—¿Qué? ¿Yo? ¿Una rata? El sudor le caía por las axilas, empapando su camiseta negra. Siempre vestía de negro. Como miembro del NPM, abreviatura de Nacidos Para Matar, parecía una elección acertada. El negro oculta las manchas de sangre.
—Sí, naciste en 1996, ¿verdad? Año de la Rata de Fuego Yang. Te hace ambicioso, trabajador y ahorrador, con muy buena intuición. Este es tu año... si no lo arruinas. Acto seguido le hizo un gesto sacando la lengua… El tío sacudió lentamente la cabeza ante la gran tragedia. “Los jóvenes de hoy. Desperdiciados. Piensan que todos esos artilugios elegantes los convierten en algo. Creen que pueden comprar las respuestas. Te hace idiota si dejas que todo el mundo conozca tus asuntos”.
El estómago de Tommy se revolvió una vez y se tranquilizó. El Tío no dio nada, aunque Tommy sospechó que el hombre sabía muy bien lo que estaba haciendo. Se olvidó de la camarera, y en su lugar prestó toda su atención a su tío. Su tío podía estar anclado en el pasado, con su blanqueo de dinero y su comercio de pieles y su tonta aversión a todo lo tecnológico. Incluso insistía en seguir haciendo todos los negocios cara a cara. Pero el nombre del tío tenía mucho peso en Chinatown y, sin la conexión familiar, Tommy comprendía que se quedaría fuera del negocio. Sí, tenía que mantener al tío a bordo, tenía que demostrar su propia buena voluntad ahora más que nunca, trabajando para que no se le notara la emoción en la cara al recordar la reciente llamada telefónica con su potencial para cambiar su vida. Podría ser mi boleto de oro. Entonces veremos cuánto apesta la tecnología. Hazme un león, no una rata, viejo.
El hombre del teléfono quería ideas más jóvenes y nuevas, y le dijo a Tommy que había oído que era la estrella más brillante de la organización de su tío. Sí, tenía muchas grandes ideas, y pensó en la frecuencia con la que su tío, anquilosado en el pasado, le había puesto trabas a sus ideas antes de que pudiera opinar. No está bien. El hombre del teléfono también le había animado mucho, diciéndole a Tommy que podía llegar lejos, todo lo lejos que quisiera con su apoyo. El estómago se le revolvió de emoción. Un día, quizá pronto, Tommy sería el gran hombre de Chinatown. Al que todo el mundo acudía, con las cabezas inclinadas con respeto. Mientras tanto, tenía que tener cuidado, tal como el tío le había advertido. Tenía que ser visto para hacer lo que el tío quería. Ser más inteligente que Confucio. Incluso si apestaba.
“Tengo un trabajo importante para una rata de fuego que sabe manejarse”. El tío cerró la tapa de su libro, lo dejó a un lado y tomó un sorbo de su té verde de la frágil taza de porcelana, sus manos en forma de garra se apretaron alrededor de ésta.
Tommy asintió con la cabeza, sin confiarse a la hora de hablar.
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