En la finalización de un curso de computación para mujeres en Santiago de Chile, ellas organizaron un pequeño acto musical. Un joven llevó su teclado y había preparado algunas piezas musicales. Antes de empezar felicitó al grupo de mujeres que por generación correspondían a la de su propia madre. Él les dijo: “las felicito, ustedes acaban de emprender la felicidad”. Aquellas palabras contenían una sabiduría tremenda. Ciertamente, el curso de computación fue una excelente excusa para salir de la casa y ocuparse de ellas mismas, crear vínculos, tener nuevas conversaciones y, por tanto, resignificarse. Cambiaron el discurso, empezaron a contarse cosas distintas a sí mismas, entre ellas y a sus anteriores vínculos.
Cuando percibimos la existencia como un don hermoso que nos hace y que nos hace únicos e irrepetibles, la vida no puede seguir igual. Cuando nos quedamos al desnudo frente al ser, sea por enfrentarnos a la muerte, sea por enfrentarnos a la inmensidad del cosmos o a la fragilidad de nuestro propio engendramiento, la vida no puede seguir igual. Los artefactos, los celulares, las alhajas, los ruidos, las persecuciones, los delirios... se nos caen. La experiencia existencial tiene una fuerza comunicativa tremenda. Ante las catástrofes y el drama, la opción de abrazar lo más profundo de la existencia es liberadora y generadora de una profunda paz.
Somos en un tiempo y en un espacio
Para la reconciliación es necesaria la contemplación de la realidad y para ello es fundamental hacer silencio, para hacer silencio hace falta tener tiempo y espacio. El silencio no se improvisa. El silencio es lo que da contenido a nuestro recipiente. Las personas somos como recipientes, podemos estar llenos de odio, desidia o vacío, o podemos estar llenos de silencio fundante. Sólo desde el silencio podremos reconciliarnos, es decir, volver a encontrarnos con lo más propio, lo fundante, volver al centro mismo del sentido. Ése es el discurso que nos llena, nos hace personas, recrea el ser. Oportunidades especialmente regeneradoras son los puntos de quiebre, relaciones en crisis, después de un despido laboral o después de un largo letargo, los duelos y por cierto todos los inicios, los proyectos nuevos... Ahí es cuando necesitamos papel y lápiz para anotar ¿qué es lo que tengo ahora?, ¿desde dónde parto? y con eso empezar a caminar.
Veamos un ejemplo: acabo de descubrir frente a mí la sorpresa de existir, mi límite y se me da vuelta todo. Aparece la posibilidad de iniciar el camino de la vida de manera renovada. Reconciliada. Veo que solamente hay una persona capaz de convertir mis amarguras en tierra fértil, esa persona soy yo. Solamente hay una persona capaz de empezar a ver oportunidades en mis fracasos, revisarlos y aprender de ellos, esa persona soy yo. ¿Sobre qué versan mis conversaciones?, ¿cuáles son mis discursos? Mis discursos están llenos de temores y de defensas, de justificaciones y de apariencia. Cuando estoy sola, caminando por la ciudad, ordenando el día, regresando a la casa, preparando una tarea... muchas veces me descubro abrumada, cansada de cansarme, molesta con relaciones poco satisfactorias.
¿Cómo se hace?, ¿cómo se cambian los discursos?, ¿cómo cambio lo que me digo a mí misma que agota el sentido de todo, que descarga las pilas?, ¿cómo me enfrento a tareas que me desgastan y a situaciones de poder que me superan? Con un ejercicio potente de querer ir a fondo, de sinceridad conmigo misma y con el ejercicio del silencio. Para escuchar quien soy y qué quiero, tengo que hacer silencio. Un silencio que arranque de la aceptación de la realidad.
La persona realista tiene una gran parte del camino recorrido, porque ya dejó los sueños estériles atrás y ahora parte de lo concreto. No está lamentando lo perdido o lo que podría haber sido. Las situaciones de la vida nos comunican vida. Se genera entonces la opción de comunicar desde el ser. Un reto enorme. No desde la apariencia, no desde lo que hago y lo que tengo, sino desde el sentido.
