No fue casual la fecha elegida para secuestrar al responsable máximo de los fusilamientos en los basurales de José León Suarez, en junio de 1956. Un año antes, el 29 de mayo de 1969, en el Día del Ejército, en la provincia de Córdoba se había producido una de las rebeliones populares más importantes de la historia, el “Cordobazo”, que puso fin al gobierno de facto encabezado por el general Juan Carlos Ongania.
El secuestro de Aramburu fue la primera gran aparición del movimiento revolucionario peronista que impulsaba la toma del poder por parte del general Perón, quien, desde el exilio, en el año 1972, alentó las acciones de la organización: “La juventud argentina es una cosa extraordinaria, yo he estado en contacto con ellos, han aprendido a morir por sus ideales, y cuando una juventud aprende a morir por sus ideales ha aprendido todo lo que debe saber una juventud”.
El secuestro de Aramburu; los fusilamientos de militantes en la base Almirante Zar de Trelew; el regreso del peronismo al poder; la liberación de presos políticos en la cárcel de Devoto; militantes organizados y en las calles de todo el país; jóvenes que daban su vida por los más excluidos de su patria, por un país más justo. Todos estos acontecimientos no fueron ajenos al sentimiento y a la formación de Claudia, cuando terminó la escuela primaria, en diciembre de 1973. Ella había terminado esa etapa de su vida con la certeza de que “la revolución estaba a la vuelta de la esquina”. Pocos meses después ingresó al Bachillerato de la Facultad de Artes y Medios Audiovisuales, en la especialidad de Dibujo Artístico.
Estaba contenta por estudiar donde lo hizo su padre y su hermano, pero también estaba preocupada por su sobrepeso. La bronquitis alérgica que padeció de pequeña, tratada con corticoides, hizo que su cuerpo engordara al punto de impedirle participar en las clases de gimnasia en la escuela. Esos kilos de más la obsesionaban.
De a poco, la niña - adolescente fue cambiando los discos infantiles por los de Sui Generis, su banda de rock preferida, a la que fue a ver en vivo más de una vez. Ella misma soñaba con armar una banda, integrada sólo por chicas, a la que pensaba llamar “Jamón Cocido”.
En su habitación comenzó a venerar una imagen de Eva Duarte de Perón, la descamisada a la que su padre, y en especial su madre, amaban. Por todo eso, resultaba imposible que no se incorporara, desde el primer día de clases, a la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), la agrupación peronista que en esos días contaba con una masiva participación estudiantil en sus filas. En uno de los cajones de su escritorio atesoraba su diario íntimo, y en especial las primeras indicaciones que se había anotado, a manera de “machete”, para jugar al truco.
También le gustaba guardar sus mejores dibujos, inspirados en el arte primitivo de las figuras rupestres, que pintaba con acuarelas. Sobre su escritorio tenía una muñeca negra con un vestido rosa, otra que bailaba flamenco, fotos familiares, un globo terráqueo, y una biblioteca pequeña, donde podían encontrarse obras de poetas como el uruguayo Mario Benedetti o el cubano Nicolás Guillen. Nunca se animó a recitarle versos a un vecino que le parecía muy atractivo.
“Todos los días esperaba verlo pasar sentada en la vereda de su casa”, recuerda Miriam Nocetti, amiga y compañera de Claudia en el Normal 2 y luego en el Bachillerato. “Éramos muy amigas, luego nos fuimos separando pese a que ella insistía invitándome a las reuniones de la UES, y yo lo tenía expresamente prohibido por mi padre; yo era obediente. Nelva le daba libertad a Claudia y le decía a mi padre: ‘Hay que dejarlas…ellas solas se van haciendo’. Mi padre le contesto, ‘es peligroso... todavía son chicas’. La mamá de Claudia era maestra y tenía una visión diferente del mundo, era una mujer muy solidaria.
“Con Claudia nos llevábamos muy bien, teníamos personalidades distintas, pero eso nunca dificultó nuestra amistad. Ella era una de las mejores alumnas, con una mente clara, segura, veía otras cosas que, a esa edad, yo no veía. Era atropellada, conversadora, yo era más tranquila y más tímida.
