C. H. SPURGEON
Tened buen ánimo, todos vosotros los que esperáis en el Señor, y él fortalecerá vuestro corazón.203 El coraje y valentía del cristiano cabe describirla en los siguientes términos: Es la audacia impertérrita de un corazón santificado, que ante el llamado de Dios a una buena causa, se aventura a soportar todo tipo de penalidades y se arriesga a los mayores peligros. El genus, o estirpe de la misma, es el de una audacia imperturbable. Esta valentía, o animosidad como prefieren llamarla algunos, se da tanto en los hombres como en algunas especies animales. Se dice que en león es el más fuerte entre las fieras porque no retrocede ante ninguna.204. En el libro de Job hallamos una elegante y poética descripción del caballo de guerra que hace referencia a su audacia.205 Y esta misma audacia que tienen algunos brutos, se menciona como semejante al valor que a Dios le complace conceder a algunos hombres. Esta es la promesa del Señor: “Como diamante, más duro que el pedernal he hecho tu frente; no los temas, ni tengas miedo delante de ellos”.206 La locución “más duro”, en hebreo כְּשָׁמִ֛יר חָזָ֥ק מִצֹּ֖ר kəšāmîr ḥāzāq miṣṣōr de שָׁמִיר shamir, y צֹר tsor, con el adjetivo חָזָק chazaq, la traduce la versión latina por “fortiorem petra”, el pedernal, la roca que no teme las inclemencias del tiempo: sea verano o invierno, haya sol o lluvia, frío o calor, heladas o nieve; no se sofoca, no se encoge, no cambia en su complexión: sigue siendo la misma. Así es también, en términos generales, es la valentía y el coraje del cristiano.
En segundo lugar, centrémonos en el sujeto, en este caso el corazón, el puesto de mando o castillo desde el cual el coraje ordena y ejerce su disciplina militar; (y si se me permite decirlo de otro modo) el pecho, que es el alma de un soldado valiente. Algunos sostienen que la palabra coraje, deriva del latín cordis actio, es decir, acciones propias del corazón. La Escritura describe al valiente como un hombre “cuyo corazón es como el corazón de un león”.207 Y en algunos casos la expresión hebrea וְאַמִּ֥יץ wə’ammîṣ, que traducimos como esforzado, intrépido: “Y aun el más intrépido entre los valientes”208 puede traducirse perfectamente y más adecuadamente como: “Y aún el hombre de corazón…”.
Amados, la valentía no consiste en una mirada fiera y aviesa, en un gesto hosco y amenazante, en bravuconadas, insultos y términos altisonantes; consiste en la entereza, en el vigor y fortaleza que haya dentro de tu pecho. A menudo los cobardes se esconden detrás de un semblante huraño y un rugido amenazador; mientras que la verdadera fortaleza habita en el pecho de aquel cuyo comportamiento y aspecto exterior promete poco en este sentido.
En tercer lugar, tengamos en cuenta los requisitos: antes me he referido a la audacia impertérrita de un corazón santificado, porque no estoy hablando del coraje y valentía como virtud moral, pues esta, también la poseen los paganos que no conocen a Dios; y muchos no cristianos la han demostrado y sido altamente elogiados por ella. Estoy hablando más bien del coraje como virtud espiritual, como un don de la gracia, concedido al pueblo de Dios en virtud de pacto específico. Y visto bajo este prisma, hay tres cosas que lo caracterizan y distinguen del coraje y valentía desde un punto de vista moral: (1) La raíz de la cual brota; (2) la norma por la cual se rige; (3) y el fin que busca o persigue:
1. La raíz de la cual brota el coraje del cristiano es su amor a Dios. Todos los santos de Dios que aman sinceramente al Señor, son de buen ánimo. ¿Por qué? “Porque el amor de Cristo –dice el apóstol Pablo– nos constriñe”,209 esto es, nos empuja a arrostrar los mayores peligros y afrontar las empresas mas audaces si es por la causa del Señor.
2. La regla por la cual se rige es la Palabra de Dios: aquello que el Señor ha tenido a bien dejar registrado en las páginas sagradas de la Escritura para guía del cristiano: “Y Jehová te dé entendimiento y prudencia, para que cuando gobiernes a Israel, guardes la ley de Jehová tu Dios. Entonces serás prosperado, si cuidares de poner por obra los estatutos y decretos que Jehová mandó a Moisés para Israel. Esfuérzate, pues, y cobra ánimo; no temas, ni desmayes”.210 Seamos audaces, pero que nuestra audacia sea siempre conforme a la mente y voluntad de Dios; no a nuestro antojo, sino de acuerdo con la regla, que es su Palabra.
