Y concluye: “Este puro ejercicio de lo irreal paradójicamente devuelve al lector algo del recóndito y genuino sustrato de anhelo y desengaño de la vida humana”.
Efectivamente, con la virulencia de La noche, el juego de Tapioca Inn: mansión para fantasmas y la madurez de Una violeta de más, sus tres libros de relatos, construye Francisco Tario un edificio fantástico. En su primera incursión en ese ámbito (muy probablemente bajo la inspiración de la Antología de la literatura fantástica de Borges, Bioy y Silvina Ocampo) la narración suele ser cruda y los sucesos llaman al espanto: un cadáver es escupido por el féretro a medio velorio, el traje gris arroja un muerto desnudo a dos mujeres que aguardan en la cama de un hotel de paso, un ser delirante desentierra a una dama recientemente fallecida para tomarse fotos sensuales con ella, una gallina come frutos venenosos para envenenar, a su vez, a aquellos que van a devorarla… Un largo párrafo de “La noche de los cincuenta libros” suele ser tomado como declaración de principios aplicable si no a toda la obra sí, por lo menos, a ese impulso inicial; he aquí su arranque: “Y escribiré libros. Libros que paralizarán de terror a los hombres que tanto me odian; que les menguarán el apetito; que les espantarán el sueño; que trastornarán sus facultades y les emponzoñarán la sangre. Libros que expondrán con precisión inigualable lo grotesco de la muerte, lo execrable de la enfermedad, lo risible de la religión, lo mugroso de la familia y lo nauseabundo del amor, de la piedad, del patriotismo y de cualquiera otra fe o mito”…
No obstante, en “La noche de Margaret Rose”, un auténtico cuento de fantasmas (como lo reconoce Jacobo Siruela al incluirlo en la Antología universal del relato fantástico), ya hay ese equilibrio entre la sensualidad y el horror que será, a la vez, el punto de arribo en la escritura de Francisco Tario.
Luego de incursionar en otros géneros (la novela realista, la escritura fragmentaria, el relato de trasfondo existencial o el poema en prosa) volvió Tario a lo fantástico y varió el tono. Tapioca inn está sustentado en un ambiente festivo o carnavalesco. El primer texto, “La polka de los curitas”, tiene cierta semejanza con otro del uruguayo Felisberto Hernández, escrito en la misma época, “Muebles ‘El Canario’”: en los dos casos un “audio” (publicitario o melódico) se inserta en la mente de los personajes, sea por inyección o por un raro virus que contamina a todo un pueblo… En este libro la exploración, aunque ligera, tiene el goce de una prosa más educada y de acertadas variaciones rítmicas. Mas sólo en el relato final, “La Semana Escarlata”, en el que el sueño o, mejor, la pesadilla, irrumpe en la vida real y la tiñe de rojo, consigue gravedad y brillo.
Entre 1943 y 1952 Tario publica la mayor parte de sus libros. Habrá luego un salto hasta 1968, un año de por sí complejo en México… pero él ya vivía en España, en donde se exilia al parecer por amenazas de la mafia de la distribución cinematográfica, comandada por William Jenkins, un estadunidense asentado en Puebla y que hará de Acapulco su sitio preferido de descanso: llega éste y se va Tario (o Francisco Peláez Vega, poseedor de los cines Rojo y Río, y con otro en construcción, el Bahía), no sólo del puerto sino también del país. Estos avatares harán que la escritura se interrumpa por tres lustros, por lo que Una violeta de más será vista como un regreso. Por ello Xirau se pregunta: “¿Es necesario recordar que Francisco Tario nació en México y ha vivido casi toda su vida en México? ¿Es necesario recordar que, hace veinte, hace quince años su obra tuvo entre nosotros verdadera vigencia?”
Habrá piezas de este libro que se convertirán en referentes del cuento fantástico mexicano. Se ha dicho que “El mico” pudo firmarlo Julio Cortázar, quien tuvo cercanía con Juan José Arreola y Amparo Dávila (a quienes reconoció como sus iguales en la labor cuentística), mas no con Tario. El texto final, “Entre tus dedos helados”, aparece en la mayor parte de las antologías nacionales posteriores… El álbum rojo de recortes de Tario no cierra con las reseñas sobre Una violeta de más sino con uno de los diálogos que sostuvo en España con José Luis Chiverto para El Oriente de Asturias. La página tiene la leyenda de “Vacaciones en Llanes: verano del 69” y presenta a “Un gran escritor mexicano: Francisco (Peláez) Tario”. Se anuncia que Una violeta de más será distribuido en España por Seix-Barral.
