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Ha cambiado un montón; a peor. Tiene el pelo largo, negro, atado en un moño, y viste completamente desastrosa. Va sin una pizca de maquillaje y ojerosa a más no poder. Su perfectísima cara delgada se ha convertido en una regordeta. ¿Qué hay de la Tania que conocí?, ¿de la chica rubia de pelo corto, con una talla treinta y seis y la más envidiada por todo el instituto? La joven que yo conocía se ha esfumado como el humo.

      —¡Vaya! ¿Qué haces aquí? ¿Has venido a ver a tu madre?

      «Lógico. ¿No me ves la cara?».

      —Sí. Estaba poniéndole unas flores —le contesto con sequedad.

      Me abraza y me da dos sonoros besos. Estoy alucinada. Si la viera por la calle, no la reconocería jamás. Veo cómo examina a Bryan, y sé que está deseosa de que se lo presente. Está comiéndoselo con los ojos como una lagarta. En ese aspecto, no ha cambiado.

      —Tania, este es Bryan. —Miro al susodicho, que me contempla con cara de circunstancia—. Bryan, esta es Tania, una amiga de bachiller.

      Ella se acerca para darle dos besos, pero mi guiri estirado, cómo no, le saca una mano y, estrechándola, le dice en un perfecto español más seco que un ajo:

      —Encantado.

      Ella lo mira con ojos deseosos, pero, a la vez, se queda petrificada por el corte que Bryan acaba de darle. ¡Ese es mi hombre! Tiene un detector, sin duda.

      —El gusto es mío, por supuesto. ¿Y qué papel tiene este pedazo de hombre en tu vida, Any?

      Antes de que me dé tiempo a contestar, Bryan lo hace por mí:

      —Es mi mujer.

      ¿Acaba de mearme encima? Solo le ha faltado recalcar «mi mujer» con más énfasis.

      —¡Vaaayaaa! Veo que no te andas con chiquitas. Mikel se queda muy corto comparado con este hombretón que tienes ahora.

      Me entran los siete males.

      Mikel… No es momento de hablar de él. Decido responder antes de que vuelva a hacerlo Bryan:

      —Pues sí, Mikel no le llegaba…, ejem… —carraspeo para disimular—, no le llega ni a la suela de los zapatos.

      Ella se ríe. Sigue siendo la misma, solo que con otro aspecto, pero la serpiente que es la lleva debajo.

      Bryan hace un amago de levantar un poco la ceja. Debe estar anonadado con la fresca esta.

      —Pues ya me dirás dónde los consigues, porque, oye, yo quiero uno igual.

      Se pega un poco más a Bryan, quien, por inercia, me acerca más a él, cosa que me hace gracia. De repente, oigo el sonido de un coche y, cuando giro mi cabeza, me encuentro a Max saliendo de él. Al vernos, suelta un fuerte suspiro. Me mira a mí, luego a Bryan y después posa sus ojos en Tania, reparando apenas en ella. Veo cómo esta se molesta por ese gesto.

      —¿Estáis bien? Me teníais preocupados al tardar tanto.

      Bryan asiente y lo miro de reojo. Se da cuenta de que he llorado, pero cuando va a preguntarme, la odiosa voz de Tania retumba en los oídos de todos:

      —¡Bueno, bueno! No me digas que este también es tu marido, porque conociendo tu historial…

      Se me tensan todos los músculos del cuerpo y adopto una postura rígida que Bryan nota al instante. Me da un leve apretón para que me relaje, pero me es imposible. ¿Cómo se atreve?

      —Pues no, no es mi marido. Y ya puestos, ¿qué me dices de ti? —le pregunto sarcástica—. Has cambiado mucho, ¿no?

      Mis titanes se miran sin entender nada, pero sé que se divierten con la guerra de chicas.

