, así lo es.
Jesús es para muchos el símbolo del poder de Dios. Un poder demostrado con medios inconfundibles. Es el aspecto racional, conductor, milagroso, e incluso heroico de Cristo. María es, para otros, el símbolo perfecto de la dulzura de Dios. Ambos, unidos de modo inseparable, forman la unidad que Cristo es. No porque uno sea una parte y el otro, otra. En ellos no existe nada que no exista en Dios y en cada uno de ellos al unísono. Ambos son la encarnación pura de la consciencia de Cristo. Dicho llanamente, en ellos existe solo Dios y todo Dios.
En Jesús existe toda María y en ella existe todo Jesús. Son una unidad. Sin embargo, el mundo suele hacer una distinción entre lo masculino y lo femenino. Para poder unir amorosamente ambas polaridades se te ha dado el poder de unirte con Jesús y María en una unidad en la que no se distingue entre uno y otro.
Así como Jesús, María y el Espíritu Santo son una unidad inseparable y conforman una santísima trinidad, del mismo modo la formas tú, que vives en la unión de los tres corazones. De uno de ellos absorbes el poder de Dios, del otro la ternura del amor. En la unidad de ambos permites que se fundan el uno en el otro y de esa unión fecunda nace el Cristo en ti. Esto es lo mismo que decir que dentro de la unión de los tres corazones te haces nada en el amor. Así permites que lo que el amor es se extienda por sí mismo.
Hasta ahora has probado con muchas cosas, como individuo y como especie. Pero casi nunca has intentado con el amor puro. No estoy diciendo que no hayas amado. Ciertamente has compartido el amor que de Dios procede y vive en ti. La belleza de lo que eres se ha extendido más allá de la consciencia limitada o yo individual. De lo que estoy hablando es de confiar ilimitadamente en el amor. Si comienzas a pensar en la confianza y la asocias al amor y haces de ello tu único pensamiento a la hora de tomar decisiones, hasta que sea un hábito, verás que cada día irás expresando más y más ternura. Serás más sutil.
Confiar en el amor es esencial a la hora de alcanzar y conservar la paz interior. La confianza y el amor van de la mano. Esto lo sabes bien. Pero lo que pocas veces recuerdas es que confiar en el amor es confiar en ti, puesto que eres amor y nada más que amor.
Ahora estamos en condiciones de unir los puntos. La confianza total en el amor elimina el miedo. Al hacer esto, reclamas para ti el poder del cielo y de la tierra, el cual te pertenece por derecho de nacimiento. Una vez restaurada la consciencia del amor, y con ello del poder de Dios en ti, entonces la ternura pasa a ser la única expresión posible porque el amor y la dulzura son uno y lo mismo.
Comienza desde ahora mismo, olvidándote de todo lo vivido, a expresarte desde el amor puro y nada más. Hasta ahora has estado fluctuando más o menos entre el continuo del amor y del miedo. Este es el día en que te pido que dejes de fluctuar. Puedes hacerlo. Esta fluctuación entre el miedo y el amor es algo común durante una parte del camino espiritual. Vas desde un casi todo miedo a un poquito de miedo y un poquito de amor y, desde allí, hacia mucho amor y un poco de miedo. Ahora debes tomar una decisión consciente. Te será fácil tomarla en razón de tu anhelo de paz. Debes decidirte cada día a vivir única y exclusivamente en el amor puro.
Alma enamorada. Estás cansada. Has caminado mucho. Sientes que te has ensuciado en el camino. Te ves abatida y muchas veces desanimada. Has derramado muchas lágrimas. Has buscado sin hallar por mucho tiempo. A pesar de que has llegado al punto en que eres consciente del amor de Dios, y sabes a ciencia cierta que eres la santidad personificada, aún quedan recuerdos dolorosos. Cada vez son menos intensos y se van desvaneciendo más y más. Pero aún quedan en tu memoria los registros de la locura que la culpabilidad engendró.
