12
La abuela y yo nos conocimos en un McDonald’s. Fue un día extraño. Mamá pidió dos órdenes de hamburguesas con papas, algo que rara vez hacía, pero no tocó la comida. Su mirada estaba fija en la puerta, y cada vez que alguien entraba, ella se encogía y sus ojos se abrían. Cuando le pregunté por qué hacía eso, mamá dijo que se trataba de una de las formas en las que el cuerpo reacciona cuando se siente miedo y alivio al mismo tiempo.
Mamá se cansó de esperar y se había puesto finalmente en pie para irnos cuando la puerta se abrió y el viento se precipitó en el interior. Alcé la vista para encontrarme con una mujer grande de hombros anchos. Sobre su cabello gris portaba un sombrero morado con una pluma. Se parecía a la ilustración de Robin Hood de uno de esos libros para niños. Ella era la madre de mi madre.
La abuela era muy grande. No había otra palabra para describirla con precisión. Si tuviera que intentarlo, diría que ella era como un enorme y eterno roble. Su cuerpo, su voz, e incluso su sombra, eran gigantescos. Sus manos eran especialmente recias, como las de un hombre fuerte. Ella se sentó frente a mí, se cruzó de brazos y apretó sus mandíbulas. Mamá bajó los ojos y murmuró para decir algo, pero la abuela la detuvo con una voz baja y gruesa.
—Come primero.
De mala gana, mamá comenzó a introducir la fría hamburguesa en su boca. Un largo silencio se extendió entre ellas, incluso después de que mamá se comiera sus últimas papas fritas. Me lamí los dedos para comer las migajas que habían quedado en la bandeja de plástico, una por una, a la espera de su siguiente movimiento.
Mamá se mordió los labios y miró hacia sus zapatos, frente a los brazos firmemente cruzados de la abuela. Cuando no quedaba literalmente nada en la bandeja, mamá reunió el valor para poner sus manos sobre mis hombros y confirmar con un hilillo de voz:
—Es él.
La abuela respiró hondo, se reclinó sobre la silla y gruñó. Más tarde, le pregunté lo que había querido expresar con ese sonido. Ella dijo que significaba algo así como: “Podrías haber tenido una vida mejor, podrida mujerzuela”.
—¡Eres un desastre! —gritó la abuela, tan alto que su voz hizo eco en todo el lugar.
La gente nos miró cuando mamá comenzó a llorar. Entre sus labios apenas abiertos, se desahogó con la abuela contándole todo por lo que ella había pasado durante los últimos siete años. Para mí, sonaba simplemente como una serie de sollozos y resoplidos, y momentos esporádicos en los que se limpiaba la nariz, pero la abuela consiguió entender todo lo que mamá dijo. Ella descruzó sus brazos y apoyó las manos sobre sus rodillas; para ese momento, el brillo en su rostro había desaparecido. Mientras mamá me hablaba, el rostro de la abuela había adquirido un aspecto similar al de mamá. Después de que ella terminara de hablar, la abuela permaneció en silencio durante un tiempo. Entonces, su expresión cambió de súbito.
—Si lo que tu madre dice es cierto, eres un monstruo.
Mamá miró boquiabierta a la abuela, que ahora había acercado su cara a la mía, sonriendo. Las comisuras de su boca se levantaron en los bordes, mientras que las esquinas exteriores de sus ojos se aflojaron. Era como si sus ojos y su boca estuvieran a punto de tocarse.
—¡Y el más adorable y pequeño de los monstruos!
Ella acarició mi cabeza tanto que dolía. Y así fue como comenzó nuestra vida juntos.
13
Después de que nos mudamos con la abuela, mamá abrió una librería de segunda mano, con la ayuda de la abuela, por supuesto. Pero ella, de quien mamá siempre dijo que le encantaba guardar rencor, se quejaba cada vez que tenía oportunidad.
—Yo vendí tteokbokki* picantes toda la vida para pagar la educación de mi única hija, y ahora mírate, vendiendo libros viejos en lugar de leerlos. ¡Bien hecho!, podrida mujerzuela.
