Ya no te llamarán abandonada. Luis Alfonso Zamorano López. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Luis Alfonso Zamorano López
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9788428835053
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en ocasiones con regalos o expresiones de cariño. El abusador tratará de convertirse en una figura paterna más. Se vale de juegos, obsequios para engatusar a los niños y captar su atención, buscando la ocasión para quedarse a solas con el menor. El niño lo detecta como algo natural, sin llegar a ver el grave peligro que le amenaza.

      Para hechizar a su víctima, el abusador se sirve de la mirada, el tacto y la palabra. Para Perrone y Nannini, citados por las autoras del informe UNICEF, la mirada del abusador sexual, al carecer de palabras explícitas que la acompañan, favorece la confusión respecto a lo que verdaderamente significa: «Es frecuente escuchar a los niños víctimas de abuso sexual describir el impacto y el poder de la mirada de los ofensores sexuales. Algunos incluso la describen como la capacidad para hipnotizarlos». En cuanto al tacto, los contactos físicos generan confusión cuando están asociados al juego o al cariño como modo de acceder al cuerpo del niño. La palabra, finalmente, «será el vehículo por medio del cual el ofensor generará no solo amenazas, sino distorsiones cognitivas en el niño a través de la tergiversación del sentido de sus acciones» 5.

      Cuando se llega a concretar el primer abuso, no es porque al abusador le haya sobrevenido una calentura imprevista y repentina; él, como un cazador, que poco a poco va acorralando a su presa, lo tiene todo pensado y premeditado.

      Estamos ya a un paso de la interacción sexual abusiva. Aquí, el abusador, de forma gradual y progresiva, comienza a realizar persistentemente con la víctima actos que le satisfacen sexualmente. Generalmente, en un principio, estos actos van desde la exposición de los genitales por parte del abusador, o mirar los de la víctima, hasta tocar y hacerlos tocar, incluyendo la masturbación. También todo lo referente a exponer al niño o la niña a situaciones sexuales que no corresponden a su edad, como la exposición de material pornográfico, comentarios y relatos eróticos, etc. En una fase más avanzada y crónica, el abuso deriva en sexo oral, en penetración (con objetos, anal o vaginal) y otras aberraciones inimaginables.

      En el caso, por ejemplo, de las víctimas de Karadima, este proceso es también muy evidente. Tanto Hamilton como Cruz reconocen que en su infancia y adolescencia padecieron una carencia significativa de la figura paterna. El abusador suele centrarse en niños que no reciben la suficiente atención en casa, que sufren carencias emocionales o hijos de padres solteros que no les pueden dedicar el suficiente tiempo. Karadima aprovechó muy bien esa carencia para ofrecerse como el papá que no habían tenido; ellos afirman que se autoadoptaron como sus hijos, fascinados ante el hecho de que semejante personaje, tan importante y con tanta fama de santidad, se fijara en ellos, que eran unos pobres «cabros» –chavales–, y los invitara a ser parte de su círculo más íntimo. Y es que, en contra de lo que la gente suele pensar, el abusador puede llegar a ser un tipo encantador. Con su carisma, su simpatía, su grandilocuencia, y desde su rol de sacerdote con fama de santidad, que decía haber sido discípulo del P. Hurtado, es capaz de «encantar», hechizar, embrujar a sus víctimas, haciéndolas incondicionalmente dóciles a sus caprichos y perversiones. El mismo James Hamilton, en la entrevista ya señalada, comenta con mucha lucidez:

      Tardas en reconocer que por lo menos [el abuso] es algo inadecuado. Y tienes que volver a reubicarlo en la casilla de lo que está bien o mal… Acá, lo impresionante es que te borran el sistema valórico. Estoy seguro de que [quienes rodean a Karadima y lo defienden] son buenas personas, pero con un servilismo brutal… el abuso psicológico es brutal.

