Conversaciones con José Vicente Anaya. Daniel Terrones. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Daniel Terrones
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786073044103
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a su pueblo, Villa Coronado. Esta es la historia de un chicano y una chicana (ellos siempre se consideraron de nacionalidad mexicana) se enamoraron, se casaron y tuvieron cinco hijos (María, Socorro, Miguel, Ramona y Vicente).

      Otra vez el destino acomoda las cosas de manera mágica, pues mi padre vivió un episodio semejante, aunque en un contexto histórico muy diferente, al de su papá. En San Diego, California, siguió viviendo su hermana Consuelo quien seguido le escribía cartas sugiriéndole que emigrara a los Estados Unidos con toda la familia. Los argumentos de mi tía eran que de esta manera mi padre les proporcionaría algún día a sus hijos educación, la posibilidad de ir a la universidad, cosas por el estilo que no íbamos a tener en un pueblo pequeño como Villa Coronado. Por fin un día mi padre aceptó la sugerencia de su hermana y salimos de Villa Coronado. Aunque ese viaje se dio por etapas, primero nos establecimos en Ciudad Juárez donde mi papá trabajó de obrero y mi hermana mayor, María, trabajó en la taquilla de un cine. Mi abuelo paterno, Miguel, vivía con nosotros.

      Mi madre decía que cuando salimos de Villa Coronado el pueblo tenía como cien habitantes (tal vez no sea exacto, pero sí da cuenta de lo pequeño que era, a pesar de que fue fundado desde el tiempo novohispano). “Todo mundo se conocía entre sí” comentaba mi mamá. He regresado dos veces a Villa Coronado: en el año 2000 fui, acompañado por la gran amiga y poeta de Delicias (ella dice que el gentilicio de la gente que ahí nace es “deliciosa”) María Merced Nájera Migoni; la segunda fue en el año 2015 cuando me hicieron un homenaje como “Hijo Predilecto” de Villa Coronado, organizado por el presidente municipal y como sugerencia del poeta Federico Corral Vallejo, en el contexto del Tercer Encuentro de Escritores Parralenses. Todavía es un pueblo pequeño que se puede atravesar de orilla a orilla en pocos minutos, cruzado por el Río Florido que junto con la presa hacen un oasis de riqueza agrícola en medio del desierto, es hermoso, típico de los antiguos asentamientos del norte, tendrá por lo menos unos 400 años, lo que se muestra por su templo colonial que a su costado incluye una edificación a manera de un convento. Hay ahí una placa que conmemora la estancia del presidente Benito Juárez con su gabinete, cuando tenía que evadir la persecución del invasor ejército de Francia, lo cual quiere decir que durante ese tiempo Villa Coronado fue la capital de México.

      Cuando nos preparábamos para salir de Villa Coronado, yo tenía una amiguita pocos años mayor que yo con quien jugaba mucho. La llamaban “La Chitana”. Estoy seguro que estaba enamorado de ella. Tendría unos ocho años. El día que mi padre anuncio que nos íbamos de Villa Coronado yo le dije: “Sí, pero nos llevamos a La Chitana”. Eso da noticia de que realmente la amaba. Mi papá me contesto: “Pero su papá tiene que darle permiso y no creo que acepte que te la lleves”. Después, diariamente le pedía un peso a mi papá. “¿Para qué quieres un peso?” Me preguntó. “Pues para comprar a la Chitana”. Esta es mi despedida de Villa Coronado. Viene otra vez el asunto de una carreta de caballos que nos condujo a toda la familia, con todo y maletas, a la estación de ferrocarril en la ciudad de Jiménez para viajar en tren a la ciudad de Chihuahua primero y luego a Ciudad Juárez. ¿Qué nos llevamos de las pertenencias?, lo que podíamos, obviamente la vaca no, ni el panal de abejas, ni el noble perro que se llamaba Solovino. Tengo los recuerdos infantiles del Río Florido cuando mi madre anunciaba que iba a lavar la ropa, todos nos íbamos con ella, era algo muy hermoso como ir a un día de campo aunque dentro del mismo pueblo. El río estaba rodeado de árboles como álamos, ahí crecían sandías y otras plantas. Mi padre de pronto cortaba una sandía que estaba a punto. El sabor y la frescura de la sandía en un día caluroso es algo que todavía está en mi mente, como una belleza vivida en Villa Coronado.

