En la primera etapa, la burguesía industrial de los centros de poder había acumulado una gran cantidad de capitales que necesitaba invertir, y en condiciones de óptimos rendimientos. Un capitalista nunca invierte para perder o por fines humanitarios. Siempre lo hace para ganar, y para ganar bien. Es el momento de invertir en los países dependientes, donde la mano de obra es más barata por cuanto la clase obrera no está organizada o lo está en forma deficiente. Se invierte entonces en trabajos de infraestructura como caminos y puentes, y en la industria liviana.
Es el momento en que nosotros ya no funcionamos solo como granero del mundo. Comienza a desarrollarse la industria textil, la del cemento, incluso del hierro en escala reducida. Este desarrollo industrial no rompe los lazos de la dependencia. Por el contrario, contribuye a soldarlos más por cuanto solo constituye un apéndice de la industria pesada de los centros de poder.8
Los medios de producción son creados por los hombres para satisfacer sus necesidades que se van transformando a lo largo del devenir histórico.9 En dicho proceso los hombres se van colocando de distinta manera con relación a dichos medios, de tal suerte que algunos son quienes los detentan, mientras que otros son excluidos.
Con los bienes se produce el circuito económico que va desde su producción, pasando por la comercialización y distribución, hasta terminar en el consumo de ellos.10 Quienes son excluidos de la propiedad se van ubicando en distintas zonas del circuito, sea en la comercialización, como los comerciantes, o puramente en la producción, sin injerencia alguna en la posesión de los bienes de producción como es el caso de los obreros, siempre dentro del sistema capitalista.
Nos encontramos así con las relaciones de producción o clases sociales, que no son otra cosa que la ubicación de los hombres en sectores, de acuerdo con el lugar que ocupan en el circuito de la producción. Este no es un descubrimiento ni una invención de Marx. Como él mismo lo afirma, antes que él ya diversos autores burgueses habían hablado no solo de las clases sociales, sino también de la lucha de clases. La división de la sociedad en clases sociales es un hecho tan evidente que basta una simple observación desprejuiciada para constatarla. Otra cosa distinta es descubrir su mecanismo interno, su naturaleza, las finalidades de cada clase, para lo cual se requiere un análisis científico, que es lo que ha hecho Marx.
Decíamos que el hombre produce bienes para satisfacer sus necesidades, que van variando en el devenir del proceso histórico. Esto es evidente. Las necesidades que experimentaban los habitantes del Buenos Aires de la colonia no son las mismas que las experimentadas por los porteños de hoy. ¿Son reales, inherentes al ser humano, o ficticias? ¿Su satisfacción es realizadora del hombre o distorsionadora? Mucho depende de los propietarios de los medios de producción, pues dicha propiedad concede tal poder sobre la estructura social que incluso puede influir sobre el mismo ser del hombre, sobre su ethos, de manera de hacerle aparecer nuevas necesidades, nuevas maneras de habitar el mundo, que sean favorables para los detentores de los medios de producción, que son los verdaderos amos de la sociedad.11
En este sentido aceptamos plenamente que el hombre no es, sino que se hace. Es decir, no es algo ya hecho, una sustancia en sentido aristotélico, como algo completo en sí mismo, sino que se va haciendo. Sus sentidos se van conformando, van apareciendo nuevos sentidos, nuevas maneras de ser en el mundo, de abrirse a los demás. Apenas nos podemos imaginar cómo será el hombre del futuro, señala acertadamente Teilhard de Chardin.12
Pero en este hacerse, el hombre puede ser sometido a distorsiones brutales entrevistas por numerosos pensadores, novelistas, pintores y realizadores cinematográficos. El hombre reducido al solo sentido del tener está en el centro de numerosos análisis de los pensadores de la existencia. Les falta señalar que son los detentores de los medios de producción quienes provocan dicha distorsión.
Sobre esta base se levanta el edificio o superestructura, formada a su vez por dos instancias, la jurídico-política y la ideológica, que ocupa la cúspide, o sea la parte más alejada de la base.
