Breve historia de la Arqueología. Brian Fagan. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Brian Fagan
Издательство: Bookwire
Серия: Yale Little Histories
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9788417893194
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de la época se encargaron de caricaturizar a los cavernícolas y armarlos con pesados garrotes. Se necesitaba encontrar más fósiles para establecer hasta los detalles más básicos de la evolución humana.

      Poco a poco comenzó a hablarse de un «eslabón perdido» entre simios y humanos, entendiendo dicho eslabón como el último ancestro humano. Muchas personas creían que Darwin estaba en lo cierto cuando afirmaba que el eslabón se encontraría en África ecuatorial. Si la mayoría de los simios había aparecido ahí, era lógico suponer que los humanos también. Sin embargo, el descubrimiento de fósiles humanos más importante después de los neandertales surgiría en otro lugar.

      Eugène Dubois (1858-1940) era un médico holandés obsesionado con los orígenes humanos. Él creía que nuestros ancestros provenían del sudeste de Asia, donde muchos simios se habían encontrado. Dubois estaba tan obsesionado en encontrar una prueba de ello que buscó un empleo como oficial médico del gobierno en Java, en 1887. Durante los siguientes dos años exploró pacientemente las canteras del río Solo, cerca del pequeño pueblo de Trinil. Ahí desenterró la bóveda craneal, el fémur y el diente molar de un humano simiesco. Nombró a su descubrimiento Pithecanthropus erectus, que significa «hombre-mono erguido»; no obstante, se le conoció popularmente como el «Hombre de Java». Era, afirmó, el eslabón perdido entre simios y humanos. Hoy se le conoce como Homo erectus.

      La comunidad científica europea se burló de las declaraciones de Dubois, en parte porque todos los fósiles de humanos primitivos que se habían descubierto hasta la fecha provenían de Europa. Los científicos se mofaron de él. Estaban hipnotizados por los neandertales y su «aspecto» primitivo. Dubois estaba desolado. Regresó a Europa y, se dice, escondió los fósiles debajo de su cama.

      A finales del siglo XIX, para la mayoría de las personas, los neandertales se habían convertido en los cavernícolas encorvados y salvajes de las caricaturas de los periódicos. Por otra parte, los científicos se obsesionaron con el importante «descubrimiento» de Charles Dawson, abogado y buscador de fósiles, hallado en una cantera en Piltdown, al sur de Inglaterra, en 1912.

      Dawson también proclamaba haber encontrado el «eslabón perdido»; sin embargo, se trataba de una falsificación realizada con una calavera medieval y una quijada de un humano de quinientos años a la que le habían añadido cuidadosamente dientes fosilizados de chimpancé y barnizado todos los huesos con una solución de hierro para darle un aspecto antiguo. Es muy probable que Dawson, desesperado por lograr el reconocimiento por parte de la comunidad científica, cometiera este indignante fraude.

      Sabía que los científicos de la época creían que el desarrollo de un cerebro grande precedía a la alimentación variada de los humanos modernos. De tal manera (se sospecha), creó discretamente un fósil humano con un cráneo grande a partir de la anatomía de una persona moderna y, posteriormente, añadió los dientes de chimpancé modificados para confeccionar al primitivo «Hombre de Piltdown».

      Aunque pueda parecer sorprendente nadie puso en duda el descubrimiento. No obstante, es justo recordar que en aquella época no existían las herramientas analíticas que permitieran verificar su antigüedad. Finalmente, un análisis químico desenmascaró la falsificación en 1953. De cualquier manera, ya entonces, otros fósiles encontrados en África y en China habían puesto en tela de juicio al Hombre de Piltdown, el cual no guardaba ninguna semejanza con aquellos.

      El Pithecanthropus erectus de Dubois había quedado relegado al olvido hasta que en la segunda década del siglo XX una investigación geológica china excavó en una cueva profunda en Zhoukoudian, en el sudoeste de Pekín. En este lugar arqueológico un investigador de campo sueco y el estudioso chino Pei Wenzhong desenterraron huesos humanos. El espécimen era aparentemente idéntico al hallazgo que Dubois había descubierto en Trinil. Poco tiempo después, las dos formas de Pithecanthropus se agruparon bajo la clasificación de Homo erectus, «el hombre erguido».