      Pues un día tomamos la carreta y nos fuimos sin La Chitana, lo cual lamentaré siempre. Posiblemente unos meses estuvimos en la ciudad de Chihuahua. Hasta que todo se arregló para irnos a Ciudad Juárez. Lo que a final de cuentas hizo mi familia es lo que los sociólogos llaman una “migración del campo a la ciudad”, es decir un cambio de la vida rural por la citadina. Estas migraciones que han hecho las familias desde siempre producen en ellas un fenómeno de pobreza. ¿A dónde se va vivir esa familia, a dónde llega en la ciudad? Pues a un barrio pobre. El barrio donde vivíamos en Ciudad Juárez era de obreros y futuros emigrantes. Tengo las imágenes de ese barrio con casas de ladrillos sin emplastar. Un suceso que se repitió muchas veces fue el de un tarahumara que se paraba ante la puerta y no decía nada. Cargaba un morral grande. Cuando mi mamá lo veía se afanaba en calentar comida y le preparaba unos tacos que le llevaba al tarahumara. Y como agradecimiento, éste abría su costal que estaba lleno de yerbas curativas, mi madre elegía algunas. Julia Soledad aprendió las propiedades curativas de las yerbas enseñada por su mamá. La primera vez que me llevaron a un consultorio médico tendría unos 13 años de edad, antes, todas las otras enfermedades por las que pasé, mi madre me las curó con yerbas. Incluyendo el sarampión, que por cierto lo padecí al mismo tiempo que mi hermana Ramona. Mi madre nos daba yerbas, tés, brebajes, hacia cremas, pomadas con yerbas, miel y azúcar quemada muchas veces para curar las gripas, la tos, mi madre preparaba menjurjes y medicamentos. Bueno ese es un bonito recuerdo, que además yo le atribuyo que mi madre lo aprendió de su madre, por la tradición, que mi abuela y mi abuelo habían heredado de los aprendizajes de la cultura tarahumara…. Tengo una foto de mi abuelo, que por cierto está con cananas y con su fusil haciendo guardia en una puerta que él está vigilando. Yo deduzco que esa puerta pudo haber sido de algún palacio municipal de una ciudad que tomaron los villistas, y que es el ejemplo de cómo mi abuelo llegó a participar en las batallas generales también. Otras historias al final de cuentas. Tuve la oportunidad de platicar con dos hermanos de mi mamá, Candelario y Jesús, sobre todo con el mayor. Jesús toda la vida fue campesino, ejidatario, en una zona que comparten Chihuahua, Coahuila y Durango que se llama La Laguna. Es una zona que se diferencia de esos estados por su actividad agrícola y ganadera. A mi tío Jesús le tocó vivir una de esas falsedades del gobierno de que se les iban a repartir tierras a los revolucionarios y a sus hijos. Le tocó un ejido de tierra pobre, pero en verdad que se trataba de solo una parcela pequeña. Yo llegué a vivir ahí, en ese lugar de mi tío y su familia. Mi tío se quejaba de que cada año pedía un préstamo al Banco Agrícola, y cada año se echaba a perder la cosecha y aumentaba la deuda con el banco, eran trampas del gobierno para que a final de cuentas no prosperaran los ejidatarios. Los ejidatarios nunca prosperaron, el sistema ejidatario complicaba el contrato, la tierra no era propiedad del campesino sino del gobierno, había un documento en que el estado les prestaba la tierra. En el caso de mi tío, él tenía en préstamo una parcela, ahí en La Laguna. Cuando llegué a vivir unos días en la casa-jacal de mi tío me di cuenta que además era una zona paupérrima, mucho muy pobre. Tenía un hijo de mí misma edad que era con el que más me llevaba, mis otros primos eran mayores, estaban casados. Fue en ese momento en que tuve la oportunidad de que mi tío Jesús me contara historias de cuando eran niños él y mi mamá.

      DT. Dices que tu papá se dedicaba a la carpintería y a la fragua.

      JVA. Sí, mi padre terminó siendo un obrero en Ciudad Juárez y en Tijuana. Ya no era el propietario de una fragua en Villa Coronado, que es un nivel económico bueno. De ahí en adelante hasta que nos fuimos a vivir a Tijuana, la labor de mi padre fue la de ser obrero. Igual que en Juárez, en Tijuana vivimos en un barrio de trabajadores, en la Avenida L, calle contigua al Cementerio Número Dos, donde fusilaron a Juan Soldado, se decía que lo acusaron en falso, lo fusilaron siendo inocente, y que por eso tenía el don de la santidad y hacía milagros. En el cementerio ese tiene su capilla donde mucha gente ha dejado testimonios de haber recibido de su parte algún milagro.

      DT. Mencionas en algún lugar que tu padre fue disidente obrero.

      JVA. Ah sí, yo me enteraba escuchando las conversaciones de mi padre. Para trabajar de obrero en Tijuana, estuvo obligado a ser miembro de una organización de trabajadores, esta que se llama croc, que era o es parte de la ctm, creada por el estado mexicano para controlar a los trabajadores. De ahí viene la historia de corrupción de los líderes obreros mexicanos hasta la fecha. Mi padre platicaba a la hora de la comida, en familia, cómo con el líder de la croc había que andarse con cuidado, porque a quienes hacían críticas los mandaba golpear o hasta matar. Los miembros de la croc, para tener