—Por las barbas de los antepasados… ¿Qué he hecho?
—¿Lo ha hecho usted o se lo ha sugerido Máximus Belemis? ¿Por qué usted está aquí y él, asegurando las defensas del Refugio?
—Niña, ¿qué pretendes decirme? —soltó sin ocultar su profunda confusión—. Yo no soy un estratega. Mi labor, desde que recuerdo, consiste en adiestrar a nuevos guardianes. Incluso cuando me refugié en las Montañas Sagradas, no abandoné mis obligaciones hasta que se cerraron los portales. Pero yo no soy un general.
—Ya es hora de que conozca la verdad. —Con un gesto, le indicó a su hermana que le entregara el diario de su madre. Entonces, ella se sentó junto a él y le mostró las páginas que debía leer.
Turbado, el mago leyó algunos de los párrafos mientras mostraba su asombro y, a veces, una cierta incomodidad. Se preguntó cómo había estado tan ciego, cómo se había fortalecido una conspiración sin que él siquiera la percibiera. Pero fue una página en concreto la que perforó sus entrañas, ocasionándole un gran pesar.
Esta noche me he reunido con Hanis y le he asegurado que Lía se encuentra bien, que ha llegado a su casa después de rogarle a su maestro que la dejara recuperarse de su «enfermedad» en nuestro mundo. Hanis se ha sentido aliviado, pero sigue preocupado por la situación. Su padre sospecha que le oculta algo, y como buen mago, no tardará en averiguarlo. Si se entera de que ha dejado embarazada a Lía a pesar de que ha intentado inculcarle que la relación entre especies está prohibida, se desatará su ira. Y, para colmo, están llevando a cabo una investigación meticulosa para descubrir toda la rama genética de cada uno de los guardianes que llevará al nacimiento de los descendientes. ¡Lía está en peligro!
Le he prometido que haré de mensajera entre ambos si es necesario y él ha aceptado agradecido. Su padre lo vigila muy de cerca, pero eso también le brinda la oportunidad de descubrir los planes de algunos magos insurrectos del Valle. Hay que truncar sus intenciones antes de que sus ideas incendiarias se extiendan por toda la región.
Al mago le temblaron las manos al pasar varias páginas y concentrarse en el nuevo párrafo que la guerrera le señalaba.
Llamo a Lía una vez por semana, a veces incluso dos. No quiero levantar sospechas manteniendo una comunicación diaria con ella. Ayer me confirmó sus temores: que la siguen. Lo descubrió mientras caminaba en compañía de su madre en dirección al ginecólogo. Está preocupada por los trillizos. Los descendientes son ahora la salvación para un Silbriar cada día más caótico. Hay revueltas y desconfianza en las distintas comunidades. Y aunque todavía no resuenan los tambores de guerra, todos dan por hecho que están posicionándose los diferentes bandos, como las piezas en un tablero de ajedrez.
He vuelto a Silbriar y he informado a Hanis de los últimos acontecimientos. Está dispuesto a venir a la Tierra para proteger a Lía. Me ha dicho que su padre ha firmado un pacto con un mago poco conocido pero con grandes ambiciones. No es un hechicero del Valle. Lo ha identificado como perteneciente a la escuela del Cosmos. Debo imaginar que muchos magos que forman parte de esa escuela se han sumado a su causa también, aunque ignoro cuántos preparan la rebelión. Quizá debería romper mi juramento e informar a mi maestro. Somos pocos los que tratamos de sacar a la luz la verdad, y puede que necesitemos la ayuda de Zacarías. Pero Hanis no se fía del mejor amigo de su padre. Dice que podría estar involucrado. Me cuesta mirar a esos ojos honestos y pensar que, tras ellos, se encuentra escondido un extremista.
Valeria posó su mano sobre la del mago antes de que pudiera pasar la página y adentrarse en los secretos que su madre guardó durante años.
—¿Conocía la relación de Hanis y Lía? ¿Sabía usted que tanto ella como sus hijos murieron durante el parto?
Él entornó sus ojos húmedos y asintió con lentitud.
