Pero ¿cómo construyó el Cid la reputación que le permitió alcanzar todo lo citado anteriormente? Pues poniendo siempre en práctica y sin excepción una serie de principios y valores que entonces eran fundamentales para el honor de un caballero y que contribuyeron de manera decisiva a la creación de su marca personal.
“Y a los que quisieren venir conmigo que Dios se lo pague; y de los que prefieran quedarse aquí, quiero despedirme como amigo”
Hoy en día los valores y atributos se complementan y se consideran esenciales tanto para la imagen de marca de una organización como para la marca personal de un profesional y, en consecuencia, para una gestión empresarial que alcance los objetivos establecidos y proporcione los resultados positivos esperados. En la actualidad no hay empresa que se precie que no dedique tiempo, esfuerzo y capital a definir cuáles son sus valores, difundirlos y realizar las acciones necesarias para que todos aquellos que forman parte de la misma los interioricen y se comporten según esos valores. Son también una excelente guía a la hora de tomar decisiones empresariales, ya que estas deberían concordar con lo que se espera de los valores y atributos definidos. Igualmente hablamos de gestión por valores como una forma de fomentar la motivación e impulsar los buenos resultados empresariales en todos los sentidos.
Cada empresa y cada persona tiene sus valores y atributos que la diferencian. Y a lo largo de la vida profesional pueden evolucionar, adaptándose a los cambios necesarios. Igualmente, a lo largo de la historia de la humanidad algunos de estos valores se han mantenido y otros han cambiado, siempre en función de las creencias, influencias y evolución de cada cultura. En el caso del Cid, podemos decir que, incluso guerreando, siempre fue justo con sus hombres y sus enemigos. Su valor para afrontar las situaciones difíciles y su creatividad para salir airoso de ellas, su valentía en la lucha, su profunda disciplina, combinadas con su intensa capacidad de tolerar los errores y las debilidades ajenas, su honestidad en todos los frentes, su humildad como vasallo de su señor y como señor de sus vasallos, su alta capacidad de comunicación y persuasión, y su magnífica dignidad personal, son algunos de los valores que dieron al Cid una credibilidad sin fisuras y la valiosísima reputación que le puso en el camino del éxito más abrumador.
Si lo dicho anteriormente lo sacamos del contexto de las luchas de la Edad Media y lo trasladamos al mundo empresarial actual, comprobaremos que todo encaja al milímetro. Pensemos en el valor que hace falta para afrontar crisis y situaciones empresariales complejas con valentía y creatividad, algo que todas las organizaciones están viviendo ahora de primera mano; en la gran disciplina que se requiere para alcanzar los objetivos marcados; en la importancia de poseer la capacidad de saber aceptar los errores, tanto propios como ajenos, como una forma de aprendizaje, comprendiendo que cada fracaso nos acerca más al triunfo; en la honestidad y transparencia con las que se debe realizar una buena gestión empresarial; en la importancia de dominar la comunicación para poder transmitir peticiones, ideas y proyectos con claridad y eficacia, así como para ser visto y aceptado como líder; en la humildad, un valor esencial para relacionarse adecuadamente, para aceptar la necesidad de aprendizaje permanente y para ser cada día mejores; en la dignidad y credibilidad que debemos proyectar como personas y profesionales para alcanzar el éxito verdadero. El Cid Campeador así lo hizo y con eso colocó los cimientos de una de las empresas más rentables de la historia: la suya propia, la que comenzó cuando fue desterrado y que con esfuerzo e inteligencia le permitió conquistar grandes territorios, crear un poderoso ejército de profesionales motivados y ganar una inmensa fortuna. Con la credibilidad como bandera y una reputación intachable que le ayudó a construir una sólida marca personal, se convirtió en un líder carismático y admirado que emprendió la conquista de su propio futuro con una visión estratégica fuera de toda duda y un objetivo concreto por el que luchó duramente hasta lograr hacerlo realidad.
“¡A ellos mis caballeros, a ellos!
¡Yo soy Ruy Díaz de Vivar, el Cid Campeador!”
