Después de unos minutos de ver el amanecer, me dijo: «Muchas gracias, eso es lo que tenía que decirte, nos vemos luego». Hasta ese momento me di cuenta de que no había observado nada, de que no había escuchado nada. ¿De qué sirve tener ojos si no se puede ver? ¿De qué sirve tener oídos si no se puede escuchar? Realmente no estaba presente.
Creo que no existe nada más honesto y humilde que la capacidad de guardar silencio, porque primeramente nos reconocemos ignorantes y desde el silencio podemos escuchar lo que está frente a nosotros y en nosotros. Silencio es atención en el aquí y en el ahora. Es tener las riendas de nuestros pensamientos, ya sea para tomarlos o para dejarlos pasar.
La autohonestidad que me comentaba Tenoch radica en dejar de generarnos ruido nosotros mismos (intencionalmente, pero muchas veces inconscientemente) para no escuchar lo importante. El ruido nos protege, es como un escudo para no escuchar, para no escucharnos, para no estar. Es el guardián de lo importante, del aprendizaje y del crecimiento personal. Es ese ruido distractor que solo se encuentra en nosotros mismos.
A veces nos creemos honestos y humildes con nosotros mismos, pero solo en aquellas actitudes obvias o fácilmente visibles, pero existen otras que nos son incómodas, que requieren esfuerzo y trabajo, pero nos escondemos. Reconocemos aquellas actitudes, ataduras y laberintos mentales (propios y ajenos) que sabemos que podemos sortear, pero pasamos de largo donde sabemos que realmente existe un trabajo por hacer. Muchas veces solo trabajamos lo facilito, lo obvio.
La honestidad va de la mano de la libertad. Una verdadera honestidad con nosotros mismos nos brinda la libertad propia y nos abre la puerta al camino de la auténtica elección y autodeterminación. Es abrir nuestras alas. La mejor autohonestidad no es la intelectual y la autocomplaciente, sino la que nos hace levantarnos y hacer algo por nosotros mismos y por los demás.
Tenoch me comentaba: «No basta con saber que el amanecer es hermoso, con escucharlo, con leerlo. Hay que vivirlo. Hay que levantarse temprano y observar el amanecer, hay que moverse».
Déjate libre
Uno de mis primeros acercamientos al budismo me resultó increíble e iluminador. Me encontraba en las puertas del templo y me llenaba mucho la curiosidad. El budismo, desde que tengo memoria, me había llamado la atención. Me parecía algo diferente, inusual con respecto a las creencias de Occidente y eso me atrapaba.
Aunque el budismo en cierta forma no era nuevo para mí, sí lo era el estar con monjes tibetanos y con śarīras (reliquias budistas) en sus manos. Me llamaba mucho la atención que eran esas reliquias de las que tanto se hablaba y que tenían «poderes» muy peculiares, como bendiciones y ahuyentar espíritus malignos, entre otras peculiaridades. Solo diré que las reliquias budistas son objetos cristalinos o perlas que son encontrados en los restos cremados o incinerados de maestros espirituales budistas.
Recuerdo que, al ingresar al templo, vi a todos sentados en el suelo y rodeando aquella reliquia. Al lado derecho de ella se encontraba un maestro budista. Yo decía no ser incrédulo, que me encontraba abierto, pero la verdad es que existía una resistencia racional inconsciente a las reliquias y en general a todo lo nuevo que me resultara inexplicable racionalmente. Tenía ruido, no había silencio en mí.
Casi inmediatamente después de entrar me puse a observar todo lo que veía desde un punto «imparcial», eso me decía a mí mismo. Ahora puedo decir que era desde un punto de vista juicioso y con resistencia a lo desconocido, tratando de explicarlo desde lo que conocía, sabía o entendía.
El maestro budista me observó y me hizo una seña con la mano para que pasara con él. Recuerdo que me dio algo de gracia dentro de mí, pero sin dudar pasé, algo así como «por la experiencia».
Cuando llegué con él, me dio la instrucción de que me hincara, lo cual me pareció algo extraño. Me indicó que cerrara los ojos y recuerdo que me dijo «Calla la mente y siente tu corazón». Recuerdo que me concentré en mi corazón, en los latidos. En ese momento, el monje puso un objeto frío sobre mi coronilla y sentí un gran escalofrío por todo mi cuerpo. Algo muy intenso y muy peculiar. Me puso la piel de gallina.