—Máximus me contó que descubrió la relación —confesó apesadumbrado—. Pero él intentó ayudarlos. Dejó que Hanis partiera hacia vuestro mundo y así su hijo pasó los últimos días con ella. Lo que sucedió a continuación fue otra de las aberraciones causadas por Lorius Val. Él supo que la guardiana estaba a punto de alumbrar a trillizos. Pensó que se trataba de sus ansiados descendientes y decidió intervenir. Envió a uno de sus secuaces a la Tierra y acabó con la vida de Lía en cuanto sustrajo a los niños de su vientre. Tiempo después asesinó a Hanis. Máximus, para honrar su nombre, dijo que su hijo había muerto combatiendo contra una veintena de lopiards. No quería que el nombre de su hijo fuera mancillado por mantener una relación con una humana. —El mago lanzó una sentida exhalación—. Pero te equivocas en algo, querida, solo murió un varón. Dos de los niños sobrevivieron: otro varón y una fémina. Kirko y Kayla son los nietos de Máximus —Valeria palideció, y por un momento sintió que desfallecía—. Mi amigo siempre ha tratado de recuperarlos. Ignoro si por ello ha hecho un pacto con Lorius. Pero esos chicos son lo único que le queda después de que Hanis muriera. Le prometí a Máximus que jamás le contaría a nadie que los hijos adoptados por ese malnacido eran en realidad sus nietos. Pero, como veis, acabo de romper mi juramento.
Valeria se levantó y, escondiendo la boca tras su mano, deambuló por la estancia, todavía aturdida por la información que el maestro de su madre acababa de revelarle.
—¿Cómo puede estar tan seguro de que, después de lo que ha leído en el diario de mi madre, Belemis no estuviera al corriente de la orden de asesinar a Lía y a su propio hijo?
—Ahora mismo, ya no estoy seguro de nada —admitió, con semblante abatido—. Acabo de recibir un mensaje en el que me informan de que varios pueblos de sur, los más cercanos al desierto, han sido arrasados por las arpías. Y un ejército de orcos ha tomado el sendero. ¡Pronto llegarán a la posición de los enanos!
—¡Tiene que ayudarnos! —exclamó Érika, esperanzada—. Esos monstruos no pueden llegar al Refugio.
—Tienes razón, pequeña. ¡Es hora de pedir explicaciones y liberar al gran mago! Para mí sería un honor que me acompañarais.
—No podemos —se lamentó Valeria—. Tenemos otra misión que podría acabar con esta guerra. Nos vamos a las Islas Sin Nombre.
El mago arrugó el entrecejo al no comprender del todo qué podía ser más importante en esos momentos que recuperar la casa de Bibolum. Entonces, escuchó golpes en la puerta que interrumpieron sus cavilaciones; alguien se disponía a entrar. Alertó a las dos hermanas y, en cuanto estas se refugiaron bajo la invisibilidad, él, con un gesto delicado de sus dedos, hizo que la puerta se abriera. No se asombró al distinguir a su primer oficial, un experimentado mago del fuego, inquieto en el umbral.
—Pensaba derribar la puerta si no abríais. —Entró inspeccionando la habitación—. Algunos sirvientes han escuchado voces y temía por vuestra seguridad.
—Hablaba conmigo mismo, reflexionaba sobre algunas cuestiones que me preocupan. Soy viejo, ¿qué esperabas? —dijo, restándole importancia al asunto—. Por cierto, ¿tus soldados han visto algún lopiard por aquí? —El joven mago negó, todavía confuso—. Es lo que me temía... ¡Prepara a tres cuartas partes del regimiento para volver al Refugio de inmediato!
—Pero, Zacarías, las órdenes...
—¡Las órdenes las doy yo! Para eso me han nombrado presidente del Consejo. Ah, y también quiero que prepares un carromato con víveres, agua y algunas esferas mágicas. Eso es todo por el momento, puedes retirarte.
Observó cómo el joven, todavía perplejo, abandonaba impetuoso la estancia. En cuanto se cercioró de que ya no se encontraba cerca, se sentó detrás de la escribanía y comenzó a dibujar en el aire con su varita unas letras azules que terminaron impregnándose en el papel. Las dos descendientes se acercaron a él y examinaron