Conversaciones con José Vicente Anaya. Daniel Terrones. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Daniel Terrones
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786073044103
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y yo tenía algo menos de tres años.

      Me voy a alejar por un momento de mi infancia, y voy a platicar la de mi padre. Mi abuelo paterno, Miguel Anaya, estaba casado, vivía y trabajaba en una mina de Parral, Chihuahua (aunque él era de Villa Coronado). Mi padre y sus hermanas habían nacido en Villa Coronado pero la vida matrimonial de mi abuelo y su trabajo hacían que estuviera en Parral. Cuando mi abuela, María Portillo iba a dar a luz por cuarta ocasión (mi padre, Ignacio, era el primogénito, luego nacieron tres niñas: Consuelo, Urbana y Luz). En el cuarto embarazo de mi abuela, el día del parto ella muere, pero la niña vivió. Mi abuelo quedó viudo con un niño y tres niñas en escalera, con un año de diferencia cada uno. En ese tiempo mi abuelo tenía una hermana en San Diego, California. Estoy hablando del tiempo de la Revolución Mexicana. No sé con exactitud el año, mi padre posiblemente nació en 1920. La hermana del abuelo le escribió diciéndole: “¿Qué haces en ese lugar, viudo y con cuatro hijitos, donde hay guerra, hambre y enfermedades? Salva a tus hijos. Vente a San Diego y mientras tú trabajas yo te cuido a tus niños”. Y esa es la razón por la cual mi padre y sus hermanas crecieron en los Estados Unidos. Dicho sea de paso que mi padre y sus hermanas fueron chicanos. Ha de ser por eso que me opongo a esa opinión racista de Octavio Paz, que escribió en su libro El laberinto de la soledad, donde denigra a los hijos de mexicanos que nacen en los Estados Unidos, dice que son “pochos”, que quiere decir “mochos”, porque no son ni mexicanos ni estadounidenses y no hablan bien el español ni el inglés. Después de mi primera lectura de ese libro de Paz, en 1968, me negué a aceptar su juicio equivocado, falso e ignorante que expresa en su “Laberinto”.

      Bueno, esa es parte de la historia por el lado de mi padre. Él vivió allá hasta los veinte años, lo que quiere decir que estudió hasta el nivel de preparatoria. Allá hizo una carrera corta de carpintero. En ese tiempo en los Estados Unidos había ese tipo de enseñanza de tipo técnico, de profesiones pequeñas. De estos carpinteros que son expertos en diferentes maderas, las clasifican, las trabajan y conocen todas sus propiedades porque no es lo mismo trabajar una caoba que un pino y cosas por el estilo. Se les llamaba “carpinteros en ebanistería”.

      Para terminar con esta etapa de la vida de mi padre, cuando él tenía 21 años de edad, era propietario de una troca pick up, y un día un amigo se la pidió prestada. Iba a hacer un traslado de muebles. Cuando le regresa la troca, ésta iba con llantas nuevas. Días después llegó la policía a casa reclamando que la troca tenía llantas robadas y que por eso mi padre tiene que ir a la cárcel. Mi padre nunca aceptó que él se robó las llantas, pero tampoco denunció a su amigo. No lo sacaron del argumento de que él no sabía nada de la misteriosa aparición de llantas nuevas en su troca. Esas llantas habían llegado ahí sin que él se diera cuenta. La policial harta y prepotente, como suele ser, le puso como condición que tenía que aceptar que él las había robado y aceptar que iba a ser enjuiciado y condenado a unos años de prisión, si es que quería optar por la nacionalidad estadounidense, y si no aceptaba haber cometido el delito, lo expulsarían del país. Mi padre optó por la segunda opción, cuando platicaba el suceso siempre repetía: “Gringos hijos de la chingada, yo no les debo nada”. Decidió volver a Villa Coronado, su pueblo de nacimiento.

