¿Morirme yo? No, gracias. Joan Carles Trallero. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Joan Carles Trallero
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788416372904
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      Joan Carles Trallero

      ¿Morirme yo?

      No, gracias

      Aprendizajes de vida de la mano de la muerte

      Índice

       Introducción Cómo he llegado hasta aquí

       ¿Morirme yo? No, gracias Aprendizajes de vida de la mano de la muerte

       La gran negación

       El miedo toma el control

       Medicalizando la vida

       ¿Qué me pasa, doctor?

       En soledad

       Mi salud es mi responsabilidad

       ¿De dónde procede mi dolor?

       Una revolución llamada acompañar

       ¿Permiso para emocionarse?

       Dignidad en el vivir, dignidad en el morir

       Atreverse a pensar

       Todo pasa

       Al final, ¿quién decide?

       El arte de despedirse

       La esperanza y lo sutil

       Y al final, ¿por qué no soñar?

       Un regalo llamado morir en paz

       Cambio de paradigma

       Epílogo

       Sobre el autor

       Sobre el libro

       Créditos

      A todas las personas que desde su sabiduría,

      desde su sufrimiento, o desde ambos lugares

      al mismo tiempo, me enseñaron que el ‘estar’

      puede ser mucho más valioso que el ‘hacer’.

      Introducción

      Cómo he llegado hasta aquí

      Siempre quise ser médico. Al menos desde que guardo memoria de pensar con un mínimo de seriedad la clásica pregunta de qué quería hacer cuando fuese mayor. Tampoco sé muy bien por qué anidó esa idea en mí. No recuerdo soñar de niño con descubrir una vacuna milagrosa contra la malaria ni con hallar el remedio definitivo contra el cáncer. Tampoco tuvieron nada que ver ni el presunto estatus social que podría alcanzar ni la garantía de prosperidad económica, afortunadamente, porque entonces el fiasco hubiera sido de campeonato. No lo sé. Sí recuerdo vagamente que admiraba la dedicación de algunos de los médicos que habían dejado su impronta en mi familia: un pediatra al que mi madre veneraba literalmente, que desprendía seguridad y aplomo cuando nos venía a ver a casa, y al que tanto yo como mis hermanos temíamos porque en aquella época casi todo se solucionaba a base de algún tipo de inyecciones, y también un médico internista que se ocupaba de mis padres y que era otro ejemplo de profesionalidad, sabiduría y dedicación. Tal vez sería eso. O tal vez había algo más, aunque entonces yo no era capaz de identificarlo.

      Desde la perspectiva que otorgan los años, tengo la sensación de que mi interés por la biología y por la ciencia era entonces algo forzado. Leía artículos científicos asequibles (mi padre tenía mucha curiosidad por ellos) y seguía en sus andanzas a algunos amigos de la escuela que como yo aspiraban a ser médicos y en los que aquel interés sí era natural. Aunque prefería las ciencias a las letras, y eso lo sentía con claridad, y aunque era un buen alumno que en general obtenía notables calificaciones, curiosamente (o no tan curiosamente), los mejores destellos de brillantez los mostré en materias que no eran de ciencias. Honestamente creo que no me apasionaba ninguna de todas aquellas asignaturas, aunque a aquella edad supongo que eso le sucedía a la mayoría.

      Cuando ya se acercaba el momento de la verdad y la universidad asomaba en el horizonte, una preocupación me asaltaba e inquietaba. No soportaba la visión de la sangre, ni en las películas, ni mucho menos en la vida real. Solo imaginarlo me producía horror, y contemplarlo me provocaba mareos y algún que otro desplome. Y con esa tara, ¿cómo iba yo a ser médico? Para tratar de superarme, acompañaba en sus escapadas al hospital Clínico a mis ya mencionados amigos, que se colaban en un anfiteatro que daba a una cúpula de cristal bajo la cual había un quirófano. El lugar estaba presumiblemente destinado a profesionales o a estudiantes, pero no a jovenzuelos como nosotros. Cuando el bisturí iniciaba su cometido, yo tenía que hacer un esfuerzo sobrehumano para permanecer allí. A ratos dejaba de mirar para calmar mi temor y atenuar el vahído, pero aguantaba, aunque solo fuera para no hacer el ridículo ante mis colegas. La experiencia no me libró de mis miedos (que se reprodujeron en las salas de disección ya en el primer curso de Medicina).

      Llegó el momento de dejar el colegio. Recuerdo muy bien una escena. Mis padres y yo teníamos una reunión con el director de COU, último curso escolar en aquella época. Él era además el profesor de filosofía, brillante profesor, por cierto, y sacerdote. Fue una persona que me ayudó mucho y lo siguió haciendo años después en mi trayectoria personal. Aquella era una reunión de despedida y cierre, con el pretexto de comentar los resultados de la selectividad y hablar sobre mi futuro. Yo lo tenía claro, y mis padres también. Sería médico. La nota me permitía pasar el corte sin problemas y entraría en la facultad que quisiera. Creo que él sufrió una decepción, consideraba que yo estaba mejor cualificado para algún tipo de carrera humanística, aunque no hizo ningún tipo de presión y validó mi elección. Pero al marcharnos me dijo algo parecido a lo siguiente: “No dejes de leer y cultivarte, tienes otros dones que no debes dejar de lado”. Entonces no lo entendí. Pensé que se equivocaba, que mi vocación era imbatible y venía de lejos, y que a mí eso de las letras no me iba. Con los años he comprendido que no se equivocaba.

      