Abre tus brazos. Abrázate al amor. Siente como el calor de nuestra unión abriga tu ser. Siente la ternura de mi corazón. Fúndete en mí. Suelta las resistencias, deja a un lado las corazas que otrora usaste para separarte de mí. Desnúdate. Entra a morar conmigo en los recintos de la luz verdadera.
Ven, alma bendita. Ven a ese lugar donde nadie puede ingresar salvo tú y el creador. Ven al amor inviolable y quédate en él bebiendo de la fuente del amor hermoso. Sumérgete en los abismos de mi corazón, allí donde mora la dulzura. Goza del deleite de escucha al amor hablarle al amor. Deja que el amor te fecunde a cada instante de tu vida. Deja que él sea el señor de tu universo. El Dios de tu existencia. El refugio de tu pasado y la certeza de tu futuro. Permite que el amor sea también la puerta de entrada al eterno presente, allí donde mora la luz del Cristo en ti.
Hijo mío, hay un lugar en el universo donde solo mora la dulzura. Hay un lugar en tu corazón donde Dios se goza eternamente en las delicias del amor hermoso. Ese lugar es tu ser. Es lo que eres. Lo conoces muy bien pues es tu hogar. Es el lugar donde fuiste creado y del que nunca te has ausentado.
Ese lugar no reside en el mundo sino más allá de las estrellas y el sol. Es un lugar tan alto en el firmamento que los ruidos del ajetreado mundo no pueden llegar. Es un lugar tan sublime que no hay palabra con que describirlo. Es la morada de Cristo. En ella eres el que eres en verdad. En ella habitas en la casa del Padre. En ella es donde reposa tu corazón, y donde tu mente crea eternas creaciones de amor perfecto.
Ven a morar conmigo en las moradas del cielo de tu mente santa. Ese lugar y lo que eres siempre están unidos. Esta es la razón por la que allí donde desees estar puedes llevar el cielo contigo. Esta es la razón por la que es perfectamente posible inundar de ternura al mundo del desamor. Esta es la razón también por la que puedes crear un nuevo cielo y una nueva tierra.
Allí donde esté tu tesoro estará tu corazón. Esta verdad es motivo de alegría y libertad. Tu corazón, el centro de tu ser, es lo que eres. Eres un corazón santo, tal como yo soy la unión del sagrado corazón de Jesús y el inmaculado corazón de María. Somos un corazón. Si lo que eres y donde mora tu ser van de la mano, entonces ese lugar sagrado del que hemos estado hablando, que es la fuente del amor hermoso, la morada de la dulzura de Dios, tiene que estar donde tú estés. En otras palabras, no existe diferencia entre el ser que mora en la morada del cielo y el cielo en el que el ser mora. Tu ser es el cielo.
El cielo eres tú. Si esto no fuera verdad, proponerse la meta de traer el cielo a la tierra sería una quimera. Pero como esta verdad es la verdad acerca de lo que eres, entonces hacer de todo un cielo es una meta tan alcanzable como la de respirar. Allí donde moras, está Cristo y donde él habita residen los tesoros del cielo en su totalidad. No se puede ser un poquito cielo y un poquito infierno.
Cuando hablamos de que el mundo terrenal era un híbrido en el que parecía estar el cielo y el infierno juntos, lo que estábamos diciendo es que puedes o bien unirte al cielo de tu mente santa o al miedo. En un caso te unes al cielo anhelado y en el otro al infierno tan temido. En palabras simples, en un caso te unes a lo que eres en verdad, y por lo tanto vives en la autenticidad del corazón, y en el otro te niegas a ti mismo.
Extender la dulzura del amor es propio de los iluminados, también de los sabios y de los que han hecho la opción por el amor con mayor o menor grado de consciencia. Esto se debe a que todos esos estados, el de iluminación, sabiduría y amor son diferentes facetas de un mismo estado. El estado de la consciencia amorosa.
La falta de ternura es muestra inequívoca de que te has desconectado de tu ser. Solo los que actúan desde las heridas pueden herir. Recuerda que todo es, en última instancia, energía espiritual. La materia no es otra cosa que una manifestación moldeada por el campo de energía espiritual que le da forma. El campo energético, tal como lo llaman