      JVA. A mi madre, Julia Soledad Leal Bueno, vivió una experiencia semejante a la de mi padre de vivir unos años en los Estados Unidos. Aunque ella llegó adolescente llevada por su hermana mayor, Candelario, quien ya tenía años, casado y con hijos en los Estados Unidos. De ahí se deriva otra historia realmente larga, porque el papá de mi mamá, mi abuelo Jesús Leal, fue guerrillero villista. Hay un corrido que se canta de él. Si ustedes en YouTube buscan el “Corrido de Jesús Leal” lo pueden escuchar, está grabado por más de cinco conjuntos norteños, menos por los Tigres del Norte (risas) porque son muy nuevos. A mi madre le tocan los trastornos de la Revolución Mexicana siendo niña y queda huérfana como a los ocho años de edad, siendo la más chica y con tres sus hermanos (Candelario, Jesús y Juan). A ella le toca ser la zocoyota de la familia. El hermano mayor, Candelario, desde los doce años de edad entró a combatir en la División del Norte, el ejército regular de Pancho Villa. Tal vez con la anuencia de su padre quien ya llevaba una doble vida (normal y clandestina) con su trabajo de caporal en Villa Coronado y su clandestinidad de colaborador en tanto guerrillero para la División del Norte. En su vida regular, mi abuelo trabajaba como caporal que se encargaba del ganado de un hacendado. Como caporal era el jefe de los vaqueros pero clandestinamente también era el jefe de la guerrilla de la que formaban parte él y los vaqueros que simpatizaban con la revolución. Mi madre me platicaba que ella intuía la inclinación de su padre por la revolución y que por eso ella simpatizaba jugando, agitaba una vara y brincando a la vez que gritaba: “¡Yo soy pura maderista, hasta la tierra que piso!”, y de su padre me decía: “Yo no entendía bien por qué mi papá se ausentaba muchos días de la casa pero me ponía muy contenta cuando regresaba”. A veces se ausentaba cuando por su trabajo de caporal llevaban al ganado a las zonas de pastizales para que se alimentaran; pero en otras, entre sus acciones de guerrillas él y sus cómplices mataban una vaca del hacendado y destazada la llevaban alimentar al ejército de Villa o participaban en algún combate (como se supone que sucedió en la única foto que guardo de mi abuelo, donde con sus carrilleras y su fusil hace guardia militar frente a una puerta, que ha de ser el palacio municipal del lugar donde los villistas tuvieron una victoria. Villa combinaba la guerra regular (de un ejército con miles de soldados) con la guerra de guerrillas a partir de grupos pequeños que hacían labor de sabotaje al enemigo.

      En una de las ocasiones en que mi abuelo se ausentó de casa muchos días, la abuela entró en trabajo de parto, al final del cual ella falleció junto con su bebé. Cuando el abuelo regresó se encontró con la noticia de la muerte de su esposa y de quien sería su última hija, a partir de entonces, decía mi mamá, que su padre se puso muy triste, casi no comía ni salía de casa… después de un corto tiempo murió. ¿Cuántas veces él se arriesgó de morir en una batalla, en medio de una balacera? Pero su destino fue el de ser un guerrero que no murió en el campo de batalla, sino que murió de amor. Es un caso muy especial, insólito de verdad… Ojala escuchen su corrido porque también cuenta un suceso muy especial, pues narra que se escapa de la persecución de un militar que andaba en su búsqueda, es decir que su final no es el típico de los corridos en que muere el protagonista. Algún día platicaremos más de ese corrido.

      Mi madre y su hermano Jesús me contaron que siendo niños vieron a Pancho Villa en Villa Coronado, que llegó con pocos hombres, herido de una pierna (tal vez fue cuando la persecución en que lo buscaba Pershing). Que se sentó en el un lugar del centro del pueblo y durante varias horas todos los habitantes literalmente desfilaron para ir a ver al ya entonces famoso y legendario Pacho Villa, con mucha simpatía. En el caso de lo narrado por mi tío Jesús, él me dijo que un día cuando tendría 12 años, jugando con otro amiguito a que eran cazadores, se alejaron mucho del pueblo y se les hizo noche cuando decidieron regresar. En el camino de regreso los detuvieron dos hombres armado con fusiles y los condujeron a un sitio donde había más hombres armados y uno frente a una hoguera, quien los interrogó. Le preguntó su nombre a mi tío y cuando lo dijo le preguntó “¿Y qué es tuyo Jesús Leal?” Al responder que “mi papá”, aquel hombre lo separó del grupo y le dijo: “Fíjate bien en mí… cuando llegues a Villa Coronado le cuentas a tu padre que me viste, me describes, y le comentas que espero verlo tal día en tal lugar a tal hora…” Concluyó mi tío diciéndose asombrado porque aquel hombre que le dio el recado para su padre sería el mismo que veía herido en Villa Coronado, el mismísimo Pancho Villa. Esta anécdota hace ver el conocimiento personal mutuo que tuvieron Villa y su padre.

      Como antes ya había dicho, también Candelario, el hermano mayor de mi madre, andaba en el ejército de Villa, y cuando se decretó la paz y el desarme, mi tío decía que al ver que era mentira lo del reparto de tierra para los campesino, él decidió emigrar a los Estados Unidos en busca de trabajo. Contaba con veinte años de edad. Los otros dos hijos de mi abuelo también se decepcionaron, el más chico, Juan, vagó por el sur del país y así desapareció; el otro, Jesús, vagó por los Estados Unidos donde se convirtió en trabajador agrícola. Candelario se estableció en Lamar, Colorado, cuando se casó decidió ir por mi madre a Villa