      —Sí, la verdad es que todo ha cambiado mucho desde que tú te fuiste de aquí —dice un poco avergonzada. Pero la vergüenza se le va de inmediato cuando, con una sonrisa malévola, me aplasta con una verdad más grande que una catedral; verdad que ninguno de los dos hombres que tengo detrás sabe—: Supongo que en la cárcel enseñan mucho, ¿no, Any? No sé cómo pudiste pasar por ese infierno, pero estoy segura de que te sirvió para muchas cosas.

      Está crispándome, y al final, vamos a tenerla, así que la corto de inmediato:

      —Si la cárcel me espabiló o no, creo que no es tu problema.

      Cuando estoy terminando la frase, veo a lo lejos a una mujer mayor vestida completamente de luto. Al fijarme bien, casi me da un vuelco el corazón. ¿María?

      Joder…, es la madre de Mikel.

      —¿María? —pregunto con los ojos como platos.

      —¿Any? Oh, hija mía, cuánto tiempo sin verte.

      Se acerca a mí y deposita dos cariñosos besos en mis mejillas. Es una mujer que tendrá unos setenta años, de ojos achinados, mandíbula cuadrada y un metro cincuenta de estatura. La pobre ha pasado muchas desgracias en la vida, todo eso sin contar con los disgustos que le daban sus hijos Mikel y Jeremy cada dos por tres.

      —¿Qué hace aquí? ¿Ha venido a ponerle flores a su esposo?

      La mujer niega con la cabeza y unas lágrimas recorren su arrugada piel. Ay, Dios mío… Miro a Bryan y a Max, pero ninguno muestra nada. La miro de nuevo a ella. Tania está en una esquina, con la boca cerrada.

      —Mi nuera y yo hemos venido a ponerle flores a mi hijo… —La mujer rompe a llorar de nuevo.

      Mi mirada se posa en Tania, sorprendida de que ella sea la nuera. Ahora mismo me tiemblan hasta las piernas. Bryan se da cuenta y me agarra más fuerte de la cintura para que no me desplome en el suelo. ¿Cómo se han enterado?

      —¿Tú eres su nuera? —le pregunto a Tania.

      Ella me observa con cara de circunstancia, como si no quisiera que nadie lo supiese.

      —Sí, pero no estoy con Mikel, si es a lo que te refieres… Estaba con Jeremy…

      Ay, Dios, que me desmayo.

      —Su…, su hijo Jeremy… ¿ha muerto? —balbuceo.

      La mujer se limpia las lágrimas.

      —Sí, hija, murió hace dos semanas, y de Mikel no sabemos nada desde hace meses. ¿Tú sabes algo de él, niña? Lo que sea… No sabe siquiera que su hermano ha muerto.

      Si no salgo de aquí inmediatamente, voy a desplomarme en el suelo.

      —Lo siento mucho. No, María, no tengo ni idea de su paradero desde hace mucho tiempo —le miento lo mejor que puedo.

      Si ella supiera…

      —¿Podrías ayudarme a…, a… encontrarlo? —solloza—. Te lo pido como un favor.

      Me quedo estupefacta, y creo dar un traspié hacia atrás. Tania me mira.

      —¿Te encuentras bien, Any? —me pregunta.

      —Sí… Sí… Estoy un poco cansada.

      Bryan, al ver mi malestar, me agarra de la cintura y continúa como si tal cosa la conversación con la madre de Mikel:

      —Señora, si sabemos algo del paradero de su hijo, le informaremos. Ahora, si nos disculpa, tenemos que irnos.

      La mujer se queda más tranquila, pero yo aún sigo viendo a Mikel tirado en la moqueta del apartamento de Bryan.

      —Muchas gracias, muchacho. Cuídala bien. —Toca mi mejilla—. Es una buena chica. Lástima que mi hijo la dejase escapar de esa forma.

      Necesito salir de aquí.

      —O lástima de ella, porque también ha perdido a un buen hombre, ¿no, Any? —me pregunta la tintineante voz de Tania con maldad.

      Todo el mundo se queda en silencio y me encargo personalmente de que esta conversación y este encuentro acaben de una vez por todas:

      —Por una parte,