      A pesar de los descubrimientos de los Neandertales y del Homo erectus, aún quedaban enormes vacíos en la historia del pasado. Muchos miles de años separaban las hachas de piedra de Hoxne y del valle de Somme de los fósiles de los humanos posteriores y de las zonas arqueológicas más recientes, como Stonehenge. Nadie podía fechar ni los fósiles de Dubois ni los del valle de Neander. Las gavetas de los museos repletas de herramientas de piedra sin fechar eran todo lo que llenaba el vacío entre los fósiles de Java y los de los Neandertales. Lo único que mostraban era que la tecnología se había vuelto más compleja a lo largo del tiempo, pero solamente eso.

      Una de las preguntas más urgentes era quiénes habían sido los primeros humanos. Otra era cómo habían convivido estas sociedades humanas tan disímiles entre sí.

      Las teorías de la evolución social humana aparecieron de forma notable en la obra del científico social Herbert Spencer (1820-1903). Su trabajo se desarrolló en una época de industrialización acelerada y de grandes cambios tecnológicos. No es de sorprender que Spencer llegara a la conclusión de que las sociedades humanas se habían desarrollado desde formas simples a otras más complejas y diversas. Esta teoría permitió a los arqueólogos imaginar un progreso ordenado de las simples sociedades antiguas a las sociedades complejas modernas.

      Pero… ¿cómo habían sido las sociedades antiguas? Spencer escribía en una época en la que la información sobre las sociedades no occidentales de África, América, Asia y el Pacífico comenzaban a divulgarse. A través de las descripciones de exploradores sobre tribus desconocidas en ese momento, así como por los trabajos de Catherwood, Stephens y otros, se podía fácilmente imaginar una pirámide del progreso. En la base estaban los Neandertales y las sociedades cazadoras, como los aborígenes de Australia y Tasmania; más arriba, las sofisticadas civilizaciones de los aztecas, mayas y camboyanos. En la cima estaba, por supuesto, la civilización victoriana.

      Las personas trataban de colocar los fósiles humanos y los hallazgos arqueológicos en un entorno que les fuera fácil de entender y que les diera sentido. Las teorías del progreso humano ofrecieron un marco conveniente para el pasado desconocido que los arqueólogos habían descubierto. Sin embargo, algunos estudiosos dieron un paso más allá.

      Sir Edward Tylor (1832-1917), otro científico inglés pionero en antropología, concibió tres fases de las sociedades humanas: salvajismo (sociedades de caza-recolección), barbarie (sociedades agrícolas simples) y civilización. Para el público victoriano, que creía fuertemente en el progreso tecnológico como marca de la civilización, esta perspectiva simple y gradual del pasado era muy atractiva. ¿Y quién puede juzgarlos? En aquella época, más allá de los ajustados confines de Europa, no se sabía nada sobre la arqueología. Estas teorías simplistas reflejaban el común acuerdo de que la civilización del siglo XIX representaba la alta cúspide de la historia de la humanidad. Hacia la década de los sesenta y setenta del siglo XIX, la evolución del género humano se antojaba gradual y ordenada.

      Sin embargo, todo iba a cambiar cuando los descubrimientos arqueológicos en África, América y Asia revelaran un mundo prehistórico más diverso y fascinante.

      9

      LAS TRES EDADES

      A principios del siglo XIX, la arqueología europea era un misterio confuso. Para la mayoría de los estudiantes del pasado europeo, la verdadera historia se iniciaba con Julio César y los romanos. Por supuesto, esto era una tontería, pues había muchas otras zonas arqueológicas más antiguas. Sin embargo, todo lo que fuera anterior al césar era un revoltijo de descubrimientos apilados en los museos y en colecciones privadas: hachas de piedra pulida, espadas de bronce y otros elaborados ornamentos. El caos de restos y sitios arqueológicos no tenía coherencia histórica.

      Las Sagradas Escrituras, que se usaban comúnmente como fuentes históricas, no ofrecían ninguna respuesta. ¿Cómo se podría crear un marco teórico para el pasado remoto? ¿Habían sido diferentes los pueblos que habían utilizado herramientas