Primero sentí muy fría mi cabeza e inmediatamente después una corriente eléctrica bajó por mi columna. La sensación fue muy intensa, pero para nada desagradable. Era como si me hubieran conectado a la corriente eléctrica. Me asusté, pues no lo esperaba para nada. Me encontré feliz de experimentar algo imprevisto y, la verdad, me sentía muy bien y contento después de haberlo hecho.
Enseguida abrí los ojos y pude ver al maestro frente a mí con una carcajada por mi reacción (yo creo que también por mi cara), y me dijo al oído: «El maestro es el silencio, déjate libre».
Libertad es responsabilidad
En el siglo XXI, la libertad es un derecho universal y de todos los seres humanos, de carácter innegable, o al menos eso pregonamos como sociedad en una perspectiva mundial, porque no siempre así lo es en la realidad. En este tenor, hasta se libran guerras en su nombre y es un estandarte de justicia y orden. Pero la libertad en un sentido personal, no como cualidad o característica extrínseca y explícita del individuo, sino más como una capacidad personal interior y tácita que nos permite elegir, no pareciera ser un derecho dado.
Comentaba anteriormente que nuestra capacidad de elegir siempre nos brindará esa libertad que corresponde al individuo, la cual no nos pueden coartar. Libertad como esa capacidad de autodeterminarnos es un asunto que no mucho tiene que ver con afuera, sino más con adentro de nosotros mismos. Es que, como mencionaba, libertad y la capacidad de autodeterminarnos parecen estar supeditadas a nuestro autoconocimiento y autoconsciencia.
Entonces bajo este tenor, la libertad pareciera no ser un derecho ganado y tampoco una facultad que por arte de magia se puede ejercer. La libertad es más un proceso que se trabaja en uno mismo y se gana con esfuerzo.
Ser libre, pues, es responder por nuestros actos y por nuestras decisiones. Elegir y responder por nuestras elecciones. Hacernos cargo de nosotros mismos y emanciparnos de la domesticación social y personal de nuestras creencias.
Libertad pareciera que es la responsabilidad de vaciar o no vaciar nuestros constructos sociales, nuestras creencias, vaciar o no nuestro vaso de conocimiento al servicio de nosotros mismos, y no solo eso, sino atenernos a nuestras decisiones y responder por ellas con sencillez, humildad e introspección.
Sí, realmente las guerras más frías y crueles se llevan a cabo en nombre de la libertad. Esas guerras y luchas se encuentran en cada uno de nosotros, ya que muchas veces buscamos emanciparnos de nuestras creencias cómodas y ad hoc, pero sin un trabajo de autoconocimiento y responsabilidad.
Romper y desactivar los modelos mentales que abrazan, alimentan y articulan nuestras creencias no constructivas o con sesgos de pensamiento inerciales o metageneracionales es un trabajo de todos los días. No es un objetivo, es un camino.
El irracional
Hay una frase que me mueve y que me ha ayudado a cambiar la forma de ver las cosas en repetidas ocasiones. Se trata de aquella que alguna vez fue dicha por el escritor irlandés George Bernard Shaw: «El hombre racional se adapta al mundo que lo rodea, el hombre irracional se obstina en intentar que sea el mundo el que se adapte a él. Por tanto, todo progreso se debe al hombre irracional».
Para mí es una frase que pudiera aplicarse a muchos aspectos de la vida, y en cada uno de ellos pareciera estar vigente. Y es que, ¿cómo poder cambiar o evolucionar algo si vemos más de lo mismo? Parece que nos cegamos a querer encajar el mundo y sus ideas, así como todo su proceso, al conocimiento y desarrollo existente. Desde este punto de vista, la innovación en el desarrollo que se apalanca en la imaginación y en la creatividad se ve mutilada; pareciera que es darse un tiro en cada pie, ya que tendemos a juzgar el pasado con los criterios del presente, y al futuro con los criterios del pasado.
En nuestro desarrollo personal, como punto de partida, es necesario saber quiénes somos; trabajar en autodescubrirnos no como una meta sino como una vía a seguir en nuestra vida