—Ha entrado y se ha sentado en la cama, cerca del armario, y ha llamado a alguien y yo estaba muy asustada por si me veía, porque la puerta estaba un poquito abierta, pero he pensado que si intentaba cerrarla ella me vería, así que me he quedado quieta.
—Vale.
—Y primero ha hablado con una persona y luego se ha puesto a hablar con otra y...
—¿Ha colgado y ha llamado a otra persona?
—No, ha sido como si tuviera otra llamada mientras hablaba con la primera persona, y cuando estaba hablando con la segunda persona, entonces es cuando supongo que me ha oído respirar en el armario y ha dejado de hablar y ha abierto la puerta y se ha enfadado muchísimo y me ha dicho que saliera de allí.
—No tendrías que haber entrado en su habitación sin su permiso —dije—, y menos aún en su armario. Son lugares privados.
—Tú también estás enfadado conmigo.
—No, solo te lo digo. ¿Qué te ha dicho entonces?
—Me ha preguntado si la había estado escuchando.
Antes de que me diera cuenta ya habíamos llegado a Devon, así que torcí a la izquierda por Naugatuck e inicié la ruta de regreso por Milford Point Road.
—Seguramente la señora Slocum no habría dicho lo que habrá dicho al teléfono si hubiera sabido que había alguien más en la habitación.
—Sí, eso seguro —masculló Kelly.
—¿Qué? —pregunté—. ¿De qué estaba hablando?
Me miró.
—¿Quieres que te diga lo que ha dicho? ¿Aunque se supone que no tendría que haberlo oído? ¿No sería eso como si tú también la hubieras escuchado a escondidas?
Negué con la cabeza.
—Está bien, lo que ha dicho no es asunto mío —admití—, igual que tampoco era asunto tuyo. Pero lo que quiero saber es, en general, ¿de qué hablaba? ¿Por qué se ha enfadado tanto al darse cuenta de que la habías oído?
—¿Con la primera persona o con la segunda?
—Con las dos, supongo.
—Porque no se ha enfadado con la primera persona. Se ha enfadado con la segunda.
—¿Con la segunda llamada? ¿Se ha enfadado con la segunda persona?
Sí con la cabeza.
—¿Sabes quién era?
No con la cabeza.
—Pero ¿qué le decía?
—No puedo decírtelo —repuso Kelly—. La señora Slocum me ha dicho que no se lo dijera a nadie.
Sopesé esa información. Kelly había escuchado a escondidas una conversación que no tendría que haber oído. Lo que Ann Slocum tuviera que decir por teléfono tampoco era asunto mío, pero, al mismo tiempo, necesitaba llegar al fondo del asunto. Necesitaba saber si la reacción de Ann estaba dentro de lo razonable o si había cruzado una línea.
—Vale, no nos preocupemos de qué es lo que ha dicho exactamente al teléfono, pero ¿qué te ha dicho a ti después?
—Me ha preguntado cuánto tiempo llevaba ahí escondida, y luego me ha preguntado si había oído lo que había dicho por teléfono y yo le he dicho que no, que casi nada, aunque no es del todo verdad, y luego me ha dicho que no tendría que haber hecho eso y me ha dicho que no le podía contar a nadie nada de lo que había estado diciendo.
—¿Ni a mí?
—No, a nadie. Me ha dicho que no podía contárselo a Emily y que tampoco podía contárselo al señor Slocum.
Eso sí que era interesante. Una cosa era que Kelly hubiera oído algo que era asunto de la familia Slocum, y que no quisieran que se hablara de ello fuera de su casa; pero, por lo visto, parecía que lo que había oído mi hija era algo bastante más concreto.
—¿Te ha dicho por qué?
Kelly toqueteó su mochila.
—No. Solo que no lo contara. Me ha dicho que, si alguna vez se lo contaba a alguien, no dejaría que Emily y yo siguiéramos siendo amigas nunca más. —Le temblaba la voz—. No tengo muchas amigas y no quiero que Emily deje de ser amiga mía.
—Claro que no —dije, intentando con todas mis fuerzas ocultar la ira que sentía hacia la insensibilidad de Ann Slocum. Kelly acababa de perder a su madre, por todos los santos—. ¿Qué ha ocurrido después?
—Se ha marchado.
—¿De la habitación? ¿Se ha marchado de la habitación? —Sí con la cabeza—. ¿No os habéis marchado las dos? —No con la cabeza—. Espera un momento. Se ha puesto hecha una furia porque estabas escondida en su habitación y ¿luego tú te has quedado sola ahí dentro? ¿Por qué has hecho eso?
—Me ha obligado. Me ha dicho que me quedara allí porque ella tenía que pensar lo que iba a hacer conmigo. Me ha dicho que era como un tiempo muerto, y se ha llevado el teléfono.
Sentí un hormigueo por todo el cuerpo. ¿En qué narices estaba pensando esa mujer?
—Entonces te he llamado —dijo Kelly—. Me he guardado el móvil en el bolsillo justo antes de que la madre de Emily abriera la puerta, así que no sabía que tenía teléfono.
—¿Cómo es que llevabas el móvil encima?
—Cuando Emily abriera la puerta para encontrarme, yo gritaría: «¡Sorpresa!», y luego quería ver cómo gritaba por el vídeo.
Sacudí un poco la cabeza.
—De acuerdo, o sea, que cuando ella se ha marchado de la habitación y te ha dicho que te quedaras allí es cuando tú me has llamado. —Asintió con la cabeza—. Has sido muy lista. Cuando ha salido de la habitación, ¿ha cerrado con pestillo?
—No lo sé. Ni siquiera sé si tiene pestillo, pero la señora Slocum me ha dicho que no me moviera y yo no quería meterme en más líos, así que me he quedado allí quieta. Pero no me ha dicho que no pudiera llamarte, así que te he llamado. Pero luego he pensado que a lo mejor se volvía a enfadar muchísimo, así que por eso te hablaba tan bajito. Cuando has llegado, he oído que el señor Slocum me llamaba y es entonces cuando he salido.
—Tesoro, lo que ha hecho la madre de Emily ha estado mal. Es verdad que tú no tendrías que haber estado ahí dentro, en su armario, pero ella no tendría que haberte castigado así. Pienso hablar con ella mañana.
—Pero entonces sabrá que te lo he contado y Emily ya no podrá ser mi amiga nunca más.
—Ya me aseguraré yo de que eso no suceda.
Kelly sacudió la cabeza con mucho ímpetu.
—A lo mejor se enfada más aún.
—Tesoro, la madre de Emily no te va a hacer daño ni nada parecido.
—Pero a lo mejor te hace daño a ti.
—¿Cómo? ¿Qué es lo que va a hacerme?
—A lo mejor te mete una bala en el cerebro —dijo Kelly—. Eso es lo que le ha dicho que iba a hacerle a la persona con la que hablaba.
Capítulo 9
En cuanto Glen Garber se marchó con su hija, Darren Slocum le dijo a Ann:
—¿A qué coño ha venido todo eso?
—No lo sé. Se encontraba mal, se ha ido a su casa. Es una niña. Seguramente ha comido demasiadas porquerías. O a lo mejor echa de menos a su madre, yo qué sé. —Cuando se volvió para alejarse de su marido, él la agarró del codo.
—Suéltame —exigió Ann.
—¿Qué