Ahí Tario confirma que su apellido literario viene de una voz tarasca que significa “lugar de ídolos”. Y habla sobre su condición de autor fantástico; dice que en su obra pretende establecer una unidad con estos cuatro elementos: poesía, muerte, amor y locura… Quizá lo más singular de esa entrevista es su reconocimiento al particular humor de Llanes, una de sus herencias: “Hay indudablemente un humor llanisco que no he encontrado en ninguna parte, y dudo mucho que exista. Tiene algo de surrealismo, de disparate casi genial, de cataclismo, que se refleja perfectamente en las cien mil historias que todos conocemos y de las que a menudo también somos protagonistas. Es un humor desmesurado, incoherente, siempre imprevisible, que distorsiona la vida. En uno de mis últimos cuentos, ‘La Vuelta a Francia’, echo mano de este humor tan particular, como asimismo en otro cuento, ‘Un huerto frente al mar’, asoman su melancólico perfil los tejados de San Antón”.
Por el título y la dedicatoria, la muerte de Carmen Farell preside Una violeta de más. Sabemos que en su década restante Tario se preparó para alcanzarla. Quizá es de Carmen esa mano femenina que se extiende en “Entre tus dedos helados”. Se adivina la pesadumbre de Tario en la carta de pésame que le envió Elena Garro (el 2 de mayo de 1967), en la que recuerda aquella vecindad que tenían a comienzos de los años cuarenta, cuando ella vivía con Octavio Paz en la casa de atrás (sobre Saltillo) de Etla 24, que era la casa de los Peláez-Farell: coincidían los patios traseros. Paz y Garro convirtiéronse en asiduos a las tertulias. Se pregunta Elena: “¿Crees que volveremos allí vestidos de fantasmas y jugar para siempre? Después de Etla todo fue adulto, todo fue sórdido. Un día volveremos a ese orden del juego sin chequeras, sin intrigas, triunfos o derrotas”.
Y: “Te admiro porque sobrevives a esto. Toño me contó y a las 4 me contará más. Para mí nunca estás solo, no te imagino solo. Eres una pareja. ¡Una muy hermosa pareja! Lo más raro de ver en este mundo banal de divorciados”.
Hay que dejar, ya, que el libro arranque. Quizá deba consignarse que Una violeta de más fue reeditado en 1990 con el número 36 de la tercera serie de Lecturas Mexicanas (edición del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes), con una tirada amplia de 10 mil ejemplares; está incluido, claro, en el tomo II de los Cuentos completos de Lectorum y en el tomo I de las Obras completas del Fondo de Cultura Económica. Hoy vuelve a su condición individual, en esta edición conmemorativa, en busca de nuevos asombros.
Alejandro Toledo
Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte
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Para ti, mágico fantasma,
las que fueron tus últimas lecturas.
El mico
Me hallaba yo en el cuarto de baño, afeitándome, y deberían de ser más o menos las diez de la noche, cuando tuvo lugar aquel hecho extravagante que tantas desventuras habría de acarrearme en el curso de los años.
Un cielo impenetrable y negro, salpicado de blancas estrellas, asomaba por la pequeña ventana entreabierta, a mis espaldas, a la que yo miraba distraídamente mientras me enjabonaba el rostro por segunda vez. Del grifo abierto, en la bañera, ascendía un olor grato y pesado, que empañaba el espejo. Siempre me afeito con música –adoro las viejas canciones–, y recuerdo que en un determinado momento dejó de sonar One Summer Night. Deposité la brocha sobre el lavabo y salí del cuarto de baño con objeto de cambiar el disco. Más, cuando iba ya de regreso, advertí que el agua de la bañera había cesado de caer. Tuve un leve sobresalto y la sospecha de que, por segunda vez en la semana, mi delicioso baño nocturno se había frustrado. Así ocurrió, mas no por los motivos que me eran hasta hoy familiares, pues poco había de imaginar, en tanto cruzaba el pasillo, que ya estaba presente en el baño la inmensa desdicha aguardándome. Penetré. Algo, en efecto, por demás imprevisto, acababa de obstruir el paso del agua en el