“Ella muchas veces era escolta de la bandera, pero en las pruebas dejaba copiarse a quien se lo solicitara. Nunca fue orgullosa ni competitiva. Le gustaba ayudar, tenía una concepción filosófica de apoyo a los pobres, a los desvalidos. Pero eso debe haber surgido desde la influencia familiar; su familia era igual de solidaria, desde un sentimiento que surgía del corazón”.
Fiesta de fin de año del Normal 2, 1973.
LA REVOLUCIÓN ESTABA
A LA VUELTA DE LA ESQUINA
EL PRIMER hecho político y trascendental del cual pudo tomar conciencia Claudia y al que se sumó al poco tiempo de cursar en el Bachillerato Bellas Artes, fue el regreso del Peronismo al poder luego de dieciocho años de proscripción y resistencia.
Por medio de sus padres había conocido los logros de los dos primeros gobiernos peronistas; Falcone padre y Nelva les inculcaron, desde muy chicos, a Jorge y a Claudia ese sentimiento de “justicia social”.
“Cada uno expresaba lo suyo, los chicos mamaron ese sentimiento de lucha y de justicia, después lo emplearon en sus vidas. Porque nosotros los peronistas no somos revolucionarios de café, como algunos de la izquierda que nomás se sientan a cambiar ideas. Los que primero damos el pecho somos los peronistas, los cabecitas negras, los grasitas, como decía Eva. Entonces, esta hija extraordinaria de la cual estoy tan orgullosa, eligió el camino más difícil”.3
Jorge ya estaba militando en el peronismo revolucionario y Claudia, sin descuidar los juegos con sus muñecas, estaba atenta a lo que su hermano conversaba con sus compañeros desde el altillo de la casa.
“Lo único que hacían nuestros padres era no autocensurar las charlas políticas delante de María Claudia y de mí”, recuerda Jorge. “Eso era lo único que hacían, no eran que nos comían la cabeza hablando de Perón y de Evita. Nos iba cayendo la ficha.
“Cuando salió todo el mundo a la calle a gritar, ‘Perón vuelve, Perón vuelve’, nosotros, ¿qué mierda íbamos a hacer en nuestra casa? Fue una marea humana que nos arrastró con mucho gusto porque hubo momentos de alto nivel festivo donde era conmovedor sentirse parte de esa marea humana”.
Afloraba la primavera camporista y con ella el sueño de la patria socialista por la que se venía luchando desde hacía dieciocho años. Era acabar con la proscripción del peronismo. La participación de cada militante era fundamental y decisiva.
El 11 de marzo de 1973, la fórmula “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, ganó las elecciones presidenciales por más del 50% de los votos. De esta manera la izquierda peronista obtuvo ocho bancas de diputados nacionales y más de cincuenta cargos electivos en las provincias y municipios.
Varios gobernadores electos eran cercanos a sus posiciones, como el de Buenos Aires, Oscar Bidegain, el de Córdoba, Ricardo Obregón Cano, el de Santa Cruz, Jorge Cepernick, el de Salta, Miguel Ragone, y el de Mendoza, Alberto Martínez Vaca. También contaron con influencia en el Ministerio del Interior dirigido por Esteban Righi, en el de Relaciones Exteriores encabezado por Juan Carlos Puig y en el Ministerio de Educación de Jorge Taiana. En la Universidad de Buenos Aires fue nombrado interventor Rodolfo Puiggrós y varios nuevos decanos y profesores también simpatizantes de montoneros.
Las movilizaciones en todo el país eran masivas. La ciudad estaba tomada por el pueblo que acompañó, aquel 25 de mayo de 1973, la Asunción de Héctor José Cámpora.
La multitud concentrada en el Congreso de la Nación cantaba las siguientes consignas:
“Juventud presente, Perón, Perón o muerte”.
“Montoneros, FAR y FAP, en la guerra popular”.
“Cámpora leal, socialismo nacional”.
“Los peronistas