Ahora nos damos cuenta que por obra de las biotecnologías que iniciamos hace unos 10.000 años, la vida ha dejado de ser exclusivamente un hecho natural para pasar a convertirse en un hecho tecnológico-cultural. Estamos viviendo la culminación de este largo proceso.
La misma alteración del entorno físico ha dejado de ser estrictamente „natural“ y es por eso que los Geólogos decidieron denominar a esta nueva era „Antropoceno“, porque los efectos de la intervención humana se pueden observar en las piedras y en las montañas, en los mares y en los bosques. Estamos pues en una nueva frontera teórica e histórica.
Para los “trans-humanistas” este proceso es coherente con la evolución de la Humanidad y alcanzará su apogeo con el triunfo de la Inteligencia Artificial. Según este punto de vista deberíamos entonces aceptar que la nueva cultura tecnológica es la consecuencia lógica e inevitable de la “finalización” del homo sapiens.
Para los ecologistas como James Lovelock 3 las concepciones humanistas nos han llevado a la situación catastrófica en que nos encontramos y debemos tener el coraje de frenar el crecimiento actual para recuperar la “vida natural” y las condiciones de supervivencia de los humanos. Esto implica limitar la industrialización, el consumismo, el individualismo y el tratamiento depredador de la Naturaleza.
Siempre han existido ideas contrapuestas de la vida entre los “naturalistas”, los “espiritualistas”, los “humanistas” y los “culturalistas”. Lo que muestra que la Humanidad nunca ha tenido una visión homogénea al respecto. Pero es evidente que la “Modernidad Occidental”, impulsada por el capitalismo, el racionalismo científico, la innovación tecnológica y la urbanización introdujo un nuevo paradigma civilizatorio que se extendió a todo el Planeta hasta nuestros días. Y en este nuevo paradigma la naturaleza aparece como un obstáculo a vencer, como un recurso a explotar.
“La vida se ha vuelto un medio de vida”, como dice Marx en “El trabajo enajenado” (1844). Pero en el mismo marxismo, que reivindica la dialéctica de la naturaleza, las finalidades sociales trascienden los límites del orden natural. La industrialización socialista no difiere en mucho de su antagónica capitalista. La deshumanización y la depredación ecológica con ciudades humeantes y trabajadores en cadena ofrecen panoramas semejantes.
La “idea de la vida” intenta recuperarse entre los románticos, los anarquistas o los defensores de la sociedad tradicional. A fines del siglo XIX aparece el ecologismo en Alemania. En Estados Unidos el vitalismo marcha a la par con el pragmatismo capitalista. Pero en todas partes triunfa lo que Habermas denomina “la racionalidad instrumental”.
Mientras, en las sociedades pre-industriales y coloniales se reproducen los patrones de las metrópolis o se mantienen las condiciones esclavocráticas. Para las sociedades colonizadas aparecen como alternativas seguir el camino del progreso occidental o buscar un retorno a las raíces culturales y naturalistas de los distintos pueblos. En estas dos vías los pueblos de Asia, Africa, América Latina o el Medio Oriente, han ensayado distintos modelos ideológicos y culturales que no logran conciliar el bienestar humano y el respeto a la naturaleza.
Cabe subrayar esto porque generalmente se impone el lugar común que atribuye al capitalismo o al neo-liberalismo o a la industrialización la causa de todos los fenómenos deshumanizadores y depredadores. Es necesario contrastar esas hipótesis con las experiencias históricas concretas para observar que en diferentes contextos ideológicos y culturales no han prevalecido los valores de la vida y de la dignidad humana.
Desde el punto de vista en la filosofía budista se parte de la “insustancialidad”, la “impermanencia”, la “contingencia” de la cosas. No hay una teoría de la creación ni un fundamento de la vida. 4 La doctrina de la contingencia se profundiza con el Nihilismo de Nagarjuna. Esta teoría supone que si aceptamos la vaciedad y la contingencia del mundo que nos rodea podremos controlar mejor nuestro lugar en el mundo.
