En busca del elefante. Kyung-ran Jo. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Kyung-ran Jo
Издательство: Bookwire
Серия: Colección literatura coreana
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786077640240
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y que serían derribadas, adonde solía ir a hacer los servicios voluntarios, había una vivienda que la gente esquivaba. Era una casa en la que vivía un hombre de mediana edad con su madre anciana, a la que los voluntarios evitaban ir a ofrecer sus servicios. El hombre había sido leñador, tenía un cuerpo fuerte, pero en varias partes estaba manchado de negro por las quemaduras sufridas en un incendio forestal. Especialmente su cara tenía tan mal aspecto que la gente no se atrevía a mirarlo de frente. Además, sus dos orejas quemadas estaban adheridas al cráneo. Era una figura demasiado desagradable para creer que era la de un ser humano. Se quedaba en el interior de la casa todo el día. Ni siquiera se atrevía a encender la luz.

      Se rumoraba que había intentado suicidarse varias veces, pero cuando vi su semblante directamente, llegué a la conclusión de que lo que la gente decía no se quedaría sólo en rumor. Él y su anciana madre, que sufría fuertes dolores por la artritis, sobrevivían gracias al arroz y a un apoyo económico que les suministraba el Ayuntamiento del barrio. Cuando unos voluntarios y yo fuimos a la casa, bañamos a la anciana, que no se movía, sirviéndonos de las instalaciones móviles de aseo; limpiamos la casa y les dimos cierta cantidad de arroz y de harina, pero a ninguno le quedaron ganas de visitarlos de nuevo debido a que les daba mucho miedo encontrarse con el leñador.

      Acudía a verlos regularmente una vez a la semana. El dueño del restaurante que ofrecía el servicio conmigo fue reduciendo las visitas poco a poco hasta que, finalmente, ya no encontró razón para empeñarse en hacerlas. A mí, sin embargo, no me molestaba ayudar al leñador quemado por el incendio ni a la anciana de difícil movilidad. En aquellos tiempos me hacía falta, más bien, tener un trabajo al que pudiera dedicarme, porque esperaba cansarme hasta olvidar a Chong Sukyu.

      Conforme iba pasando el tiempo, llegué a pensar que no los visitaba para ofrecerles mis servicios, sino para descargar un peso de mi mente. El trabajo que realizaba en la casa no era nada especial. Les preparaba kimchi y otros platillos, y observaba el estado de la anciana; después pasaba largo rato sentada en un rincón del pórtico entarimado de la casa. Como sabes, no tenía un espacio propio donde estar sola. El día que tu tío no tenía clases, se quedaba todo el tiempo en su estudio. Yo tenía que prepararle las tres comidas. Las raras veces en que nos quedábamos solas, me mirabas con ojos melancólicos, pero a mí me apetecía mucho más estar sola. Quería recordarlo a solas, por mi cuenta. Cuando el hombre que había estado conmigo hasta hacía poco desapareció de repente, la vida no me sonreía. Después de tanto tiempo, la tristeza me embargaba súbitamente, tanto como ahora.

      Sentada en el pasillo lateral de la casa, mascullaba mis recuerdos, pero en vano. Dirigía mi odio hacia el hombre del que me había separado hacía 17 años, lo añoraba y, por no desahogar mi mente ni revelar las circunstancias en que me encontraba, reía y lloraba a solas, sentada en el entarimado de una casa ajena. Volaba el tiempo; no me di cuenta de que el hijo de la anciana, el antiguo leñador, estaba sentado a mi lado. Me pregunté desde cuándo me habría estado escuchando.

      Como si supiéramos que iban a despedirse dentro de poco, e igual que un hombre que está por morir, así nos enteramos, Yunsul, del tiempo de amor que compartían antes del accidente de Byongha. No me imaginaba, de verdad, que el joven Byongha ya presentía su muerte. Creía que te amaba mucho, tanto como cuidaba de ti. Al hacer en este momento una retrospección sobre ustedes, supongo que eso no sería todo. De todos modos, Byongha, antes de morir, te amaba más que nunca y no soportaba ni un momento imaginarlos separados. Tu tío y yo, que los observábamos de cerca, sentíamos incertidumbre. Cuando los vimos desde la terraza, abrazados sin atreverse a despedirse, eran como granados en julio, a punto de arder en llamas. Fueron los tiempos en que empezaste a volver a casa mojada por el rocío de la madrugada.

      Aquí me tienes, echándote entre los labios el líquido mezclado con agua, la mitad de la dosis regular de cada uno de los tres medicamentos: un antinflamatorio llamado Varidase, un antibiótico, cepaclor, y un calmante.

