Un mensaje de Jesús
I. Preludio
¡Hijo de la eternidad! Ciertamente es difícil para algunos reconocer cuál es el punto de encuentro. Son muchos los que han estado buscando cómo encontrarse con sus hermanos sin lograrlo verdaderamente. Pareciera que siempre surge algo que separa. Una discusión, un punto de vista, un deseo, una creencia. En fin, cualquier cosa parece desunir a las hermanas y hermanos de todo el mundo.
Pareciera que la unión es algo tan frágil que está siempre a punto de resquebrajarse o al menos tan difícil que se asemeja más a un ideal que a una realidad. Así, la realidad del amor parece ajena a tu existencia.
Si seguimos viviendo la vida como un ser que no logra vivir por siempre y conscientemente en la unidad, no se ha logrado casi nada en el camino espiritual. La verdadera espiritualidad es la que procede del amor y te lleva a más amar. Todo lo demás está de más. Ya hemos hablado de esto.
No es posible vivir en la unidad si no se ama la diversidad. Recuerda que la vida es diversidad. No existe un solo ser igual a otro. Ni siquiera tú eres igual, minuto a minuto. Todo cambia. Y, sin embargo, eres el ser inmutable que Dios creó. ¿Cómo conciliar ambas realidades? La inmutabilidad y el cambio permanente, la unidad y la diversidad parecen ser realidades antagónicas, pero no lo son.
Para vivir en la unidad es necesario que reconozcas que lo que es uno puede ser diferente a la vez. Piensa en tu ser como la tierra que pisan tus benditos pies. Tu yo como los majestuosos árboles que de ella surgen. Puede haber miles o incluso millones de árboles diferentes en la tierra, de diferentes formas, tamaños, especies, y colores. Y, sin embargo, todos comparten el mismo ser.
II. La unidad y el ser
Una de las grandes dificultades para vivir en la unidad, es decir, para encontrar el punto de encuentro, es intentar llevar a los demás a que vivan la vida que tus creencias concibe como verdad.
De alguna manera u otra, detrás de todo ataque entre hermanas y hermanos, detrás de toda desunión, hay un juicio que dice así: “tu modo de ser y consecuentemente de actuar no condice con la verdad. O te ajustas a ella o no hay posibilidad de unirnos, pues yo tengo la verdad.” Esta sentencia es propia de los patrones del ego. Puede expresarse de mil maneras diferentes. Es un patrón de pensamiento.
Intentar unir en la verdad es peligroso, puesto que no sabes qué es la verdad. Sabes que en nombre de la verdad se han cometido grandes sacrificios, como también en nombre del amor.
Entonces, ¿dónde reside ese punto de encuentro, donde sabes que eres uno con tu hermana y hermano, sin excluir de esa unidad a nadie ni a nada?
Así como no puedes unirte en el cuerpo, tampoco puedes unirte en las emociones, ni en los sentimientos, ni en los pensamientos. Esto se debe a que estos son la expresión personalísima de cada ser. El tinte y el color de cada voz son distintos. No busques igualdad en ese nivel. No es necesaria allí.
La unidad no es igualdad. La unidad es simplemente estar unidos. Lo que está unido puede ser diferente en su expresión. No hay dudas de ello. Esto lo puedes observar en la naturaleza terrenal.
Para hacer más claro este asunto, tomaremos como ejemplo esta obra de amor, recibida, escrita y dada por puro amor de Dios. Esta obra es diferente a todas las obras que han existido hasta ahora. Es la expresión personalísima del amor de Dios, manifestada por medio de un ser particular. Creado a semejanza del amor, al igual que tú que recibes estas palabras. Sin embargo, este ser no es igual a nadie y nunca lo será. De tal manera que esta obra, la cual procede de la unión de Cristo y su ser, tiene el tinte, el color y la dulzura propia de un alma.
Quizá para algunos, estas palabras no signifiquen nada. Para otros, poca cosa. Habrá quienes ni siquiera logren entender el significado de la obra en su totalidad. Otros creerán abiertamente que no es una obra inspirada. Otros dejarán de seguir estas palabras en algún punto del camino, cansados de escuchar “lo mismo” o por causa de la utilización de ciertas palabras o expresiones.
