Los humanos aman el dinero, porque instintivamente sienten que representa todas las posibilidades que les da la vida. Sólo que se confunden: han tomado el oro, símbolo de la vida, el oro que viene del sol, por la vida misma.3 Del mismo modo que la vida lo da todo, el oro (o digamos el dinero, puesto que es el término más frecuentemente utilizado), lo da todo también, y por esto le conceden una importancia que no son capaces de dar a la vida. Porque han perdido la vida. Tiemblan ante la idea de que se les pueda robar su dinero, y toman precauciones inauditas para protegerlo. Observad los bancos: se han convertido en verdaderas fortalezas, no hay nada más vigilado y protegido que las cajas fuertes. Pero ¿por qué los humanos no tiemblan igual ante la idea de perder su vida, esta quintaesencia que el mismo Dios ha introducido en ellos y que hace de ellos sus hijos y sus hijas? Y puesto que son sus hijos y sus hijas, todas las riquezas del universo les pertenecen también. ¿No es esto más deseable que perder su vida persiguiendo algunas minucias?...
El dinero es la expresión material de todas las posibilidades que nos da la vida, sí, pero solamente su expresión material. Es necesario aprender a transportarlo a los otros planos: afectivo, mental, espiritual, con el objetivo de obtener en estos planos el equivalente de lo que se puede obtener en el plano físico.
La vida, es como el aceite para la lámpara,4 el agua para el molino, la gasolina para el coche, la corriente eléctrica para la fábrica, la sangre para el organismo. Es ella la que permite que todo funcione. Y sin embargo, es la más ignorada, la más despreciada. “¿Cómo? dirá alguien, si yo considero la vida como el bien más preciado. Ayer por la noche, cuando andaba por la esquina de una calle a oscuras alguien abalanzándose sobre mí me amenazó diciendo: ‘¡La bolsa o la vida!’ Pues bien, le di la bolsa...” Ah esto es cierto, cuando la cuestión se presenta de esta manera, se elige la vida. Pero en otro caso, no se piensa en ella, se echa a perder, se envilece. Es necesario hallarse entre la espada y la pared para comprender. Pero hasta entonces, no somos conscientes y desperdiciamos nuestra vida en búsqueda de satisfacciones y ventajas que nunca son tan importantes como la vida misma. Para ganar algunas monedas, para tener el placer de pavonearse por haber logrado cualquier victoria, ¡cuánta gente es capaz de malgastar su vida! En su balanza interna, frente a lo poco que han ganado, jamás se les ocurre la idea de colocar los tesoros de vida que han perdido.
¡Y cuántos hombres y mujeres piensan que la vida no tiene interés si no cometen excesos! Prefieren matarse a condición de vivir sensaciones intensas... ¿Acaso se preguntan si Dios les dio la vida para esto, y si no hay otras maneras de vivir intensamente?... No, la mayoría de los humanos tienen un concepto de la vida que les conduce a la muerte, la muerte física o la muerte espiritual, e incluso a menudo a las dos. Evidentemente, todos nos morimos un día, pero esto no debe jamás impedirnos estudiar la única ciencia verdadera: la ciencia de la vida. Porque ésta es la vida que tenemos en común con Dios y con todo lo que existe en el universo. Por lo tanto, al volvernos nosotros mismos más vivos, entramos en comunicación con Dios, con todas las criaturas y con el universo.
Entonces, ¿queréis volveros más vivos ¿queréis que vuestra vida sea más intensa en cuanto a sus vibraciones y a sus emanaciones? Entre los miles de consejos que puedo daros, retened por lo menos uno. Tomad conciencia de toda la vida que existe a vuestro alrededor, y respetadla como una manifestación de la vida divina. Por lo menos, si los seres humanos aprendieran a respetar esta vida en los demás, a su alrededor, esto representaría ya un gran progreso. En cambio, ¿cómo se consideran? Cuando se encuentran entre sí, ¿acaso piensan: “He aquí una criatura que, como yo, contiene una partícula de la Divinidad; por lo tanto, debo respetar y proteger a esta criatura”? No, no, a menudo sólo se consideran como sombras o como autómatas; se empujan, procuran aprovecharse los unos de los otros como si fueran objetos o instrumentos, y si se molestan demasiado, serán los primeros en eliminar al otro. Pero ¿qué vida esperan vivir con semejante conducta?
