Emilio nos invitó a acompañarlo hasta el domicilio de sus cuatro amigos, a trescientos cincuenta kilómetros de ahí. También nos dijo que veríamos a su madre. Y comentó: «Mi madre es una de aquellas mujeres que han perfeccionado de tal modo su cuerpo que puede llevarlo a recibir las más altas enseñanzas. Vive continuamente en el invisible. Y lo hace de forma voluntaria, ya que recibiendo las más elevadas enseñanzas puede ayudarnos considerablemente. Para haceros ver esto más claro, os diré que ha avanzado hasta alcanzar el Reino celeste en donde está Jesús; el lugar que se llama a veces “séptimo cielo”. Supongo que este lugar representa para vosotros el misterio de los misterios, pero no hay tal misterio. Es el lugar de la conciencia, el estado del alma donde todos los misterios son revelados. Cuando se alcanza, es invisible a los mortales, pero uno puede volver a instruir a aquellos que son receptivos. Se regresa al propio cuerpo, ya que este se encuentra tan perfeccionado que se puede llevar a donde uno quiera. Los iniciados de esta orden pueden volver a la tierra sin reencarnación. Aquellos que han pasado por la muerte están obligados a reencarnarse para disponer de un cuerpo en la tierra. Nos han sido dados cuerpos espirituales y perfectos. Es necesario verlos y mantenerlos así para poderlos conservar. Quien ha dejado su cuerpo por las regiones del Espíritu, advierte de que es necesario retomar un cuerpo y seguir perfeccionándolo».
Antes de levantarnos de la mesa, acordamos que la expedición se dividía en cinco secciones, cada una de las cuales sería conducida por cada uno de estos grandes hombres que habían venido a cenar con nosotros. Gracias a este dispositivo, nos sería posible la exploración de vastas regiones. Facilitaría nuestro trabajo, permitiéndonos verificar fenómenos tales como los viajes en el invisible y comunicación del pensamiento a distancia. Cada sección comprendería por lo menos a dos de nosotros con uno de los cinco Maestros como guías. Estarían muy alejados unos de otros, pero el contacto se conservaría gracias a esas gentes, que nos testimoniaban tanta amistad y no dejaban pasar una ocasión para dejarnos examinar su trabajo.
XII
Al otro día todos los detalles fueron arreglados. Mi sección comprendía dos de mis compañeros y yo. Íbamos acompañados de Emilio y Jast. A la mañana siguiente cada sección estuvo preparada para partir en una dirección diferente. Estaba convenido que observaríamos atentamente todo lo que ocurriera y que tomaríamos nota. Quedamos en encontrarnos a trescientos cincuenta kilómetros de allí. Las comunicaciones entre las diversas secciones debían estar aseguradas por nuestros amigos. En efecto, ellos se encargaron de conversar todas las noches, yendo y viniendo de sección en sección.
Cuando queríamos comunicarnos con nuestro jefe de destacamento o con un camarada, nos era suficiente confiar el mensaje a nuestros amigos. La respuesta nos venía en un intervalo de tiempo increíblemente breve. Cuando dábamos esos mensajes, los anotábamos íntegramente con fecha y hora. Anotábamos también la fecha y la hora de su llegada. Cuando nos reunimos nuevamente, comparamos nuestras notas y constatamos que estas coincidían perfectamente. Nuestros amigos viajaban de un campo al otro y conversaban con los miembros de cada sección. Anotamos cuidadosamente el lugar y la hora de sus apariciones y desapariciones, así como los temas abordados: en estos también coincidía todo perfectamente, cuando comparamos posteriormente nuestras notas.
Nuestras secciones se encontraban separadas una gran distancia. Una estaba en Persia, otra en China, la tercera en el Tíbet, la cuarta en Mongolia y la quinta en la India. Nuestros amigos recorrían pues en el invisible distancias del orden de dos mil kilómetros, para tenernos al corriente de los acontecimientos en cada uno de los campos.
El objetivo de mi sección era un pequeño pueblo situado sobre una planicie elevada, mucho antes de los contrafuertes de los Himalayas y a ciento cincuenta kilómetros de nuestro punto de partida. No habíamos llevado ninguna provisión para el viaje. Sin embargo, no nos faltó jamás nada y pudimos siempre alojarnos confortablemente por la noche. Llegamos a destino el quinto día, al comienzo de la tarde. Fuimos saludados por una delegación de gentes del pueblo y conducidos a un alojamiento convenido. Notamos que esta gente trataba a Emilio y a Jast con un profundo respeto. Emilio no había estado nunca en ese pueblo y Jast una vez solamente, después de una llamada de ayuda. En aquella ocasión se trataba de salvar a tres habitantes, que habían sido llevados por los feroces «hombres de las nieves» que habitaban una de las regiones de las más salvajes de los Himalayas.
