LO BÁSICO
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¡HOLA, CEREBRO!
UNA OJEADA A TU MASA DE LOCURA DE 1400 GRAMOS
No confío en nadie que no sea un poco neurótico.
MOHADESA NAJUMI
Estamos a punto de embarcarnos en un viaje por el cerebro para entender por qué en lo relativo a ser un deportista, ese amasijo de 1400 gramos que tenemos sobre los hombros no es solo nuestro mejor amigo, sino también nuestro peor enemigo. Si tienes la capacidad de retención de una pulga, este es el resumen práctico: a lo largo de millones de años, el cerebro humano se ha configurado para protegerse del daño. Se pondrá a cien y llamará la atención para advertirte de que algo va a ocurrir, y se le han concedido antiguos poderes para estar seguro de que le prestas atención. Sin embargo, lo que las partes antiguas del cerebro no saben es que tú vives una vida mayormente rutinaria. Ya no te ves amenazado por tigres de dientes de sable, y no existe el riesgo de que te aplaste un enorme mamut mientras duermes. La realidad es que la vida moderna en los suburbios conlleva el riesgo diario equivalente a un pellizco en el pezón: molesto, sí, pero no como para hacérselo en los pantalones. El problema es que nadie se ha molestado en contarle esto al cerebro, y por eso reacciona en exceso. Bendito sea Dios. La evolución nos ha permitido caminar erguidos y abrir frascos de mantequilla de cacahuete, todo ello mientras charlamos sobre lo difícil que es clasificarse para el maratón de Boston. Pero al mismo tiempo también nos ha engañado silenciosamente. A menudo nos ponemos a encender velas de cumpleaños con un lanzallamas. Antes de que sepamos qué podemos hacer, expliquemos algo de biología evolutiva y neurociencia para saber antes por qué nos encontramos ante este lío.
Eres un pez fuera del agua
Todos nuestros antepasados fueron nadadores profesionales. De acuerdo, tendremos que utilizar terminología y biología evolutiva, pero los científicos están de acuerdo en que descendemos de los peces. Hablando en términos técnicos, antes de que hubiese agua sobre la Tierra, evolucionamos de una bacteria unicelular, pero esto se está poniendo difícil. Llegamos aquí gracias a los peces. (Si eres un triatleta con tendencia a las pájaras, entonces existe una cruel ironía.) Hace 350 millones de años, armados con aletas y algún tipo de híbrido entre las agallas y los pulmones, los primeros anfibios aletearon y saltaron por las riberas cenagosas. Tenían algún motivo. Nadie sabe exactamente por qué lo hicieron. Tal vez se aburrieron de nadar (puedo estar de acuerdo), o quisieron probar comida que no siempre estuviese mojada. Sea como fuere, debemos dar las gracias a que lo hicieran. Aún tenemos restos de nuestro pasado como peces, como, por ejemplo, el hipo y esa pequeña hendidura en el labio superior. Busca en Google para saber por qué.
Mientras nuestros familiares piscícolas movían el trasero por las orillas cenagosas, pronto se dieron cuenta de que estaban terriblemente mal equipados para moverse en tierra firme. Algo tenía que cambiar. Ahora, gracias al bueno de Darwin, sabemos por qué y cómo ocurrió eso. Eso sí, no fue una transición rápida. Se tardaron treinta millones de años en desarrollar una forma corporal que pudiera reptar de manera adecuada. Ahora los renacuajos lo hacen durante seis meses. Chorradas. Como los niños en nuestros días. Por aquel entonces no solo nos faltaban pulmones y movilidad: también necesitábamos más potencia cerebral para afrontar el nuevo mundo. El cerebro que teníamos era poco más que un tallo cerebral y unas pocas partes básicas, como un cerebelo, una especie de minicerebro que manejaba las cuerdas de nuestros resbalosos nervios y músculos. Aún tenemos un cerebelo, si bien de un nuevo modelo. El cerebelo nos ayuda a coordinar los movimientos físicos y nos permite aprender otros nuevos. Situado por debajo del cerebro moderno, aún se encuentra sobre el tallo cerebral, donde ha permanecido durante millones de años. Parece como si se hubiese enviado al desagradable paso del cerebro. (Para verlo, consulta la ilustración de la página 8.)
