Casi un siglo antes de que Rayer fundara la patología comparada, Bourgelat, inspirado por las ideas de los naturalistas de su época, mediante el trabajo cooperativo con los cirujanos de Lyon, había sentado ya las bases del concepto moderno de biopatología comparada.
Dos frases extraídas de los Reglamentos para las Reales Escuelas de Veterinaria (publicados en 1777, dos años antes de su muerte), su testamento filosófico, señalan su aporte:
Las puertas de nuestras Escuelas están abiertas a todos aquellos cuya misión es velar por la conservación de la humanidad y que han adquirido, por el buen nombre que han alcanzado, el derecho de acudir a ellas para estudiar la naturaleza, buscar analogías y verificar ideas cuya confirmación puede ser útil para la especie humana.
... Hemos comprobado la estrecha relación que existe entre la máquina humana y la máquina animal; dicha relación es tal que la medicina humana y la medicina animal se instruirán y perfeccionarán mutuamente el día que, libres de un prejuicio ridículo y funesto, dejemos de pensar que nos rebajamos y envilecemos estudiando la naturaleza de los animales, como si esa naturaleza y la verdad no fuesen en todo momento y en todo lugar dignas de ser exploradas por cualquiera que sepa observar y pensar.
Bourgelat dedicó todos sus esfuerzos a la administración de las escuelas de veterinaria, cuidando de los más mínimos detalles. Redactó numerosos textos reglamentarios. La rectitud moral de los alumnos era una de sus prioridades. Quería que de sus escuelas saliesen hombres honestos e instruidos y subrayaba continuamente el bien que el país podía esperar de ellos.
Una frase extraída de los Reglamentos para las Reales Escuelas de Veterinaria, que podría servir de preámbulo a los Códigos de deontología, refleja claramente las preocupaciones éticas de este visionario, fundador de la profesión veterinaria:
impregnados siempre de los principios de honestidad que habrán apreciado y de los que habrán visto ejemplos en las escuelas, jamás deberán apartarse de ellos; distinguirán al pobre del rico, no pondrán un precio excesivo a talentos que deben exclusivamente a la beneficencia del Rey y a la generosidad de su patria y demostrarán con su conducta que están todos igualmente convencidos de que la fortuna consiste menos en el bien que uno posee que en el bien que uno puede hacer.
Miembro correspondiente de la Academia de Ciencias de París, redactor de la Enciclopedia, censor e inspector de la Librería de Lyon, Bourgelat contó con la estima y la amistad de pensadores ilustres como Malesherbes, Diderot, d'Alembert y Voltaire por su valía como científico. Era un hombre hondamente penetrado de los valores difundidos por las grandes corrientes de ideas de su época. Todos sus escritos contienen reflexiones que van mucho más allá de los aspectos técnicos y médicos y que muestran su búsqueda de la verdad, estos son algunos de sus apuntes:
Por lo demás, abrimos simplemente caminos. Otros pondrán más lejos los límites en los que nos detengamos [...] Solo adquiriremos conocimientos ciertos si abrimos y hojeamos el libro de la Naturaleza; todo prestigio y toda ilusión se desvanecerán en cuanto percibimos esos conocimientos; desearemos obrar únicamente en función de verdades, asir el hilo de cada una de ellas y seguirlas hasta donde lleguen.
En 1771, Voltaire le escribió:
Admiro sobre todo su ilustrada modestia [...] Cuanto más sabe usted, menos afirma. En nada se asemeja a esos físicos que se ponen en el lugar de Dios y crean un mundo con sus palabras. Con su experiencia, ha abierto usted una carrera nueva; ha prestado verdaderos servicios a la sociedad: esa es la física buena.
Dentro de las primeras promociones de aquellas escuelas francesas participaron no solo alumnos franceses sino también daneses, austríacos, prusianos, suecos y suizos. Algunos de ellos eran médicos, comisionados para estudiar la nueva medicina por cuenta de sus respectivos gobiernos (Schwabe, 1968).
