—¿Y si dejo el coche aquí para que lo arregle y me lleva a Orange County? —vio de inmediato que al hombre no le gustaba la idea—. Le pagaría.
—Lo siento, no puedo dejar el taller —Mick movió la cabeza—. Tengo demasiado trabajo.
Alain supuso que no podía ganar mucho dinero en un pueblo tan pequeño, aunque se ocupara también de los pueblos colindantes.
—Le pagaré el doble de lo que pueda ganar arreglando los coches.
En vez de aceptar sin pensarlo, como había esperado, el hombre negó con la cabeza.
—Eso no estaría bien. Sería como robarle.
Alain nunca se había encontrado en una situación en la que la honradez se opusiera a sus deseos. En su línea de trabajo solía ocurrir lo contrario. Atónito, miró a Kayla.
—Lo dice en serio.
—Completamente —afirmó ella. Alzó a Nueve y lo acarició mientras hablaba—. ¿No hay alguien a quien puedas llamar para que venga a recogerte, cuando vuelva la línea telefónica?
Él suspiró con frustración. Podía llamar a sus hermanos y a varios primos, si hubiera línea. Pero allí, en mitad de la nada, no la había. Estaba atrapado. Alain suponía que nadie lo echaría de menos hasta la semana siguiente, cuando tenía que presentar los documentos relativos a otro de sus casos. Dudaba que Rachel fuera a llamar a sus hermanos para decirles que le había dado plantón, o que alguien de la oficina decidiera averiguar por qué no había asistido a la reunión. Estaba tan aislado como el prisionero de Zenda.
—Sí, hay varias personas a quienes podría llamar, si hubiera teléfono. ¿Cuándo crees que habrá línea?
—Es difícil saberlo —Kayla encogió los hombros con indiferencia—. En general, tarda unos cuantos días en funcionar.
Unos días. En su mundo, eso era una eternidad. Winchester, como si percibiera su agitación, cojeó hasta él, se sentó y lo miró con adoración, agitando el rabo.
—Si fuera usted, señor, me relajaría y aprovecharía el momento —sugirió Mick. Una sonora carcajada siguió a sus palabras.
Alain se dio cuenta de que el hombre había mirado hacia Kayla mientras le daba el consejo.
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