Avanzamos otros cientos de millones de años, hacia lo que ahora reconocemos como cerebro humano. Aún tenemos muchas otras partes antiguas del cerebro, como el sistema límbico, por ejemplo. Estas regiones cerebrales antiguas siguen con nosotros porque han demostrado ser muy valiosas para mantenernos vivos y disfrutar de la vida. Hablaremos sobre ello más adelante. Puesto que la evolución nunca se detiene, durante los últimos siete millones de años el cerebro humano se ha triplicado en tamaño. La mayor parte de este crecimiento ha ocurrido durante los últimos dos millones de años. Piensa en ello por un momento. Necesitamos cuatro mil millones de años para que evolucionara un cerebro humano (solo cogimos el buen camino cuando salimos del agua, tan solo hace 350 millones de años), pero la mayor parte del crecimiento y el desarrollo tuvieron lugar durante los últimos dos millones de años. Incluso hasta hace poco, la velocidad de este crecimiento había dejado sin palabras a los científicos.1 Una vez dicho esto, sabed que el cerebro humano se está encogiendo de nuevo. En los últimos 10 000-20 000 años, hemos perdido el tamaño de una pelota de tenis, probablemente porque los humanos se han domesticado y el cerebro se ha hecho más eficiente. Nuestro cerebro también tiene relación con el tamaño corporal, que también se está reduciendo. Esto es difícil de creer a menos que examinemos las tendencias del tamaño esquelético durante miles de años, y no la grasa corporal en los últimos cincuenta años. Si no te asombras por lo que está por venir en los dos millones de años siguientes, entonces necesitas conectar el empollón que llevas dentro.
La ciencia reciente nos ha ayudado a desvelar los secretos del cerebro
Nuestro trozo de carne de 1400 gramos es un conjunto muy impresionante. Durante años, el cerebro humano moderno ha desconcertado a los científicos debido a la complejidad de su estructura y su función, y porque es difícil de manipular sin consecuencias negativas para su dueño. En los últimos años, los nuevos métodos para observar cómo funciona el cerebro han ofrecido a los neurocientíficos una idea mucho más clara no solo de lo que hace este, sino también de cuándo, dónde y cómo lo hace. Por ejemplo, la imagen por resonancia magnética funcional nos ha permitido observar, en tiempo real, dónde fluye la sangre en el cerebro en respuesta a distintos pensamientos, tareas mentales o situaciones. Cuando seguimos el flujo cerebral, seguimos el oxígeno y la glucosa (alimento para el cerebro). El aporte de oxígeno y glucosa es un signo de demanda energética, lo cual a su vez es un signo de actividad neural, por lo que el flujo sanguíneo cerebral nos muestra las partes que trabajan de manera activa. Los estudios con resonancia magnética funcional nos han ayudado a echar por tierra diversos mitos muy difundidos, como la idea de que hay personas cerebralmente diestras y zurdas, por ejemplo, o que solo utilizamos el 10 por ciento de nuestro potencial cerebral. En la actualidad, la ciencia ha demostrado que se trata de tonterías.2
Necesitamos maquillar un poco la ciencia para decir algo importante
Lo que sigue es una enorme simplificación de cómo funciona el cerebro. Hemos simplificado la ciencia no porque queramos confundirte de manera voluntaria, o insultar a tu inteligencia, sino porque necesitamos una forma de pensar en el cerebro (y los trucos que nos hace) que nos facilite resolver los problemas que nos ofrece en la vida real. Una de las mayores simplificaciones es que hemos fusionado la anatomía con la función. La neurociencia moderna ha revelado que estudiar la anatomía del cerebro (las estructuras físicas y su localización) no refleja con precisión la complejidad de lo que en verdad hace el cerebro (su función). Las tareas del cerebro no residen exclusivamente en ciertas zonas. Sin embargo, necesitamos un «modelo funcional» que sea al menos coherente con la ciencia y, lo que es importante, que no niegue la realidad biológica. Nuestro objetivo es la utilidad práctica: queremos que tengas más pensamientos y sentimientos que sean útiles y productivos, y que tengas menos experiencias psicológicas y emocionales que te lleven a hacértelo en los pantalones, tirarte del pelo, huir, avergonzarte