      Desde aquí me atrevo a afirmar que muchos que defendieron a capa y espada al P. Fernando Karadima, que se la jugaron por su inocencia y pusieron la mano en el fuego por él, en el fondo lo hacían desde su condición de ser también víctimas. Así, Mons. Juan Barros – cuyo nombramiento como obispo de Osorno traería tanta polémica–, Mons. Andrés Arteaga, el P. Esteban Morales y muchos otros, aunque no hayan sufrido abusos sexuales –al menos que se sepa– por parte de Karadima, en mi opinión sufrieron un verdadero lavado de cerebro en el que perdieron todo –o casi todo– juicio crítico hacia «el santo». Sus actitudes y acciones eran incuestionables. Es más que probable que ellos también hayan sido víctimas abusadas en su conciencia y manipuladas. Por lo mismo, aunque vean, no ven. O, si ven, se minimiza, se quita importancia o se justifica. El fenómeno de vampirización, en el fondo, tiene semejanzas con lo que sucede en el enamoramiento patológico. Se idealiza y se encumbra tanto a la persona amada y admirada que no se ven los defectos o, si se perciben, no se les da importancia. Si más tarde se produce una apertura de ojos, esta suele ser dolorosa, y la persona suele recriminarse haber sido tan tonta de haber confiado tan ciegamente y haberse dejado manipular. No solo tiene que afrontar el posible perdón hacia su abusador, sino sobre todo hacia sí misma por no haberme dado cuenta antes. Ahora bien, si con el tiempo y ante tantas evidencias no reaccionas, terminas pasando de víctima a cómplice, que es lo que, en mi opinión, y seguramente sin quererlo, les ha pasado a algunos de los más cercanos colaboradores de Karadima.

      2. ¿Cómo es que las víctimas no hablaron antes? La imposición del secreto

      El abusador sabe que lo que está haciendo no es adecuado, y es un delito. Por eso buscará el secretismo e impondrá la ley del silencio: «Este es nuestro secreto, solo entre tú y yo… nadie más lo sabrá…». Además, el niño tiene la convicción impuesta de que sus vivencias son incomunicables. El abusador manipula el poder y carga a la víctima con la responsabilidad del secreto, lanzando mensajes a su víctima, como: «Nadie te creerá; iré a la cárcel, y tú, al reformatorio; tu mamá se morirá de pena», etc. El niño o adolescente termina aceptando el silencio como una manera de sobrevivir; suelen entrar en la dinámica del chantaje, con lo que obtienen favores, regalos y privilegios por parte del abusador. Esto «aumenta el círculo infernal que permite la desculpabilización del abusador y, al contrario, aumenta la culpabilidad y vergüenza de la víctima» 6. Ahora podemos ya entender por qué en muchos casos pasan años antes de que la persona abusada pueda romper su silencio. El caso paradigmático de James Hamilton, que estamos siguiendo, es muy iluminador en este sentido. Escuchémosle de nuevo:

      No tenía duda de que la culpa era mía, porque una persona con tanta fama de santidad, con tantas vocaciones, sacerdotes, obispos, ¡qué sé yo!, no puede hacer mal. Lo que pasa es que él tiene una debilidad provocada por mí… Hay algo diabólico en uno que genera en él una debilidad que no puede tolerar. Por tanto, yo soy el culpable; ahí entras en la magia de todo este tema: yo soy malo y él, que es el representante de Dios, quien me puede absolver de mi maldad. De esta forma logra tener absoluto control sobre uno. Me di cuenta a los 39 o 40 años, después de tres años de terapia… Tardas en darte cuenta de que no eres culpable, sino víctima.

      Recuerdo también el caso de Estrella, la mujer con la que comenzábamos el libro. Fue abusada por dos de sus primos. El primer abuso sucedió cuando apenas tenía cinco años. Su manera de explicar el abuso era: «Llegué a la conclusión de que algo había en mí que hacía que los hombres de mi familia no pudieran contenerse. Me decía a mí misma: “Debe de ser que yo soy quien les provoco”».

      El silencio del niño no solo protege al abusador, sino a sí mismo y a su familia. El informe que ya hemos citado de UNICEF Uruguay afirma que, en el caso del ASI intrafamiliar, lo primero que se puede decir es que siempre desata un conflicto de lealtades:

      Si quien abusa es un padre, están en juego las relaciones afectivas de los otros hijos y la madre. Si quien abusa es un abuelo o un tío, está en juego el universo emocional del progenitor relacionado con quien abusó. No hay forma de que el descubrimiento del abuso sexual intrafamiliar no desate una fuerte e inevitable turbulencia emocional. Por otro lado, el abuso intrafamiliar produce un mayor nivel de rechazo social, pero también de negación. Si socialmente ya cuesta entender que pueda haber una persona que se sienta atraída sexualmente por los niños, y que no tiene necesariamente que ser un enfermo ni estar «loco», cuando se trata de un abuso sexual intrafamiliar, mucho más 7.

      Esta es una de las principales causas por las que el ASI, sobre todo cuando es intrafamiliar, es tan poco denunciado. En muchos tribunales, desgraciadamente, este silencio se ha interpretado como complicidad del niño con