Los mejores textos eclesiales de la Liturgia de las Horas
Selección y comentarios de Bernabé Dalmau
Dossiers CPL, 154
Centre de Pastoral Litúrgica
Barcelona
Director de la colección Dossiers CPL: Joan Torra
Imagen de la cubierta: Pixels - Pixabay
© Edita: CENTRE DE PASTORAL LITÚRGICA
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Edición digital: noviembre de 2020
ISBN: 978-84-9165-392-9
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Presentación
Mateo, el evangelista, ha agrupado en un capítulo de su evangelio algunas de las parábolas que Jesús ha predicado y que tienen como hilo conductor el Reino de los cielos. Nos cuenta que Jesús cuando llega al final de este discurso –llamémosle parabólico– pregunta a los discípulos oyentes:
«“¿Habéis entendido todo esto?”. Ellos le responden: “Sí”. Él les dijo: “Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo”». (Mt 13,51-52)
Ya sabemos que cuando está diciendo esto quiere hablar de la relación que existe entre el Antiguo Testamento y el Evangelio para dejar bien claro que lo que había sido anunciado en la antigüedad es lo que ahora se realizaba plenamente. Por eso el Antiguo Testamento tiene validez y sirve para comprender con mucha más profundidad lo que Jesús está predicando. No hay contradicción, eso es lo que quiere dejar bien claro. El seguidor de Jesús mantiene todas las riquezas de la alianza antigua y añade la gozosa novedad del Reino. Su tesoro está hecho de lo nuevo y lo antiguo. Es lo que sucedía cuando un escriba se hacía cristiano, lo que ocurrió en los inicios, en las primeras comunidades cristianas eclesiales; pero es también una invitación a conseguir que cada cristiano sea como este escriba convertido. Lo aparentemente antiguo lo enriquecerá para vivir mejor la novedad del Reino. Su tesoro estará hecho de «lo nuevo y lo antiguo» que se interpretarán mutuamente haciendo más viva la luminosidad del Reino.
Los autores cristianos, y de una manera muy especial los de los inicios, sacaron a la luz las perlas bíblicas antiguas y nuevas, deseosos de mostrar cómo formaban todas juntas el único tesoro del Reino que Dios ha puesto a disposición de la humanidad y que precisamente por eso no se agota nunca. Los comentarios bíblicos que hacen, las homilías que predican en estos tiempos iniciales que conocemos como la época de los Padres de la Iglesia, constituyen las perlas del tesoro confiado por Jesús y las brindan como un maravilloso regalo. Son eternamente nuevas, llenas de sabiduría y de conocimiento de Dios y, por eso mismo, son siempre actuales, aunque nos puedan parecer que son viejas por el paso del tiempo. Como ocurre con las joyas, su antigüedad hace más evidente su valía.
Tras la privilegiada época inicial esta tarea continúa en la Iglesia a través de los doctores inspirados que sacan a la luz para cada momento histórico la riqueza eterna del Evangelio. Y la Iglesia la ofrece como lectura espiritual para hacernos sentir más viva la joya del tesoro del cual Dios nos ha hecho depositarios. Son perlas nuevas, cinceladas por el paso de la historia, que nos hacen llegar de nuevo el Evangelio de siempre.
Así, después del único e inmenso tesoro bíblico, tenemos un verdadero tesoro de textos teológicos de gran profundidad espiritual y a menudo de una belleza incomparable.
Con este libro que ahora tiene en sus manos ha pasado algo parecido a lo que la parábola decía del preciado cofre cerrado. Un «padre de familia», el P. Bernabé Dalmau, ha sacado para nosotros de este tesoro de textos que la Iglesia ofrece para la oración del Oficio de lectura de la Liturgia de las Horas unas verdaderas perlas. Las ha seleccionado con su criterio bien probado a lo largo de años y años de lectura espiritual y nos las ofrece.
Son joyas del tesoro eclesial que vienen después de la lectura bíblica, sobre todo del Antiguo Testamento pero también del Evangelio y de los otros textos del Nuevo. Y desde aquí nos acompañan en la vida de cada día, llenos de una frescura siempre nueva.
Joan Torra
Director de la colección Dossiers CPL
Introducción
Siempre las Vigilias de la Liturgia de las Horas se han caracterizado por extensas lecturas extraídas de la Biblia y de autores eclesiásticos. Entre estos últimos, los Padres de la Iglesia sobresalieron. Ya en el siglo VI, para poner solo un ejemplo, la Regla benedictina describe que «en las vigilias se leerán los volúmenes de inspiración divina, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo, y también los comentarios que de ellos han hecho los padres católicos reconocidos y de doctrina segura» (9,8).
Siguiendo esta tradición ininterrumpida, la actual Liturgia de las Horas propone «textos elegidos de los escritos de los Santos Padres, de los doctores y otros escritores eclesiásticos, tanto de la Iglesia de Oriente como de la de Occidente, de tal manera, sin embargo, que el primer lugar se concede a los Santos Padres que, en la Iglesia, gozan de una autoridad excepcional» (Ordenación general de la Liturgia de las Horas 160). El abanico cronológico que estos autores ofrecen es muy amplio, porque comúnmente los Padres de la Iglesia de Oriente llegan a san Juan Damasceno (676-749) y los de Occidente a san Bernardo (1090-1153). La liturgia actual de las horas amplía al máximo este espacio cronológico: no solo incluye a los autores medievales, sino también a los escritores de la era moderna, especialmente cuando se trata de ilustrar con un texto apropiado la figura del santo que se venera aquel día; se llama «lectura hagiográfica». Si antes del Vaticano II era muy excepcional la presencia de algún texto magisterial, ahora son abundantes los extraídos de ese Concilio del siglo XX y de algunos papas de aquella centuria actualmente canonizados.
Junto a los textos bíblicos, la razón de esta presencia patrística y eclesiástica está bien definida. «Mediante el trato asiduo con los documentos que presenta la tradición universal de la Iglesia, los lectores son llevados a una meditación más plena de la Sagrada Escritura y a un amor suave y vivo. Porque los escritos de los Santos Padres son testigos preclaros de aquella meditación de la palabra de Dios, producida a lo largo de los siglos, mediante la cual la Esposa del Verbo Encarnado, es decir, la Iglesia, que tiene consigo el consejo y el Espíritu de su Dios y Esposo, se afana por conseguir una inteligencia cada vez más profunda de las Sagradas Escrituras. La lectura de los Padres conduce asimismo a los cristianos al verdadero sentido de los tiempos y de las festividades litúrgicas. Además, les hace accesibles las inestimables riquezas espirituales que constituyen el egregio patrimonio de la Iglesia y que a la vez son el fundamento de la vida espiritual y el alimento ubérrimo de la piedad. Y por lo que se refiere a los pregoneros de la Palabra de Dios, tendrán así todos los días a su alcance ejemplos insignes de la sagrada predicación» (ibíd., 164-165).
Es posible la tentación de que alguien quisiera sustituir la segunda lectura del Oficio de Lectura por un texto de un autor más cercano en el tiempo, libremente elegido. La Iglesia, sin embargo, cuando ofrece la liturgia no piensa en tentaciones más o menos razonables, sino que simplemente presenta la oración tal como es. Si los gustos o devociones particulares se infiltran subrepticiamente en la liturgia, es ya otro problema que ahora no nos interesa.
No hay que silenciar que, de manera similar a los textos de la Sagrada Escritura, también los de los autores eclesiásticos puedan ofrecer dificultades de comprensión o aceptación. Es natural, como ocurre con cualquier autor, y sobre todo si responde a contextos culturales diferentes de los nuestros. Pero aquí también podemos