Monsil. Jeong-saeng Kwon. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Jeong-saeng Kwon
Издательство: Bookwire
Серия: Colección literatura coreana
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786077640943
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      Por mimar a Young-deuk, Monsil fue olvidada en un rincón. No sólo estaba olvidada en el rincón, sino que era la hija latosa de la casa del superintendente Kim.

      La habladora abuela ordenaba muchas tareas a Monsil:

      —Lava los pañales del bebé.

      —Lava los platos.

      —Trapea el piso.

      —Barre la habitación.

      Monsil no podía decir que no, ya tenía ocho años. Tenía que realizar todos los quehaceres, aunque estuviera comiendo.

      —Monsil, tráeme agua —ordenó la abuela. Monsil dejó rápidamente la cuchara con la que estaba comiendo e intentó levantarse.

      —Sigue comiendo, yo voy —la hizo sentar la señora Milyang que intentó levantarse.

      —Tú tienes que cuidar a Young-deuk. Ve tú, Monsil —dijo una vez más la abuela.

      La señora Milyang, que estaba por levantarse, se sentó, y Monsil obedeció. Regresó con el agua en un tazón y se sentó nuevamente para terminar de comer.

      —¿Por qué tardas tanto tiempo? Termina rápido de comer y levanta la mesa.

      Monsil usaba la cuchara rápidamente para terminar pronto. Al tocar el fondo del tazón hacía un poco de ruido con la cuchara.

      —¿Por qué comes tan ruidosamente? Niña inquieta.

      Monsil movió la cuchara con cuidado.

      Monsil levantó la mesa mirando de reojo a la abuela. Ella la apremiaba todo el día.

      La voz del padrastro, el superintendente Kim, se volvió tosca. Poco a poco empezó a sentir miedo y cansancio. Cuando jugaba un poco, el superintendente la regañaba.

      —¿Comes, juegas y no haces nada más?

      A Monsil le daba miedo comer al lado de la abuela y del señor Kim. Comía en un rincón de la cocina, como si estuviera robando la comida.

      El señor Kim y la señora Milyang se pelearon. Era el día de plaza en el pueblo que tenía mercado y que estaba del otro lado de la cumbre. El señor Kim regresó del mercado un poco tarde y borracho.

      Esa noche Monsil dormía en la habitación de la abuela, cuando un grito la despertó. El señor Kim y la señoa Milyang peleaban en la otra habitación.

      —¡En ese momento me dijiste que cuidarías a Monsil como si fuera tu hija! —decía la señora Milyang al señor Kim.

      Monsil, asustada, aguzó extremadamente el oído.

      —¿Piensas que la trato mal? ¿Por qué estás descontenta?, le doy comida, ropa y le ofrezco dónde dormir —respondió el señor Kim gritando, como si no supiera de qué le hablaba.

      —Eres muy malo. Ella apenas tiene ocho años y le ordenas que haga esto y lo otro sin descansar en todo el día.

      —No lo hago porque la odie. Todos estamos ocupados.

      —Aunque estemos ocupados, es demasiado.

      —Bien. Si no te gusta, váyanse de esta casa.

      La señora Milyang no aguantó más y comenzó a llorar. Se escuchaban los golpes que le propinaba el señor Kim.

      Monsil, sollozando, se cubrió con las cobijas. Quería llorar en voz alta, pero sólo sollozaba por el temor que le despertaba la abuela.

      Así empezaron los pleitos que, poco a poco, se hicieron más frecuentes.

      Al terminar la cosecha de otoño de aquel año, el invierno llegó con un fuerte viento.

      Cuando Monsil regresó con el onbegi en la cabeza, después de lavar los pañales de Young-deuk en el arroyo, se encontró muy asustada y pálida a la señora Milyang. Cuando vio a Monsil, la tomó de la mano y la llevó al patio trasero de la casa de Chung-sik, que estaba en la esquina. La señora Milyang la jalaba de la mano y, sin saber por qué, Monsil dejó en el suelo el onbegi y se escondieron.

      —¿Mamá, por qué tenemos que escondernos aquí?

      —Por nada. No te muevas.

      Monsil aguantaba la respiración y temblaba de frío, sujetándose de la falda de la señora Milyang. Pasó una, dos horas. Tenía frío en los pies y daba pequeños brincos. La señora Milyang abrazaba a Monsil y le daba palmaditas en los hombros.

      —¿Todavía no podemos salir?

      —No, aguanta un poco más.

      En aquel momento se oyó la voz de un hombre enojado que caminaba por la callejuela con pasos toscos.

      A Monsil le pareció que la sangre se le subía a la cabeza. Era la voz familiar de un hombre que había escuchado antes. ¡Ah! Era la misma voz del que peleaba con su madre. Era la voz de su padre, el señor Chung, que había escuchado miles de veces.

      Monsil miró a la señora Milyang. Su inteligencia natural le permitió reconocer la voz de su padre, a pesar de no haberlo visto durante año y medio.

      —Mamá —intentó decir Monsil, pero ella le tapó la boca con la mano.

      —No te muevas. Silencio, silencio.

      Por fin desapareció la voz del señor Chung y dejaron de sentirse sus pasos. Monsil no quería dejar de escuchar la voz, aunque tenía miedo. Soltó la mano de su madre y dijo: “Papá, papá…”

      La madre de Monsil, con todo su cuerpo, quiso callarla.

      —Monsil, no hagas esto. No… —pedía en voz muy baja, como una plegaria.

      Monsil aguantaba dolorosamente.

      Después de unas horas, la señora Milyang permitió salir a Monsil del patio trasero de Chung-sik con el onbegi de ropa. Salió hasta el camino grande y miró hacia lo lejos el camino de la cumbre. No había nadie. Sólo hacía un viento fuerte y no se veía ni la sombra de su padre Chung.

      —¿Monsil, qué miras? Regresemos a casa deprisa.

      Monsil la siguió sin fuerzas. Al llegar a casa, su padrastro Kim, que cargaba a Young-deuk en la espalda, estaba enojado. La señora Milyang todavía con la cara muy pálida se le acercó para recibir en los brazos a Young-deuk.

      —Young-deuk, ven, te daré el pecho.

      Inesperadamente, el señor Kim no le entregó a Young-deuk, la evitó como si escondiera al niño y la enfrentó.

      —Ya no te necesitamos. Vete con tu esposo y con Monsil.

      La señora Milyang se sorprendió.

      —Mi vida, ¿por qué dices eso? Young-deuk tiene hambre, dámelo para amamantarlo.

      —No te preocupes por Young-deuk y vete de esta casa.

      Pelearon durante mucho tiempo. La señora Milyang pedía que le dieran a su bebé y el señor Kim insistía en que no. Finalmente, Young-deuk, que seguía en la espalda del señor Kim, empezó a llorar.

      El señor Kim dio un puñetazo a la señora Milyang y ella se cubrió la cara con las manos. Monsil, que estaba a su lado, lloraba agarrada a la falda de su madre.

      —Mamá, regresemos con papá.

      Monsil cayó con las piernas levantadas, y aún se encontraba en esta posición