La actual visita respondía a un pedido similar, que tenía por fin cuidar de los enfermos intransportables del pueblo. Parece ser que «los hombres de las nieves» eran los «fuera de la ley» que han habitado durante largas generaciones las heladas regiones de las montañas y acabado por formar tribus capaces de vivir en las soledades montañosas sin contacto con ninguna forma de civilización. Aunque muy pocos, son muy feroces y belicosos. En ocasiones se llevan a los hombres que han tenido la mala suerte de caer en sus manos y los torturan. Cuatro habitantes del pueblo habían sido llevados en esas condiciones, el resto no sabía qué hacer y habían enviado un mensaje a Jast, que había acudido acompañado de Emilio y de nuestro grupo.
Teníamos curiosidad por ver a esos hombres salvajes, de los cuales habíamos oído hablar mucho, aunque éramos escépticos sobre su existencia. Pensábamos que se formaría una caravana de socorro a la cual podríamos unirnos. Pero esta esperanza fue rota cuando Emilio y Jast nos informaron que irían ellos solos y que partirían de inmediato. Desaparecieron al cabo de unos instantes y no volvieron hasta la noche del segundo día, con los cuatro cautivos en libertad. Estos contaron historias fantásticas sobre sus aventuras y sus extraños secuestradores. Parece ser que esos curiosos hombres de las nieves viven completamente desnudos. Están cubiertos de pelo como los animales y soportan bien el intenso frío de las altas latitudes. Se desplazan muy rápidamente. Se dice, así mismo, que atrapan animales salvajes de la región. Llaman a los Maestros con el nombre de «Hombres del Sol» y cuando estos van a liberar prisioneros no se les resisten.
Fuimos informados que los Maestros habían ensayado muchas veces establecer contacto con los hombres de las nieves, pero fue en vano, a causa del temor que inspiran a estos, Cuando los Maestros iban a verlos, esos salvajes no comían ni bebían, y huían, tanto era su miedo. Habían perdido todo contacto con la civilización, y no vimos que tuvieran contacto con otras razas, entre las cuales tendrían sus ancestros. Su separación del mundo es verdaderamente completa.
Emilio y Jast no quisieron decirnos gran cosa de los hombres de las nieves. No pudimos hacer que nos llevaran a verlos. A nuestras preguntas, respondían con estos comentarios: «Son hijos de Dios como nosotros, pero han vivido tanto tiempo en el odio y el miedo de sus semejantes que han desarrollado sus facultades de odiar y temer. Se han separado así de los otros hombres hasta el punto que han olvidado que pertenecen a la familia humana y se creen las bestias salvajes que son. Llevando las cosas al extremo, han llegado a perder el instinto de las bestias salvajes, ya que estas conocen por instinto a los seres humanos que las aman, y responden a este amor. Es necesario repetir que el hombre solo hace advenir las cosas en las que piensa. Cuando se separa hasta ese punto de Dios y de los otros hombres, puede descender más bajo que los animales. No serviría de nada llevaros a ver a los hombres de las nieves, al contrario, les haría mal a ellos. Tenemos esperanzas de que alguno de ellos se vuelva un día receptivo a nuestras enseñanzas y por ese canal llegaremos a todos».
Fuimos informados de que éramos libres de hacer, por nuestra cuenta, una tentativa para ver a esas extrañas criaturas, que los Maestros nos protegerían de todo mal y podrían probablemente librarnos si éramos capturados. Después del programa establecido para el día siguiente, debíamos partir para visitar un templo muy antiguo situado a sesenta kilómetros del pueblo. Mis dos compañeros decidieron renunciar a esta visita para informarse mejor sobre los hombres de las nieves. Pidieron con insistencia a dos habitantes que los acompañaran, pero ellos se negaron rotundamente. Ninguno quería dejar el pueblo, mientras la presencia de los salvajes creara temor en los alrededores. Mis dos compañeros hicieron entonces la tentativa solos. Recibieron indicaciones de Emilio y de Jast sobre la pista y la dirección que debían seguir, se ciñeron sus armas y se prepararon a salir. Emilio y Jast les habían hecho prometer no matar más que en último extremo. Podían tirar al blanco o al aire para asustar a los salvajes, pero debieron dar su palabra de honor de que no tirarían con la intención de matar,