La instancia jurídico-política comprende la Constitución y el conjunto de leyes que rigen la sociedad, y el aparato del Estado, con todos sus elementos y medios de defensa (Parlamento, policía, ejército, etcétera).
Los sectores sociales que en un momento determinado acceden al poder –lo que implica, como hemos visto, que son dueños de los medios de producción– estructuran esa totalidad dinámica que es la sociedad, de acuerdo con sus intereses. Dicha estructuración cristaliza, por una parte, en la Constitución y el cuerpo de leyes que el proceso va requiriendo, y, por otra, en la organización del aparato estatal, cuyo control se aseguran.
Citemos un ejemplo que los argentinos podemos conocer con solo abrir los ojos a ciertas páginas de nuestra historia. En 1853 (batalla de Caseros), o más precisamente en 1862 (batalla de Pavón), la burguesía portuaria, intermediaria del imperialismo inglés, y la oligarquía terrateniente asumen el poder y estructuran el Estado de acuerdo con sus intereses. A salvaguardarlos responden la Constitución, las leyes, la policía; en suma, toda la configuración del Estado liberal, del cual pasaría luego a hablarse como si respondiese a nuestra manera de ser, es decir a nuestro ethos, el cual, por otra parte, es considerado de una manera estática, y muchas veces no se sabe qué significa.
La instancia ideológica comprende todo lo que designamos con el nombre de cultura en su más amplia acepción. Por lo tanto abarca el arte, las ciencias, el cine, la prensa, las costumbres, la propaganda, los mitos, el folclore, la religión, etc. Debemos detenernos en esta instancia pues constituye el espacio en el que están situados el ethos y la ética, y porque es la menos conocida en cuanto a la ubicación y función que cumple en la totalidad estructurada. O se la suele considerar fuera de la totalidad, como si tuviese vida propia o incluso rigiese a la totalidad, o se la hace depender de esta, restándole importancia. Por ello le dedicamos un capítulo aparte.
Para que se tenga una idea clara, presentamos el siguiente diagrama de la estructuración social:
5. PRIORIDAD DE LA PRAXIS
Hemos caracterizado al hombre como apertura hacia el mundo, hacia los otros, hacia sí mismo y hacia la trascendencia. Pero ¿cómo se da esa apertura? ¿Consiste en la intelección, mediante la cual el hombre es capaz de formar el concepto de cuanto existe, de tal manera que, como decía Aristóteles, “es en cierta manera todas las cosas”? ¿O es más bien cierta captación irracional a la que se inclinan por lo menos algunos pensadores de las filosofías de la existencia? ¿O cierta “coincidencia simpática” al estilo de la intuición metafísica sostenida por Henri Bergson?
Se plantea el menudo problema de saber qué relación guardan entre sí –si guardan alguna–, la teoría y la práctica, el pensar y el actuar. ¿Se da primero la teoría o la práctica? ¿Es esta última un tipo de actividad humana inferior a la teoría? ¿Existe alguna apertura o relación que afecte al hombre más fundamentalmente, como un abismo o una fuente de la que brotarían tanto la teoría como la práctica?
Con respecto a esto es necesario comprender y retener con firmeza una de las profundas verdades formuladas por Marx: primero es la praxis. Pero debemos hacer claridad sobre este concepto. De una manera etimológicamente correcta lo expresamos como práctica, pero esta no debe entenderse como opuesta a la teoría. Práctica o actividad y teoría son dos momentos, dos polos que se atraen y se repelen mutuamente en el seno de la praxis.
La praxis es el movimiento mediante el cual el hombre se abre al mundo, a los otros, a sí mismo y a la trascendencia. Es el acontecimiento fundamental del hombre; su “obra propia”, como la llamaría Aristóteles. Ello significa que solamente el hombre es sujeto de la praxis. Ello es así porque la actividad que significa la praxis implica la teoría.