–¿Almuerzo junto a la bahía? ¡Estás de broma! No me esperaba que surgiera algo tan rápido.
–Estoy tan sorprendido como tú, pero he pensado que tal vez deberíamos intentarlo. ¿Te gustaría almorzar mañana?
–¿Por qué no? –dijo antes de vacilar y preguntar–: ¿Estás seguro de que es una buena idea?
–¿Por qué no iba a serlo? Está claro que los dos estamos buscando nuevas formas de conocer gente, y si un ordenador dice que somos compatibles, creo que al menos deberíamos probar.
–Bueno, al menos nos echaremos unas buenas risas, ¿no?
–Exacto. ¿Qué dices?
–¿A qué hora y dónde?
–¿Panini Bistro al mediodía? ¿O preferirías ir a algún otro sitio?
–Creía que siempre comías con Mack y Jake al mediodía –dijo ella demostrando que su rutina era bien conocida por todos.
–He decidido que ya es hora de modificar mi rutina.
–Entonces, cuenta conmigo. Y el Panini Bistro me parece bien. Nos vemos allí. ¿Tengo que llevar un clavel rojo detrás de la oreja para que puedas identificarme? –le preguntó entre carcajadas.
–A menos que hayas pegado un gran cambio desde la comida en casa de los O’Brien hace dos domingos, creo que te reconoceré –respondió antes de añadir–: Tal vez por ahora deberíamos mantener esto en secreto. ¿Qué te parece?
–¿Te da vergüenza que te vean en público conmigo, Will Lincoln?
–Si así fuera, no iríamos a almorzar a Shore Road. Es solo que pienso que puede que lo mejor sea ser discretos hasta que veamos cómo funciona esto. Puede que nuestros amigos tengan mucho que decir si se enteran.
–¿No estarás pensando en un amigo en particular, verdad? ¿Es Jess quien prefieres que no se entere?
–¡Claro que no! ¿Por qué iba a importarle a ella?
–Me alegra que pienses eso, porque no se me da nada bien guardar secretos, y menos a mis amigas.
–Vale, de acuerdo –dijo resignado ante la posibilidad de que su almuerzo pudiera crear una conmoción–. Nos vemos mañana.
–Lo estoy deseando.
Will deseó poder decir lo mismo, pero por el contrario, una sensación de pavor se instaló en su estómago porque sabía que estaba jugando con fuego.
Capítulo 2
Unos días después de registrarse en Almuerzo junto a la bahía, Jess comprobó su bandeja de entrada.
–No lo entiendo –le dijo frustrada a Laila, que acababa de pasar por el hotel–. Connie y tú habéis obtenido respuesta casi de inmediato. Yo no he tenido nada, ni siquiera una confirmación de mi registro.
–Seguro que habrá sido un error –respondió Laila, aunque a Jess le pareció que se sintió algo culpable al decirlo.
–¿Es que sabes algo que yo no sé? –preguntó Jess observando a su amiga.
–Claro que no –respondió Laila demasiado apresuradamente–. Tal vez los intereses que pusiste eran demasiado pocos. La empresa promete alguien con intereses similares, y puede que tarde un poco en encontrar la pareja adecuada. Seguro que no todo el mundo recibe una respuesta inmediata. Lo importante es que la persona con la que acaben emparejándote sea la correcta.
–La verdad es que me da igual. De todos modos no confiaba mucho en esto. ¿Qué te parece si vamos a Sally’s y comemos algo?
Laila se estremeció.
–Lo siento, no puedo. Tengo mi primera cita.
Jess se quedó mirándola, intentando juzgar la extraña expresión del rostro de su amiga. Laila parecía más preocupada que emocionada y no era la reacción que Jess se habría esperado.
–¿Por qué no me has dicho nada al llegar? ¿Quién es? ¿Sabes su nombre? ¿Dónde vais a reuniros?
–En Panini Bistro.
De nuevo, Jess la miró fijamente.
–Me sigue dando la sensación de que ocultas algo. ¿Quién es ese hombre? ¿Lo conozco?
Laila asintió.
–La verdad es que sí. Por eso he venido, para poder contártelo por si tenías alguna objeción.
–¿Y por qué demonios iba a tener alguna objeción? No hay nadie en este pueblo con quien haya salido en serio, a menos que contemos a Stuart Charles de tercer curso. Fui a un montón de partidos de la Liga Menor para ver jugar a ese niño.
–Creía que ibas a esos partidos para ver a Connor.
–¿Crees que quería que alguien se enterara de que me gustaba un hombre mayor? –respondió Jess con una sonrisa–. Creo que Stuart tenía doce años, estábamos condenados desde el principio –su sonrisa se desvaneció–. Pero nos hemos salido de la conversación. Estábamos hablando de tu cita e intentaba dejarte claro que no tienes que preocuparte por nada en lo que a mí concierne.
–No estoy tan segura de eso –dijo Laila sin mirarla a los ojos–. Es Will.
Jess se quedó absolutamente quieta e incluso le pareció como si el corazón le hubiera dado un vuelco.
–¿Vas a almorzar con Will? –le preguntó lentamente–. ¿Estás diciéndome que el ordenador os ha emparejado?
Laila asintió y después le preguntó preocupada:
–No estarás molesta, ¿verdad? Quería que te enteraras por mí por si alguien nos ve juntos. Si te molesta, puedo llamar para cancelarlo.
–No seas ridícula. ¿Por qué iba a molestarme? –preguntó intentando sonar despreocupada y aparentar que no estaba afectada, a pesar de que en realidad la noticia la había dejado desconcertada–. Nunca he salido con Will –vaciló–. ¿No crees…?
–¿Qué?
–El folleto decía que la empresa la dirigía un psicólogo. ¿Crees que podría ser Will?
Laila se encogió de hombros.
–Podría ser, pero no sé por qué tendría que importar eso.
–¿No crees que será raro salir con un loquero? –a Jess le había costado estar en la misma habitación que él, nunca había sido capaz de quitarse de encima la sensación de que Will estaba analizándola. Tal vez bajo otras circunstancias esa atención que él le dirigía habría sido halagadora, pero por el contrario la hacía sentirse expuesta y ya había experimentado esa sensación demasiado cuando los médicos habían estado intentando determinar su síndrome de déficit de atención años atrás. Todas esas pruebas psicológicas la habían hecho sentirse como un espécimen de laboratorio.
–¿Por qué iba a ser raro? –preguntó Laila encogiéndose de hombros–. Con suerte, será más perspicaz que la mayoría de los hombres con los que me he topado. Es curioso, pero nunca antes había pensado en salir con Will. Tenemos la misma edad, pero nunca salimos con la misma gente cuando estudiábamos.
–Porque tú ibas con la gente popular y él iba con los friquis.
–Will no era un friqui –dijo Laila saltando en su defensa de un modo que sorprendió a Jess–. Jake y Mack son sus dos mejores amigos y los dos eran atletas. Siempre estaba en tu casa con Kevin y con Connor, además. Si no recuerdo mal, incluso jugaba al baloncesto en la universidad –se le iluminó la cara–. ¡Esa es otra cosa buena! Es más alto que yo; estoy cansada de tener que llevar zapatos planos cuando