Él supo cómo hacerlo con éxito aprovechando al máximo los recursos con los que contaba. Hoy en día también es posible construir una sólida reputación como líder, una fuerte marca personal como profesional y una sólida imagen de marca como compañía, teniendo en cuenta siempre tres puntos esenciales:
1 En todo momento estamos comunicando
2 Reputación, marca personal e imagen de marca no son lo mismo
3 Lo que nos diferencia es nuestro capital de marca
En todo momento estamos comunicando
Como explicaba Paul Watzlawick, filósofo y psicólogo austriaco nacionalizado estadounidense, en su libro Teoría de la comunicación humana, es imposible no comunicar. Esto significa que todo lo que hacemos y somos comunica algo, transmite valores, atributos y sensaciones a los ojos de los demás y por tanto contribuye a la construcción de la reputación y de la marca personal. La imagen que damos, como empresas o como personas, las acciones que llevamos a cabo, nuestras decisiones, la forma de hablar, de vestir, de comportarnos, el contexto en el que vivimos, trabajamos, nos relacionamos… Cada detalle es percibido por los demás, consciente e inconscientemente, y por tanto influye en lo que comunicamos sobre nosotros mismos y en lo que los demás perciben de nosotros. Por eso se dice que no hay una segunda oportunidad de causar una buena primera impresión, porque todos transmitimos y todo transmite desde el primer momento, los objetos y los animales también. Si lo pensamos, no solo las personas tienen marca y reputación; también la tienen las ciudades, los países, las instituciones, los cargos, los restaurantes, las distintas razas y especies de animales, los coches, los colores… y así hasta el infinito. Porque, aunque no reflexionemos mucho sobre ello, lo cierto es que la comunicación es la base de todo lo que hacemos en nuestra vida, porque todo lo que percibimos y todo lo que hacemos transmite algo y comunica algo.
Imaginemos un día cualquiera de nuestra existencia. Suena el despertador y pensamos: «me quedaría un ratito más». Eso ya es comunicación; nos estamos comunicando con nosotros mismos a través de nuestros pensamientos. Lo que pensamos y nos decimos es lo que se conoce como conversaciones privadas. Bien, entonces por fin nos levantamos y vamos a despertar a los niños, y ya nos estamos comunicando con ellos. Les damos instrucciones para el desayuno, la ducha, la hora para que no lleguen tarde al colegio, etc. Llegamos a la oficina saludamos, leemos los e-mails, los respondemos, escribimos otros, hacemos una llamada, mandamos un WhatsApp, explicamos un proyecto en una reunión, recibimos un encargo, pedimos a nuestro equipo que haga algo, solicitamos una información, recibimos instrucciones, las damos, enseñamos, preguntamos, emitimos juicios, preparamos un informe, leemos un dossier, rebatimos una propuesta… Todo eso y cualquier otra cosa que podamos pensar y hacer es comunicación. Y alrededor de todo eso y de todo lo que hacemos cada día de nuestras vidas siempre hay comunicación. Siempre estaremos transmitiendo impresiones, sensaciones, ideas a nosotros mismos y a los demás, del mismo modo que los demás siempre nos las estarán transmitiendo a nosotros. Incluso cuando soñamos nos estamos comunicando: con nosotros y con los protagonistas de nuestro sueño. Por eso la comunicación es la base de todo lo que hacemos 7 días a la semana, 24 horas al día y 365 días al año y «es imposible no comunicar y todo comportamiento es una forma de comunicación». Esa es la razón de que la comunicación sea quizá la habilidad, la competencia, el recurso más importante en la vida, y desde luego lo es en el liderazgo y en el emprendimiento. Cuando interiorizamos el significado real de esta idea estamos también dando el primer paso hacia una marca personal eficaz y clara, que podrá contribuir muy positivamente a generar la reputación necesaria para tener éxito en cualquier proyecto que emprendamos.
Otro aspecto que hay que tener siempre en cuenta es que la comunicación no se reduce solo a la palabra. La comunicación puede ser verbal y no verbal; por eso todo lo que vemos y percibimos transmite y comunica algo, aunque no sea verbalmente. En los años 70 del pasado siglo, el psicólogo Albert Mehrabian estableció que cuando lo que decimos no está alineado con lo que nuestra comunicación no verbal muestra a los demás, el peso que tiene lo no verbal