Problemas comunes
Por la mencionada época, los problemas comunes a humanos y animales y la preocupación por la inocuidad de los alimentos eran evidentes. Estos hechos se materializaron durante el siglo XVII, cuando se aceptaba que la salud de los animales planteaba problemas a la salud de los humanos y del ambiente; en Alemania, Ludwig von Seckendorff formuló un programa sanitario gubernamental entre cuyas disposiciones se incluían la inspección de alimentos y medidas para proteger a la población de las enfermedades contagiosas.
La preocupación por la SP y la inocuidad de los alimentos de origen animal era evidente. Entre 1779 y 1817, el alemán Johan Peter Frank publicó una serie de obras sobre salud pública; las enfermedades animales y el consumo de carne fueron algunos de los temas incluidos. En 1848 se establecieron los Consejos de Sanidad para cada municipio y se contrataron los primeros veterinarios, por periodos de cuatro años.
De acuerdo con Schwabe (1968), la aparición de las escuelas independientes y el descubrimiento de los microorganismos patógenos comunes, permitieron relacionar aún más la salud humana y la de los animales, tal y como ocurrió con los estudios de Edward Jenner (1796) y John Hunter (1767). interesado en la veterinaria, el médico inglés Jenner perteneció a una generación de profesionales de la salud de la escuela de John Hunter, médico, naturalista y estudioso de la medicina experimental y la anatomía comparada, también profesor del Real Colegio de Veterinarios de Londres. Jenner vivió en la casa de Hunter por algunos años y allí creció su interés por la relación entre la salud de los animales y la de los humanos. Con el apoyo de los estudiantes de la Escuela de Veterinaria, consiguió las muestras de viruela vacuna, para preparar el inóculo que aplicó exitosamente en la prevención de la viruela de los humanos.
En efecto, Jenner pensó en sustituir la variolización (incisión en la piel del individuo para colocarle el polvo de las costras de viruela humana), por la inoculación de la linfa de alguien que hubiese sufrido en forma espontánea la viruela vacuna. De acuerdo con esa idea, el 14 de mayo de 1976, inoculó al niño James Phipps linfa tomada de una pústula de viruela vacuna de la mano de una mujer dedicada al ordeño. Como el muchacho no presentó ninguna reacción, Jenner concluyó que la viruela vacuna se transmitía de humano a humano y que la vacuna producía inmunidad contra la viruela (Salamanca, 2004).
En los años siguientes, Jenner experimentó su nuevo método que denominó vacunación por variolae vaccínae o viruela vacuna. El trabajo en que expuso sus experiencias fue rechazado por la Royal Society pero en 1798, Jenner publicó por cuenta propia dicho trabajo en el ensayo titulado An Inquiry into the Causes and Effects of the variolae vaccínae. Esta vacuna antivariólica fue acogida al principio de manera muy fría, de forma que su aplicación no comenzó en Inglaterra sino hasta 1801 (Zúñiga, 2004).
Con tal descubrimiento nació la vacuna, denominada así por Pasteur como un reconocimiento a Jenner, por tener su origen en la enfermedad de los vacunos (viruela de las vacas). En homenaje al médico inglés se legó a la humanidad un término con el que se conocen los biológicos preparados hasta nuestros días, para la prevención de las enfermedades en humanos o en animales (Salamanca, 2004).
Los resultados de Jenner no fueron aceptados con entusiasmo por la comunidad médica; después de su muerte, el método ganó aceptación y se iniciaron programas de vacunación masiva en Europa, posteriormente en Norte y Suramérica. Para llevar la vacuna de España a sus colonias, en 1803, se seleccionaron veintidós niños huérfanos que fueron infectados con el virus de la viruela vacuna, de uno en uno en cadena. Ante la ausencia de métodos para cultivar el virus, los niños se convirtieron en los vehículos humanos o “conejillos de indias" para el transporte y la replicación del agente de la vacuna (Zúñiga, 2004). Jenner también investigó otras enfermedades animales como el moquillo canino, la hidatidosis, las dolencias de la pezuña y la higiene bovina.
Otro alumno de John Hunter fue William Moorcraft, quien como médico aceptó conformar un equipo para afrontar una epizootia en Liverpool. Allí descubrió su vocación por la veterinaria, y ante la oposición de sus colegas,