      Le confesé al antiguo leñador todo lo relacionado con el señor Chong Sukyu. Mi confesión no era más que un monólogo, sin embargo, permaneció a mi lado guardando silencio, desde que me senté en el pasillo hasta que salí por la puerta. La razón de hablarle de asuntos de los que no te había hablado a ti ni a tu tío quizá se debía a que sus oídos no estaban en condiciones normales. Creo que éste era el motivo principal, pero eso no significaba que no oyera nada en absoluto. Con el tiempo quise asegurarme de que guardaría mi secreto fielmente. Se comportó como si de verdad fuera sordo. Un día me dijo intempestivamente:

      —Cortar un árbol parece una acción realizada en el momento, pero en realidad es un trabajo planeado. Seleccionamos los árboles que tienen que morir el invierno que viene o en la nueva primavera, y los pelamos con la sierra eléctrica. Esto significa marcarlos con anticipación. Si vemos desde lejos los árboles, los distinguimos porque ya están marcados por una franja clara en su tronco. He descubierto una cosa bastante extraña. Todos los árboles pelados, a la hora de florecer por última vez, llevan particularmente más semillas. Los árboles saben por adelantado la hora en que morirán. Sin embargo, algo más extraño todavía es que los árboles que estaban en el valle, frente al de los pelados, tenían también más semillas que de costumbre, a pesar de no haber sido tocados y estar en época de desarrollo de la corteza. Nunca supe la razón. Fue en la primavera del año siguiente cuando se produjo el incendio forestal por un rayo que cayó en el bosque. Era la temporada en que aún no empezaban a talar. Al principio me pareció estar fascinado por un demonio. Sí, es verdad, los árboles del valle opuesto ya sabían cuándo tenían que morir, por lo que multiplicaron con mayor abundancia sus semillas, flores y frutos, por última vez en la vida. Creí que no había sido otra cosa que una función de preservación de la naturaleza. Sin atreverme a talar, salí del grupo de leñadores y deambulé distraídamente entre los árboles. Era como si hubiera quedado escondido algo que no había visto. No, a lo mejor había tenido miedo. Ya alejado del valle, caminé largo rato. Entonces descubrí que todos los árboles a cinco kilómetros a la redonda del eje del valle mostraban el mismo fenómeno. Mucho tiempo después llegué a conjeturar que los árboles que morían en un lugar lejano habían decidido pasar el secreto a los otros, y que éste volaría llevado por el viento y, después, intercambiarían señales. Lo que me había sorprendido no era su capacidad de comunicación, sino que los árboles ya marcados sabían cuándo morirían. Además de esto, se notaban las flores especialmente hermosas, y sus frutos y semillas… Creo que los seres humanos son iguales a aquellos árboles.

      Sin siquiera mirarme, iba articulando palabras con un tono claro y exacto. Miré sus orejas, cuya piel estaba aplastada y adherida al cráneo y, aun así, escuchaba todo lo que le decía. Por primera vez le pregunté cómo se había quemado a tal grado. Buscaba con obstinación los labios invisibles cubiertos con una careta, porque él era la única persona que sabía uno de los secretos más importantes de mi vida.

      —Sentí una amenaza mientras talaba los árboles en el bosque. Cuando hacía mucho viento, los árboles se mostraban más violentos y furiosos que de costumbre, como si fueran bestias activas. No trabajaba en el bosque esos días porque percibía una amenaza que se aproximaba lentamente. Aquel día el viento era bastante fuerte, sin embargo no había más remedio que ir a trabajar. Eché a andar la sierra eléctrica y el viento empezó a tomar fuerza. Ya era demasiado tarde cuando se apoderó de mí una corazonada de que los árboles se vengarían. El bosque tiene muy buena memoria, especialmente cuando se quiere desquitar.

      Dejó de hablar de ese pasaje y yo, a mi vez, imaginé lo que le ocurrió. Ese hombre que había vivido trabajando como leñador toda la vida pensaba que nunca más podría salir sin la careta o la gorra, pero, ¿por qué?, ¡ha sido la venganza del bosque! Ésa es una conclusión demasiado terrible. Sin darme cuenta, me temblaban de miedo los hombros, pese a que nunca he tenido la oportunidad de cortar ni un sólo árbol. De verdad tenía mucho miedo. Era probable que hubiera matado, sin darme cuenta, una gardenia o un boj en el patio, o que hubiera acercado una sierra aguda a un material disfrazado de árbol sin saber a ciencia cierta qué era lo que veía.

      Me relató unos cuentos sobre árboles que luchaban jalando de sus respectivas cortezas. Agregó que serían como esposos que no habían vivido felizmente en una vida anterior. Después, sólo sonrió. Creo que quería cambiar