Tomado literalmente, podrida mujerzuela tenía un significado atroz; aun así, la abuela se lo decía a mamá día y noche.
—Qué clase de madre llama a su hija una podrida mujerzuela, ¿eh?
—¿Estoy equivocada? Todo el mundo acabará pudriéndose hasta morir. No estoy insultando a nadie, sólo digo la verdad.
Cuando nos fuimos a vivir con la abuela, fuimos capaces de poner fin al interminable ciclo de mudanzas, y nos establecimos definitivamente en un lugar. Al menos, la abuela no molestaba a mamá para que consiguiera otro trabajo con el que ganara más. La abuela tenía admiración por las letras. Es por eso que solía comprarle muchos libros a mamá a pesar de tener la presión de disponer de poco efectivo, y esperaba que su hija se convirtiera en una mujer culta y educada. De hecho, la abuela quería que mamá se desempeñara como escritora. En concreto, ella había querido que fuera una “mujer de letras soltera” que pasara su vida entera en soledad y envejeciera con elegancia. Era el tipo de vida que la abuela habría querido para sí, si hubiera podido retroceder el reloj. Era parte de la razón por la cual le puso de nombre a mamá Jieun, que significa “escritora”.
—Cada vez que la llamaba Jieun, Jieun, imaginaba que fluirían desde la punta de su pluma palabras sofisticadas. La había hecho leer tantos libros como le fue posible, con la esperanza de que se hubiera convertido en una intelectual. ¿Quién iba a imaginar que la única cosa que aprendería de los libros sería enamorarse perdidamente de un ignorante punk? Eigoo… —se quejaba la abuela a menudo.
Debido a que ya existía un gran mercado en línea de bienes usados, nadie pensaba que regentar una librería de libros viejos pudiera generar dinero alguno. Pero mamá estaba decidida. Una librería de segunda mano fue la decisión menos práctica que mi práctica madre había tomado. Pero había sido un sueño preciado para ella desde hacía muchos años. Hubo incluso un tiempo en su vida en el que ella también había soñado en convertirse en escritora como la abuela deseaba. Pero mamá decía que era sencillamente incapaz de soportar escribir sobre todas las cicatrices que la vida le había dejado con el paso de los años. Escribir significaría que ella habría de vender su propia vida, y no tenía la confianza para hacer eso. Básicamente, no tenía lo necesario para convertirse en escritora. En cambio, decidió vender libros de otros escritores. Libros que ya estaban impregnados por el aroma del tiempo. No obras nuevas que irían y volverían regularmente a las librerías, sino aquellas que mamá pudiera elegir personalmente, volumen a volumen. En suma, libros usados.
La librería estaba en un callejón de una zona residencial en Suyu-dong, un barrio humilde al que muchas personas todavía llamaban por su antiguo nombre, Suyu-ri. Dudaba que alguien viniera hasta aquí para comprar libros usados, pero mamá estaba convencida. Tenía una habilidad especial para elegir viejos libros de temática especializada que los lectores adoraban; además, ella los compraba a precios muy económicos. Nuestra casa estaba conectada a la parte trasera de la librería: dos dormitorios, una sala de estar y un cuarto de baño sin bañera. Lo justo para nosotros tres. Bajábamos de nuestros dormitorios para saludar a la clientela. A veces, si no estábamos de humor, nos quedábamos en silencio en nuestras habitaciones hasta que se marchaban. Las palabras “Librería de segunda mano” se erigían en el brillante escaparate, así como el letrero que rezaba “Librería Jieun”. La noche anterior a la apertura, mamá desempolvó sus manos y sonrió.
—Se acabaron las mudanzas. Ésta es nuestra casa.
Eso se hizo realidad. Para sorpresa de la abuela, logramos vender libros suficientes para cubrir nuestros gastos. A menudo, ella murmuraba entre dientes para sí, incrédula por cómo las cosas se habían resuelto.
* Popular comida callejera coreana hecha con pasta de arroz (garaettok).
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Yo