—¿Porque sí que parece que a mí me han recolectado y me han apretado? —preguntó Vivian, algo molesta no solo por haberse sentido desnudada por la mirada de aquel hombre sino también por la excitación que se había apoderado de ella por aquella ensoñación—. Señor Dexter…
Entonces, tras llamar ligeramente a la puerta con los nudillos, la secretaria de Lleyton Dexter abrió la puerta y asomó la cabeza.
—Perdón —dijo la mujer—, pero en cuanto a sus zapatos, señorita Florey…
—¿Los ha encontrado? —preguntó ella, girando la cabeza.
—No, lo siento. El portero ha registrado todos los ascensores y ha preguntado en todos los despachos del edificio. Parece que nadie los ha visto.
—¡Entonces, alguien se los ha llevado! —exclamó Vivian, incrédula—. ¿Cómo han podido hacer eso? ¡Oh, espero que le destroce los pies tanto como me los destrozaron a mí!
—Cualquiera pensaría que se alegra de haberlos perdido de vista —murmuró Lleyton Dexter.
—¡Muy gracioso, señor Dexter! —comentó Vivian, volviéndose a mirarlo—. El problema es cómo voy a ir a ninguna parte sin zapatos. ¡Cualquiera habría pensado que se habría parado a pensar en eso!
—Si tiene el coche en el aparcamiento, podría hacer que se lo lleven hasta la puerta principal. Solo está a unos pasos del ascensor.
—No vine en coche. Vine en tren y luego en taxi —explicó Vivian, cansada. Él levantó las cejas, como si considerara aquel comportamiento inexplicable y algo ridículo—. La autopista entre Brisbane y la Costa de Oro era un caos ahora que la están ampliando. Nunca se sabe cuándo va a haber atascos y lo último que quería hoy es llegar tarde. Por ello, el tren me pareció la solución más viable. De hecho, resultó muy agradable, sin contratiempos, tranquilo… Una opción mucho mejor que estar batallando con retrasos, desvíos y atascos.
—¿Puedo hacerle una sugerencia? —preguntó la secretaria a Lleyton Dexter. Él asintió—. Dado que parece que alguien le ha robado los zapatos, podría enviar a una de las chicas a comprarle un par, señorita Florey. Digamos un par de zapatos de un color neutro, no demasiado caros, que pudieran llevarla a casa y evitarle así más apuros.
—Estupendo, señora Harper. Por favor, proceda enseguida —dijo Lleyton Dexter—. Nosotros nos encargaremos de la cuenta.
—Puedo permitirme comprar un par de zapatos —anunció Vivian.
—No, no. Si se los han robado en este edificio, creo que es lo menos que podemos hacer —le aseguró él—. ¿Cuál es su número?
—El treinta y siete, pero…
Lleyton Dexter se levantó y rodeó el escritorio para poder contemplarle mejor los pies.
—¿Cuál sugeriría usted como un color neutro, señora Harper?
—Beige. Tiene el bolso de color beige así que, sí, creo que el beige le iría bien. No demasiado altos. ¿Cree que por eso le hacían daño los otros, señorita Florey?
—Y luego se habla de tener un mal día —dijo Vivian, suspirando más descaradamente aquella vez. Luego, se echó a reír—. ¡No recuerdo haber tenido uno peor! Gracias a los dos. Evidentemente, esa es la única solución, pero insisto en pagarlos. Fui yo la que se los dejó en el ascensor —añadió, tomando el bolso.
—No, a menos que el señor Dexter diga lo contrario —murmuró la señora Harper, antes de marcharse.
Lleyton Dexter regresó a su sillón y se apoyó la barbilla sobre las manos. Vivian cerró el bolso y lo dejó en el suelo.
—¿Es que hace todo el mundo exactamente lo que usted dice?
—Con bastante frecuencia, pero no siempre, por supuesto. Y algunas veces no tan exactamente, pero…
—¿Solo el noventa y nueve por ciento de las veces, tal vez? —sugirió Vivian.
—Me da la sensación que usted podría ser ese uno por ciento restante, señorita Florey.
Entonces, de repente, Vivian recordó lo que le había llevado allí. Trabajaba para una agencia publicitaria y era de vital importancia conseguir la cuenta Clover. De nuevo volvió a concentrarse en las fotos y en los hermosos rasgos de Julianna.
—Lo que ocurre es… De acuerdo. Tal vez los hombres vean a las mujeres de un modo diferente, pero le sorprendería saber que las mujeres se visten principalmente para otras mujeres. Igualmente, son las mujeres las que compran su champú y a mí no me parece que Julianna vaya a molestarlas. Sin embargo, ahora que sabemos lo que tiene en mente, podríamos hacer las cosas de un modo diferente. Un enfoque más divertido en vez de esta belleza tan abrumadora pero, posiblemente, inalcanzable.
—¿Usted, por ejemplo?
Vivian abrió la boca para decirle que no volviera a empezar pero se contuvo.
—Yo nunca he trabajado de modelo, así que me parece que saldría mucho más acartonada que Julianna, señor Dexter. Y ella no es realmente así… Además, le rompería el corazón…
—¿Por qué no mueve un poco el cabello?
—No habla en serio, ¿verdad?
—Claro que sí.
—¿Por qué?
—Me gusta su estilo. Por cierto, ¿puedo invitarla a comer? Cuando sus zapatos lleguen, naturalmente.
Vivian analizó aquel giro de acontecimientos, como si estuviera buscando algo que fuera a saltarle a la garganta.
Lleyton Dexter la observó atentamente, muy divertido. Aquella mujer medía un metro sesenta y cinco aproximadamente y era pura dinamita bajo aquel cuerpo tan esbelto. ¿Sería aquello lo que le había incitado a recitarle la cita sobre las chicas y los melocotones que aparecía en la página de su agenda para aquel día? Luego, por supuesto, había tenido que justificar aquella frase. Desgraciadamente, aquello podría hacer que la desconocida Julianna perdiera un trabajo, aunque, al lado de aquella mujer, efectivamente, parecía algo acartonada.
—¿A comer…? ¿Dónde?
—Hay un restaurante italiano muy agradable al otro lado de la calle. Puedo dar mi palabra sobre la comida y el ambiente. Y también tengo una propuesta para usted, señorita Florey…
—¿De negocios o…? —preguntó Vivian, interrumpiéndose antes de terminar la frase. Sin embargo, estaba muy claro lo que estaba pensando.
—De negocios, naturalmente.
—Perdóneme —dijo ella—, pero una nunca está del todo segura con los hombres.
—Claro —respondió él, muy serio.
—¡Se está riendo de mí! —exclamó ella, tras un momento de silencio—. Se ha estado riendo de mí desde que puse el pie en este despacho… De acuerdo que, seguramente, tenía un aspecto de lo más divertido, pero… ¡ya está bien!
De nuevo, alguien volvió a llamar a la puerta, lo que evitó que Lleyton tuviera que responder. Era la señora Harper otra vez, no con una sino con tres cajas.
—Fui yo misma —explicó la mujer—. Hay una zapatería justo al otro lado del puente, en la isla Chevron. Me los prestaron para que usted pueda elegir, señorita Florey. Aquí tiene.
Vivian contuvo el odio que sentía por Lleyton Dexter y empezó a probarse los zapatos de color beige.
—Ande un poco antes de decidirse —le aconsejó la señora Harper—. Bueno, a mí me parece que ese par que se ha puesto ahora es el más adecuado, señorita Florey —añadió, tras unos minutos—. Sencillos y prácticos, pero elegantes. ¿Qué le parece a usted, señor Dexter?
—Personalmente, yo prefiero los que se