Estaba por desistir y rendirse cuando vio el pequeño pendrive que le había dado Abigail algunas horas antes.
Sin saber qué otra cosa hacer, lo puso en el ordenador.
De repente, en el desktop aparecieron todos sus archivos.
¡Abigail le había guardado todo el trabajo que había hecho!
Volvió a pensar en lo que habían hablado y en las sospechas de que Mara Herdex hubiera hecho cualquier cosa para sacarse de encima a la competencia y ser la nueva editora senior.
De hecho, ese tipo de incidentes ya le habían sucedido en otras oportunidades y en esas ocasiones siempre había aparecido Mara con la solución en la mano.
Con una avalancha de epítetos en la boca, Rachel imprimió todo y corrió donde estaba su jefe. Golpeó la puerta y Norman le ordenó que entrara.
Pero una vez que Rachel entró, se dio cuenta de que no estaba solo.
Junto con él, estaban un hombre y una niña.
Intentando no mirarlos, Rachel dejo rápidamente el informe en el escritorio y se dirigió a la salida, pero la niña se paró delante de ella.
“ ¿No eres demasiado vieja para usar una sudadera de Blanca Nieves y los siete enanitos? ¿Por qué estás toda manchada con pintura?”, le remarcó la pequeña, mirándola con sus bellísimos ojos verdes y moviendo su pequeña cola de caballo color castaño oscuro.
“ Sophie, no molestes a las personas”, le dijo el padre, un hombre con los mismos ojos de Norman, pero con el cabello más oscuro y el rostro cubierto por una tupida barba ligeramente descuidada que le escondía las facciones. “Discúlpela. Mi hija siempre tiende a decir cosas inapropiadas en el momento inadecuado y a las personas equivocadas”, la justificó el hombre con un tono fingidamente enojado.
“ No, no importa”, le respondió Rachel esbozando una sonrisa.
“ Rachel, ¿tú ya conoces a mi hijo Rufus?”, intervino Norman.
“ La verdad es que no”, admitió ella.
“ Comienza a conocerlo bien si quieres continuar trabajando aquí, porque un día ésta empresa pasará a manos suyas.”
“ Papá…”, protestó molesto el hijo.
“ Lo sé, ¿pero en algún momento tendrás que sentar cabeza o quieres seguir arruinándote la vida?”, se preocupó el padre.
“ Es tarde. Tengo que irme”, dijo cortante el hombre completamente avergonzado por la frase del padre delante a una desconocida.
“ Ok, vete y déjame a Sophie. Hace mucho que no paso tiempo con mi adorada nieta.”
Rufus asintió y, después de haber saludado y dado recomendaciones a la pequeña, salió apresuradamente.
“ Yo también me voy. Buenas noches”, dijo Rachel sintiendo que sobraba.
“ No, espera. Todavía no hemos hablado sobre la extensión de tu contrato.”
“ Creía que no me quería más aquí.”
“ Eres demasiado indispensable como para que prescinda de ti. Sin embargo, esperé hasta último momento porque estoy muy contrariado. Todavía te necesito como secretaria, pero me doy cuenta de que tu trabajo es el de editora y quisiera que tú tomaras ese puesto. Eres brillante y tienes experiencia. Estaría dispuesto a promoverte de inmediato como editora senior y a darte un aumento, si me prometes que te quedarás con nosotros. Además, he visto tu blog Sueños de Papel. Sabes muchísimas cosas y algunos de los artículos que has escrito son tendencia en las editoriales. Me has hecho entender que tienes pasta de líder y, después de nuestras últimas charlas, empiezo a pensar en la idea de abrir una serie de ficción.”
“ ¡Sería fantástico!”, se entusiasmó Rachel todavía incrédula.
“ Demuéstrame que eres tan capaz como creo y te pondré como jefa de la columna, pero te advierto que no será fácil porque hasta ahora no tengo los recursos ni el personal calificado para armar un buen equipo. De todas formas, si se dan los resultados que dices, entonces te daré vía libre y un presupuesto trimestral que podrás administrar como prefieras. ¿Te parece bien?”
“ ¡Estoy lista y le prometo que no lo voy a desilusionar!”, exclamó la mujer sintiéndose en el séptimo cielo. ¡Su sueño se estaba volviendo realidad! No habría podido pedir nada más.
Cuando salió de la Carter House estaba tan feliz que nada podía quitarle la sonrisa y la felicidad que sentía en ese momento. Ni siquiera su amigo de carta que no se presentó al restaurante en su primer encuentro.
“ Me faltó el coraje. Perdóname. Richard.”, le escribió por email esa misma noche para disculparse.
“ Por lo que parece, el destino me está diciendo que me concentre en mi carrera y no en los hombres”, comprendió Rachel sintiéndose desilusionada. Muy en su interior estaba convencida que de su amistad con Richard podía surgir algo más. Se habían escrito durante un año y ella lo había seguido como consultora editorial por meses, ayudándolo a surgir como escritor. Con el tiempo se habían vuelto amigos y finalmente habían decidido encontrarse personalmente, ya que hasta ese momento nunca se habían visto. Ni siquiera por foto.
3
“ Me has salvado la vida, Abigail”, dijo Rachel apenas llegó de Powell’s donde había ido por un almuerzo rápido al día siguiente.
“ Lo sé”, respondió Abigail feliz de haber hecho algo bien. Estimaba a Rachel como profesional y como persona porque era siempre honesta, correcta y responsable, incluso si a menudo no tenía tacto, pero no lo hacía a propósito. Ella era así. Durante esos meses, incluso si la había mantenido a distancia, había aprendido a conocerla y a apreciarla.
Cientos de veces habría querido ir a presentarse, pero el miedo había prevalecido y jamás había osado acercarse.
Sin embargo, cuando había escuchado una conversación de Mara Herlex en la que admitía que saboteaba el trabajo de Rachel, había decidido hacer algo.
Cada día, durante la hora del almuerzo, había ido a la oficina de Rachel a copiar su trabajo en ese pendrive, sabiendo que en algún momento habría sido útil. ¡Y no se había equivocado!
Lo había hecho por Rachel porque no se merecía ese desprecio y, por ella misma que ya no soportaba más las humillaciones de Mara e incluso por la Carter House porque no estaba pasando un buen período y ciertas venganzas y mezquindades sólo habrían conseguido dañar aún más a la editorial.
“ ¡Y me enamoré!”, exclamó Rachel riendo.
“ ¡Lo sabía! ¿De quién?”
“ De todos. Incluido Norman.”
“ Qué lástima que estén todos fuera de juego.”
“ ¿Los seis?”
“ Sí.”
“ ¿También Norman? Yo sé que él está soltero.”
“ Sí, pero tiene cincuenta y seis años, ¡vamos! ¡Podría ser nuestro padre!”
Rachel se quedó sin habla porque sabía que era verdad. Ella también se lo repetía a sí misma.
Treinta y dos años de diferencia no eran pocos.
“ ¿Qué me puedes decir de sus hijos? ¿Y por qué están todo fuera de juego?”, preguntó Rachel.
“ ¡Yo sé todo! Pregúntame todo lo que quieras.”
“ ¿Quieres hablar de Darius?”
“ Darius...