Habrá quienes salten de alegría al recibir estas palabras y sus corazones cantarán una nueva canción. Otros sentirán un alivio en sus almas al ver que finalmente su anhelo de escuchar la voz de Dios se ha hecho real en esta obra. Existirán quienes sepan reconocer en estas palabras la voz del amado eterno de sus almas. Otros sabrán ir más allá de las palabras hacia el amor con que fueron expresadas y son dadas.
Algunos receptores de esta obra harán que lo que se expresa sea una fuente de inspiración, como un detonante de la creatividad que estaba bloqueada pero a punto de salir. Otros la tomarán como una guía de estudio a la cual regresarán cada tanto cuando quieran indagar acerca de algo, o sencillamente cuando deseen experimentar nuevamente la dulzura que en ellas se encuentran. Habrá todo tipo de reacciones ante esta obra. Tal como las hay con toda expresión.
Aquí no estamos hablando de la dimensión mística de esta obra, ni de su capacidad de transformación o de hacer milagros por medio del poder de la palabra del espíritu de Dios. Recuerda que la sabiduría es Cristo y que todo lo que procede de ella es poderoso y eficaz. Recuerda también que la palabra de Dios siempre logra su cometido y que lo hace de un modo que es misterio para la humanidad.
III. Ser y diversidad
Dado que cada cual recibe lo que su ser dispone recibir, y lo que hace con ello es también asunto de cada ser, entonces no hay ninguna posibilidad de crear una obra de este tipo que pueda tocar todas las mentes y corazones del mismo modo. Si bien somos una sola mente y un solo corazón, no somos iguales en todos los niveles.
Intentar crear una obra que se ajuste a todos los hermanos y hermanas, en todo tiempo y lugar, es intentar asir el viento con las manos. El valor de estos escritos y de la obra que surge de ellos no reside en su capacidad de llegar a todos, ni siquiera a muchos. Reside en la expresión en sí.
Cada vez que vives en la verdad de lo que eres y te expresas libremente desde esa verdad, entonces estás realizando el propósito de tu existencia. Cuando haces eso, ¿qué sentido o importancia puede tener que los demás crean o no en ti, que te sigan o no, que se ajusten a tu modo de ser?
Ahora salgamos del ejemplo de esta obra y vayamos a la observación de la naturaleza física que te rodea. Observa el fluir del agua del río. Piensa en cada gota que forma parte de él. ¿Acaso una gotita está pendiente de si las demás la aceptan o no o en cómo influye en otras? ¿Acaso el alerce está pendiente de qué piensan los demás o de cómo convencer a otros de algo? ¿Has visto alguna vez a una flor diciéndole a otra lo que debe ser?
Haz que la naturaleza que te rodea sea también tu maestra. Ella tiene mucho que ofrecerte, mucho más que simplemente alimento y belleza. Ella puede mostrarte lo que hay en la mente del creador y con ello la verdad y el amor.
Las aguas, los alerces y las flores simplemente son lo que son. No se preocupan por nada más. En efecto, ni siquiera se preocupan por lo que son. Simplemente son.
Al nivel de las creencias siempre habrá espacio para el debate y la desunión. En el nivel de los sentimientos también. Esto se debe a que la mente se basa en interpretaciones acerca de lo que los pensamientos, sentimientos y emociones son. También existen riesgos de desunión en el nivel de la expresión, pues los que juzgan siempre pueden juzgar algo.
Solo puede haber unión verdadera e indisoluble en el nivel del ser. Ser lo que eres en verdad es a lo que estás llamado, y a nada más. Por lo tanto, no se trata de convencer a nadie de nada, ni de intentar que otros sean lo que tú quieres que sean. Se trata de ser auténticamente tú mismo.
Si vives la vida de tal modo de ser la expresión perfecta de tu verdadera identidad en Cristo, sin dejarte llevar por autoridades externas a ti, expresando solo el amor que eres, no necesitarás convencer a nadie de nada. Tampoco te molestarás al ver que otros expresan sus diferencias.
Las expresiones