Volverse vivo significa despertarse a las manifestaciones infinitas de la vida a nuestro alrededor, saludar a las personas con las que nos cruzamos, ver en ellas la chispa de vida divina, darles las gracias por todo lo que nos dan o hacen por nosotros, y a veces sin incluso saberlo nosotros mismos. Volverse vivo es maravillarse sin cesar, contemplar siempre a los seres y a las cosas como si fuera la primera vez. Sí, esto es volverse vivo con la vida del mismo Dios. Puesto que la vida es el lazo más fuerte que nos une a Dios, para llegar a ser verdaderos hijos e hijas de Dios debemos trabajar en hacer que nuestra propia vida sea divina. Es posible hallar la verdadera religión en las iglesias, pero ella se encuentra ante todo en la vida, y por tanto, a nosotros nos corresponde mantener una relación consciente con todas las mejores manifestaciones de la vida.
1 “Sois dioses”, Parte V, cap. 1: “Dios por encima del bien y del mal”.
2 Ibid., Parte II , cap. 2: “Nadie puede servir a dos amos”, y cap. 3: “Las tres grandes tentaciones”.
3 “Buscad el Reino de Dios y su Justicia”, Parte IV, cap. 6: “El origen del oro se halla en la luz”.
4 “Sois dioses”, Parte VII , cap. 2, II: “El aceite de la lámpara”.
II
LA SANGRE, VEHÍCULO DEL ALMA
Quien piensa en la vida, piensa naturalmente en la sangre, este líquido nutritivo que circula dentro del cuerpo de un gran número de especies animales y en el cuerpo humano. Perder la sangre significa perder la vida; ofrecer su sangre significa ofrecer su vida. Y como la sangre es el símbolo de la vida, ha desempeñado un papel importante en todas las religiones del mundo, y en especial en aquellas donde era considerada como un vehículo del alma. Derramar sangre animal, e incluso sangre humana en el altar de los dioses, era considerado como la mayor muestra de respeto y sumisión que se les podía manifestar: se les devolvía la vida que ellos habían dado. La sangre es pues un tema extremadamente rico que requiere muchas horas de desarrollo y explicaciones. De momento, quisiera detenerme en una práctica muy antigua y que todavía se practica en la actualidad: la circuncisión.
Está escrito en los Evangelios: “Habiendo llegado el octavo día en el que el niño debía ser circuncidado, se le dio el nombre de Jesús, nombre que había indicado el ángel antes de que fuera concebido en el seno de su madre...” Jesús fue por tanto circuncidado según la costumbre de los antiguos Hebreos de acuerdo con el precepto dado por Dios a Abraham: “Os circuncidaréis, y esto será una señal de alianza entre yo y vosotros. Al cumplir los ocho días, todo varón entre vosotros será circuncidado...” No conozco con detalle las diferentes maneras que se practicaba y se practica aún la circuncisión, ni qué sentido exacto pudieron darle las distintas culturas y religiones. Pero puedo deciros cómo yo la considero, desde el punto de vista más elevado de la Ciencia iniciática.
La circuncisión fue llamada en el Antiguo Testamento como “el signo de la alianza”, porque representa la consagración del órgano a través del cual se transmite la vida dada por Dios; y al mismo tiempo, el niño recibe su nombre, porque es en el nombre dónde se expresa la quintaesencia de un ser y de su destino. La circuncisión es una operación que lleva aparejada un desangramiento. Esta sangre que sale del cuerpo de un recién nacido es considerada como pura, y como procede de los órganos genitales está impregnada con fluidos poderosos. El sacerdote que había sido iniciado a los misterios sagrados conocía la manera de recoger esta sangre y la conservaba como un tesoro guardándola en un lugar reservado, así como el trocito de carne cortado, el prepucio, porque todavía estaba ligada al niño. Existía por tanto un vínculo mágico entre el trozo de carne, la sangre y el niño.
La primera función de la circuncisión consistía en que los padres llevaran sus hijos a consagrarlos al Señor para que se convirtieran en instrumentos de su voluntad, y de esta manera el pueblo se preparaba para la llegada del Mesías. Gracias a esta consagración, el niño era