–Creo que es irritante. ¿Es eso a lo que te refieres?
Laila puso los ojos en blanco y Connie se rio.
–No me convences –dijo Laila y miró a Connie–. ¿Y a ti?
–No.
Jess estuvo a un paso de borrar esa expresión de la cara de Connie soltando lo que sabía sobre lo que ella sentía por Thomas, pero llegado el momento, no pudo hacerlo. Si estaba pasando algo entre los dos, no quería ser ella la que lo arruinara todo causando un alboroto en la familia. Kevin y Connor habían pensado lo mismo, obviamente, cuando le habían jurado que lo mantendrían en secreto.
–Mirad las dos, pensad lo que queráis. Will y yo jamás funcionaríamos como pareja. Apenas nos soportamos como amigos y, si estuviera tan interesado en mí como las dos pensáis y fuéramos tan perfectos el uno para el otro, ¿no nos habría emparejado ese programa informático?
–No incluyó su nombre cuando pasó tu informe por el filtro –reveló Laila.
–¿Veis lo que quiero decir? No quiere tener nada que ver conmigo y eso lo demuestra. Vamos a dejar el tema, ¿de acuerdo? No quiero hablar ni de Will ni del hecho de que esa estúpida empresa que tiene sea un fraude.
Sus dos amigas la miraron consternadas.
–Estás siendo un poco dura –dijo Laila–. Que nuestras primeras citas no funcionaran no significa que las próximas no vayan a hacerlo.
–¿Vais a aceptar más citas? –preguntó Jess incrédula.
–¿Por qué no? –dijo Laila–. No ha cambiado nada sobre las razones por las que nos registramos, ¿verdad, Connie?
Connie asintió, aunque Jess pensó que parecía dudosa.
–Estoy dispuesta –dijo Connie con deslucido entusiasmo.
Laila centró su atención en Jess.
–Has pagado tu dinero. Ahora no puedes echarte atrás.
–Ya que no he recibido ni un e-mail ni una llamada, estoy pensando que debería exigir mi dinero. Es más, la próxima vez que vea a Will, pretendo decirle lo que pienso sobre todo este ridículo asunto de las citas online.
–Tienes que darle una oportunidad –insistió Laila–. Dale tiempo.
–¡Como si Will y tú formarais una buena pareja! O Connie y su contable. Vamos, chicas, admitid que esto es un error.
En lo que respecta a hacer de casamentero, Will es un aficionado.
–Pues yo no voy a tirar la toalla todavía –respondió Laila con decisión–. Y tampoco Connie, y Jess, tú prometiste que también te apuntabas. ¿Vas a echarte atrás después de habernos dado tu palabra?
–Vosotras dos podéis hacer lo que queráis, pero yo me quedo fuera.
–Una promesa es una promesa –persistió Laila.
Jess suspiró y cedió.
–De acuerdo, vale. Le daré un poco más de tiempo.
Pero a pesar del optimismo de Laila y de la renuencia de Connie, nadie iba a persuadir a Jess de que no era una pérdida de energía y de tiempo.
La cliente de Will, una mujer soltera que había perdido la esperanza de encontrar al hombre adecuado, llegó a su cita seguida por un hombre.
–Es Carl Mason –le dijo Kathy Pierson con los ojos brillantes de emoción–. Espero que no le importe, pero le he pedido que estuviera presente en nuestra consulta de hoy. Nos conocimos a través de Almuerzo junto a la bahía y vamos a casarnos.
Will vio el rubor de sus mejillas y la adoración en los ojos de Carl Mason y se dio cuenta de que eso era exactamente lo que había esperado al lanzar la empresa. Por desgracia, también sabía que Kathy tenía tendencia a precipitar las cosas sin pararse a pensarlas primero. ¿Y si era una de esas ocasiones? No podían haber tenido más que un puñado de citas. Estaba segurísimo de que los había emparejado hacía menos de dos semanas.
–Cuando algo está bien, está bien –le dijo Carl, obviamente captando la falta de entusiasmo de Will ante la noticia–. Sé que debe de parecerle que todo va muy deprisa, pero en cuanto conocí a Kathy, conectamos.
–Me alegro por los dos. De verdad que sí –les aseguró–. Pero el matrimonio es un gran paso. ¿No deberíais pasar un poco más de tiempo juntos antes de establecer esa clase de compromiso?
Kathy lo miró muy seria.
–Tengo cuarenta y seis años. He esperado toda mi vida para conocer a un hombre como Carl. Ya he perdido mi oportunidad de tener hijos, pero eso no significa que sea demasiado tarde para el amor. Es usted el que lleva diciéndomelo todos estos meses. Por fin lo he encontrado y no quiero esperar. No queremos esperar.
–Los dos estáis contándome lo bien que va todo, ¿no seguiría yendo bien dentro de unas semanas, o meses incluso? Así lo sabríais con seguridad.
–Y habríamos desperdiciado semanas o meses de nuestras vidas.
–No quedarán desperdiciadas –insistió Will–. No estoy sugiriendo que no podáis estar juntos durante todo ese tiempo, solo digo que no deis aún el salto al matrimonio. Os conoceréis el uno al otro, os aseguraréis de que sois tan compatibles como pensáis.
–No entiendo por qué no puede alegrarse por nosotros –dijo Kathy–. Quiero decir, somos prácticamente la pareja de anuncio de Almuerzo junto a la bahía. ¡Somos una historia con éxito! Debería estar alardeando por el hecho de que su programa informático haya hecho una pareja tan perfecta en lugar de intentar desmoralizarnos.
–No intento desmoralizaros –le aseguró Will–. Es más, si funciona, seré el primero en levantarme y proponer un brindis en vuestra boda. Es solo que me preocupa que estéis volcando demasiada fe en un programa de ordenador y que no confiéis en vuestro propio juicio. Lleva tiempo llegar a conocer a otra persona. El ordenador es una herramienta que puede acortar el proceso, pero no es infalible.
Kathy se levantó.
–Bueno, había esperado que viniera a la boda, pero ahora me parece una idea terrible. No quiero malas vibraciones que arruinen el día más feliz de mi vida. Vamos, Carl.
Carl la siguió hasta la puerta.
–Para ser sincera, creía que eso del programa informático era una locura, pero una vez que conocí a Kathy me convertí en un creyente. Esto saldrá bien, doctor. No tiene que preocuparse por nosotros.
Will agradeció el esfuerzo de reconfortarlo, pero los miró con una sensación de pavor en el estómago. La confidencialidad con los pacientes le impedía decirle a Carl que Kathy tenía una larga historia de entusiasmos que se desvanecían con demasiada rapidez. Una cosa era aficionarte por algo y dejarlo prácticamente de la noche a la mañana y otra muy distinta era hacer eso mismo con un marido.
Estaba intentando pensar si había algo que pudiera hacer para detener esa impulsiva boda que estaban planeando cuando sonó su móvil. Aliviado por la distracción, respondió al segundo tono.
–¿Will Lincoln? –preguntó vacilante una mujer.
–Sí.
–Tu nombre me apareció como pareja potencial de Almuerzo junto a la bahía. Estaba preguntándome si podrías quedar para almorzar algún día de esta semana. Probablemente debería haber esperado a que tú llamaras, pero temía que si esperaba, perdiera el valor de hacerlo. Nunca antes he hecho nada parecido.
Will contuvo un suspiro. ¿Cómo podía rechazarla? Era él el que había fundado la empresa en parte para poder conocer a gente y destrozaría su reputación que el dueño comenzara a rechazar parejas.
–Me encantaría almorzar contigo –dijo intentando inyectar una nota de