Zola le guiñó un ojo al tiempo que hacía el ruido de un chasquido con la boca.
—Señorita, está usted como una cabra —espetó la mujer queriendo girarse para terminar de marcharse, pero se vio sorprendida cuando la joven la tomó por los hombros y la detuvo. Antes de poder ordenarle que no la tocara, ella siguió hablando sin control.
—No me ha entendido. Mi amiga es agente literaria. Una de las mejores, de hecho…
Ingrid alzó una ceja, incrédula.
—¿Pertenece a la agencia de Barbara Queen?
Zola resopló con gesto espantado con tanta fuerza que de sus labios salió una especie de pedorreta.
—¡Claro que no! ¿Cómo hay que ser de engreída para hacerse llamar la reina Barbara?
Ingrid pensó, aunque no se lo iba a reconocer a esa loca, que ella misma había tenido ese pensamiento miles de veces al ver los anuncios de la agencia.
—Le he dicho que es una de las mejores agentes. ¡Es Penélope Appleton!
Ingrid puso una cara rara que no supo descifrar.
—La mejor agente de la agencia de Gina…
De repente pareció iluminada y no la dejó terminar.
—¡Oh! Ya me acuerdo de ella, es esa señorita que me ha dejado al menos una veintena de mensajes para intentar hacer una propuesta a Frank.
Zola abrió los ojos desorbitadamente e intentó disimular el gesto con otro de entusiasmo y asentimiento. No sabía que Penélope era una acosadora.
—Esa misma. Mi chica es la más persistente de todas. No sé usted, pero yo creo que la perseverancia es la clave de un buen trabajo —dijo con una solemnidad forzada que casi hizo que pusiese los ojos en blanco.
Ingrid se sorprendió al pensar por segunda vez que estaba de acuerdo con esa chiflada. Como persona extremadamente disciplinada y sistemática, era una de las incuestionables virtudes que consideraba que debía poseer una buena ayudante, y mucho más una valiosa agente.
Ingrid se detuvo a pensar unos segundos. No lo podía creer, pero era muy probable que aquella loca chica le estuviese ofreciendo de veras la solución a sus problemas. Aun así, debía tener una charla muy seria con la señorita Appleton, porque ella podía estar deseando marcharse de vacaciones, pero no abandonaría a su jefe en manos de cualquiera. Lo protegía como un perro guardián, y no iba a dejar de hacerlo solo por necesitar tomarse unos días para sí misma.
—Está bien. Vayamos a verla. Hablaré con ella y si veo que es adecuada…
—Lo será, no lo dude —aseguró Zola y, tomándola del codo, la guio hasta la sala donde había dejado a las chicas.
—Zola, ¡cuánto has tardado! ¿Dónde has ido a buscar el hielo? —le preguntó Penélope nada más entrar en el espacio en el que las había dejado—. Courteney se ha tenido que marchar para ver la presentación. He insistido en que lo hiciera porque me encuentro bien, pero te ha dejado una nota.
Su amiga miró a un lado y a otro comprobando que así era, con decepción, pero no pudo pensar más en ello, ya que tenía a Ingrid empujándola por la espalda. Mostró una mueca de disculpa para Penélope, alzando las manos.
—Lo siento, me he entretenido por el camino y se me ha olvidado que había salido en busca del hielo.
—¿Se te ha olvidado? —preguntó asombrada Penélope, ya que había sido la misma Zola la que tras descubrir que se había golpeado en un codo al caer, había insistido en que se pusiese hielo en la extremidad.
—Pero vengo con algo mucho mejor —dijo con una gran sonrisa.
—Alguien, viene con alguien mucho mejor —apuntó Ingrid entrando tras ella.
Penélope, que aún estaba medio recostada en el sofá, se incorporó inmediatamente al verla, completamente avergonzada. En un apresurado intento por parecer más normal se quitó de un tirón la peluca y estiró la falda de su disfraz, aunque este último gesto no sirvió de mucho.
—¡Señora Cowell! —exclamó azorada. Llevaba meses persiguiendo a esa mujer y ahora la pillaba allí, disfrazada, en el momento más patético y bochornoso de su vida.
—Y usted es la señorita Appleton, por lo que tengo entendido —repuso la mujer acercándose hacia ella con el brazo extendido, ofreciéndole su mano.
Penélope no lo dudó y le devolvió el saludo tras levantarse con premura. Dedicó a Zola una mirada interrogante y esta le sonrió con picardía.
—He traído a mi nueva amiga Ingrid, porque tras escuchar una conversación, sin querer —puntualizó—, me he dado cuenta de que podemos ayudarnos mutuamente.
—¿Tu amiga? Zola… ¿qué has hecho? —preguntó tensa.
Quería a su amiga, la quería como a la hermana que nunca había tenido, pero el amor no era ciego y sabía que era un imán para los problemas. Que se hubiese marchado a por hielo y minutos más tarde hubiese aparecido con la ayudante de Frank Beckett era muy inquietante y se preguntaba qué había hecho para lograrlo.
—Tengo que decir que al principio era un poco escéptica, su amiga es… peculiar…
El adjetivo, lejos de ofender a Zola, la hizo sentir orgullosa, pues odiaba todo lo que tuviese que ver con la normalidad.
—Pero cuando me ha dicho quién es usted, he empezado a pensar que el plan podía funcionar.
—¿Plan? ¿Qué plan? —preguntó aún más confusa, mirándolas a ambas.
—Uno en el que podrías durante las próximas semanas convertirte en la sustituta de Ingrid, como ayudante de Beckett —apuntó Zola con el gesto de estar soltando la idea del siglo.
—¿Su ayudante? Pero yo ya tengo un trabajo…
—Lo sé, cariño, pero Ingrid necesita unas vacaciones y tú tener acceso a tu escritor favorito con tiempo para convencerlo de que se convierta en tu representado.
—El problema es que Frank no quiere contratar a un agente, aunque hace meses que le hace falta. Su última experiencia fue desastrosa y ahora se niega a que nadie lleve sus asuntos. Sin embargo, creo que con tiempo y conociendo previamente a la persona finalmente terminaría por ceder.
—Pero si no quiere ni oír hablar de agentes, ¿por qué va a querer que una trabaje para él, aunque sea de ayudante? ¿No lo verá sospechoso?
—No… claro que no. Porque no va a saberlo. Le he dicho que buscaría una sustituta para mis cuatro semanas de vacaciones y es lo que he hecho. Le diré que eres mi sobrina, que vives en la ciudad y que estás capacitada para el puesto. No puedes decirle quién eres de verdad porque entonces creerá que es una encerrona y se negará.
—¡Ingrid! Eres maquiavélica… Me gusta cómo piensas —exclamó Zola interrumpiendo. Elevó la palma para chocar con la mano de la mujer, pero esta, tras mirarla confusa, la ignoró dirigiéndose de nuevo a Penélope. Pero antes de que volviese a hablar intervino ella, que empezaba a negar con la cabeza.
—Señora Cowell, yo… le agradezco mucho la confianza que está depositando en mí, pero es un plan descabellado. Sobre todo, porque en algún momento tendría que decirle al señor Beckett la verdad y entonces se enfadaría mucho. No confiaría en mí para que lo representase y a usted podría despedirla.
Ingrid rio con ganas dejándola pasmada, pues estaba siendo completamente honesta. Gina siempre insistía en la importancia de crear vínculos de confianza con los clientes. ¿Cómo iba ella a empezar una relación profesional sólida con Frank Beckett, mintiéndole? No le parecía bien.
—Eres entrañable y refrescante. Sin duda algo insólito en un mundo