En „El Ser y la Nada“ (1939) de Jean-Paul Sartre se llega a la misma conclusión: tenemos que aceptar la facticidad y ocuparnos de la existencia, que depende de nuestra conciencia y de nuestra libertad. 5
Desde el punto de vista existencial el ser humano aparece como el viviente que “tiene que hacerse cargo de la vida”. Es verdad que todos los seres vivientes tienen desde su estructura celular programas para reproducir y mantener la vida. Todos tienen respuestas programadas para seguir viviendo. Pero el ser humano se distingue porque surge con una cierta indeterminación: puede elegir vivir en una caverna o en una choza, puede nutrirse de animales o vegetales, puede cazar para comer o robarle la comida a otros.
En el antiguo mito de Prometeo los griegos percibieron esta debilidad original de la especie humana e imaginaron que Zeus se apiadó de los humanos enviándoles un dios para enseñarles las técnicas. Al poco andar los humanos utilizaron las técnicas para crear armas y pelearse entre ellos. Lo que obligó a Zeus a enviar a Hermes a fin de enseñarles el arte de la convivencia a través de la política.
Este relato como el otros mitos muestra que desde hace tiempo las culturas ancestrales percibieron las contradicciones entre la naturaleza y la cultura, entre la acomodación al orden natural y el surgimiento de la dinámica social que implica el cambio y el conflicto.
Jacques Monod, premio Nóbel de Biología, escribió “El azar y la necesidad” evocando dos dimensiones que ya habían sido mencionadas por Demócrito en la Antiguedad. El ser humano, la vida, aparecen según este autor por casualidad. Nuevamente encontramos la contingencia. La naturaleza tiene sus regularidades y se comporta de acuerdo a cierta teleonomía. Pero nada está asegurado. Los seres humanos tienen la capacidad o la necesidad de elegir respuestas alternativas. Surgimos del orden natural para introducir un orden social que multiplica las contradicciones.
Humberto Maturana introdujo el concepto de “autopoiesis”, la capacidad de auto-organización de los seres vivientes. 6 Al concebir la posibilidad de que los sistemas vivientes tiendan a organizarse de manera autónoma Maturana y Varela también señalan que el ser viviente produce conocimiento para asegurar el éxito de su adaptación en la Naturaleza. El “árbol de la vida” y el “árbol del conocimiento” se entrelazan: “vivir es conocer” dice Maturana.
La organización de la vida, para nosotros, incluye la dimensión de la conciencia, que no solo nos permite pensar para tomar decisiones sino que además nos permite tener conciencia de nuestros pensamientos y de nuestros actos. una dimensión consciente: tenemos la posibilidad de pensar para decidir. Pero también tenemos una dimensión auto-conciente: podemos analizar nuestras decisiones, podemos elaborar proyectos, algo que no tienen las otras especies. El ser humano inventa su futuro.
Para otros autores, sin embargo, la vida es un proceso bio-químico que no requiere conciencia ni se especifica en las acciones humanas. Es un aspecto que analizamos en el artículo sobre “Las biotecnologías y el sentido de la vida”.
Aquí volvemos a encontrar con la antinomia del naturalismo trascendental y del humano. Para los “naturalistas” las finalidades de la Naturaleza trascienden las intenciones y necesidades humanas. La Naturaleza, como señala Lovelock, busca su propio curso. En tanto que para los humanistas utilizar las tierras para cultivar alimentos, quemar bosques para producir energía o saturar el Planeta con las poblaciones son estrategias válidas si resuelven necesidades humanas.
¿Tenemos que demostrar la razón de ser de la vida? Esto nos hace recordar una vieja cuestión metafísica: ?por qué existe el universo y no más bien nada? En algunas religiones el problema se deriva a la voluntad de los dioses. En el Budismo se considera irrelevante plantear la cuestión: todo es impermanencia, no hay sustancias, reina la contingencia y la facticidad.
Como hemos señalado más arriba también el existencialismo se atiene a la facticidad. Para nosotros la vida es lo que nosotros queremos hacer de nuestra existencia. De modo que el drama humano depende de nuestros proyectos, de nuestras decisiones.
Aparentemente ni la justificación científica, ni las creencias religiosas, ni la idea que nos podemos hacer de lo que quiere la Naturaleza, pueden dar cuenta de lo que entendemos