3. Y el fin que busca o persigue es Dios. Porque una persona santificada, es aquella que negándose a si misma, pone los intereses de Dios por encima de los suyos propios y personales “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”.211 Para el creyente, Dios es el centro de su vida; en Dios se apoyan todas sus empresas y giran todas sus actividades; y su alma no se siente satisfecha de otra manera, a menos de que todo lo que haga en su vida sea siempre para mayor gloria de Dios.
SIMEON ASHE [1598-1660]
“Sermon preached before the Commanders of the Military Forces of the renowned Citie of London”, 1642
Tened buen ánimo. ¿Debo mencionar algunas de las responsabilidades importantes que pesan sobre nuestras conciencias? La severidad que se nos exige en algunos pasajes de la Escritura: si tu ojo te es ocasión de pecar, sácalo… si tu mano es motivo de caer, córtala…;212 y si tu pie te sirve de tropiezo, cercénalo ¿pensáis que encaja con un temperamento pusilánime? ¿Creéis que nadie hará tal cosa a menos que tenga un espíritu valiente y un coraje a toda prueba? Para el hombre carnal, deshacerse de los deseos de la carne, equivale a masacrar su propio cuerpo; y por tanto, una labor penosa y dolorosa, tanto, como si fuera cercenando y arrancándose uno a uno los distintos miembros de su cuerpo físico. Y aparte de esto, siempre quedan en el corazón de todo cristiano, reductos de maldad que deben ser abatidos; muchos valles que elevar, montes y collados que rebajar, muchos precipicios escabrosos que allanar, y breñas que convertir en planicie.213 Oh, amados, dejad que os recuerde las muchas colinas que nos esperan en nuestro camino de peregrinaje al cielo, y que tendremos de remontar: y las rocas escarpadas que tendremos que escalar; y sin valor y coraje, desde luego, la labor que nos ha sido encomendada no se completará. Y están además los muros de Jerusalén que precisan ser reparados,214 y el templo para ser edificado de nuevo. Si Nehemías no hubiera sido un hombre de coraje, jamás hubiera emprendido la labor gigantesca en la que se metió de lleno. ¿Cómo aplica esto a nosotros y al momento que estamos viviendo? ¿A nuestra reforma que hemos iniciado?215 Es algo que prefiero dejar a vuestra consideración. Tan solo os pido que meditéis profundamente estos dos versículos: “Los que edificaban en el muro, los que acarreaban, y los que cargaban, con una mano trabajaban en la obra, y en la otra tenían la espada. Porque los que edificaban, cada uno tenía su espada ceñida a sus lomos, y así edificaban; y el que tocaba la trompeta estaba junto a mí”.216 Todos ellos, mientras llevaban a cabo el trabajo, estaban preparados y listos para la guerra.
SIMEON ASHE [1598-1660]
Y él fortalecerá vuestro corazón. Cristiano, lánzate, por amor a tu Señor, con audacia a la aventura y podrás comprobar como él mueve los hilos de su providencia para que todas las cosas te ayuden a bien.217 Un comandante experto y competente, tiene tanto aprecio como cura de los soldados valientes y arrojados, esos combatientes capaces de luchar ante la mismísima boca de un cañón. Tan pronto tiene noticias de que alguno de ellos se ha roto un hueso, manda enseguida buscar al traumatólogo. ¿Alguno de ellos ha sido herido y está sangrando? Manda al cirujano que lo atienda de inmediato lo mejor que pueda, y lo confina en la retaguardia hasta que se restablezca por completo. ¿Percibe que alguno está bajo de moral? Recurre a lo que haga falta y esté accesible en el campamento para levantarle el ánimo; no les escatima nada, nada para él es demasiado costoso con tal de asegurarse que cuenta con un buen puñado de valientes, ya que comieran oro, también se lo daría. Así también es con Dios. Oh, que alabanzas y encomios tan extraordinarios, que manifestaciones de amor tan dulces, leemos en la carta a la iglesia de Pérgamo: “Yo sé tus obras,