Hay otro elemento fundante: escuchar. En el afán de llegar a la cima de triunfo, nos la pasamos compitiendo. Competimos hasta con nosotros mismos: “a ver si hoy demoro menos tiempo en llegar al trabajo”. A propósito de las conversaciones -conversar significa también convertirse- algunos autores, como el chileno Humberto Maturana, dicen que es en las conversaciones en las cuales realmente ocurren las cosas, las transformaciones. Pero ¿conversamos?, ¿escuchamos?, ¿o nos paramos frente al otro para demostrarle nuestra razón y dominio? Al parecer, nos cuesta escuchar. Una parte importante de la sociedad, más de la mitad de sus integrantes, no está siendo escuchada.
Carta de la paz, dirigida a la ONU, punto IX:
Así mismo, es evidente que no se podrá construir la paz global mientras en el seno de la sociedad e incluso dentro de las familias, exista menosprecio hacia más de la mitad de sus integrantes: mujeres, niños, ancianos y grupos marginados. Por el contrario, favorecerá llegar a la paz el reconocimiento y respeto de la dignidad y derechos de todos ellos.
Todos aquellos que no le sirven a un sistema productivo no están siendo escuchados. En las sociedades antiguas, aquellas que cuidaban del ecosistema con equilibrio, los adultos mayores eran consultados para tomar las decisiones.
Dicen que este tercer milenio en el que estamos es el milenio de lo femenino. Lo femenino es la gran esperanza. Lo que no sabemos bien es qué es lo femenino y, por cierto, que lo femenino no es un tema de mujeres, solamente. Intuimos que lo femenino es una apuesta a discursos más inclusivos, con menos poder, con democracias participativas y gobiernos capaces de incluir a las diversidades, como señala la Carta de la paz, dirigida a la ONU, en el décimo punto:
[...] Las democracias, pues, han de dar un salto cualitativo para defender y propiciar, también, que toda persona pueda vivir de acuerdo con su conciencia sin atentar nunca, por supuesto, a la libertad de nadie ni provocar daños a los demás ni a uno mismo.
Lo femenino está relacionado con los procesos, así podemos verlo en las gestaciones, en los embarazos, en los tiempos menos cronológicos y más fraternos, de sobremesa. Lo femenino se permite sentir, sin juzgar. Sentir miedo o rabia no es bueno ni malo, es humano. ¿Cómo canalizamos esos sentimientos, cómo los elaboramos? Es el tema. Si siento rabia puedo usarla para convertirla en diálogo o para matar al otro. El dolor duele, quien lo niegue está negándose a sí mismo, pero el dolor tiene sentido cuando genera vida.
Por tanto, estamos frente a una nueva civilización, construyendo discursos nuevos desde la amistad. Aprendiendo que hay signos de esperanza en cada puerta en cada ventana, en cada mirada. Aprendiendo a dialogar desde el silencio y la escucha.
En una entrevista que le hicieron el pasado 20 de septiembre de 2009, en el diario El Espectador, al filósofo colombiano Carlos B. Gutiérrez cuando cumplió 70 años, él dice que el ciudadano de a pie se ve confrontado a diario con situaciones que cambian y a cuya altura él tiene que estar, he ahí el cambio de cultura; dice Gutiérrez:
Hemos reducido lo ético a puro individualismo, es decir a una racionalidad táctica-estratégica individual, que termina privándonos de mucha orientación que necesitamos. Creo que la orientación tiene que ver con que tengamos un sentido. Es decir, la razón humana está cada vez más centrada en dominio, control y técnica. Y lo que la hermenéutica sensibiliza no es al dominio, sino a agilizar nuestros sentidos de pertenencia de lo que formamos parte, que no tratamos de dominar sino lo que nos permite ser como somos; [...] el reconocimiento de lo que somos como autoconciencia depende en gran medida del reconocimiento de los otros, la identidad humana es un constructo social, no un logro personal.
En justicia, la propuesta de Gutiérrez es una apuesta por la reconciliación, por el otro. Y cuando construimos diálogo, cuando nos convertimos al otro, lo que hacemos es ser amigos. La amistad es la experiencia más sublime que podemos experimentar. En la amistad se vive la fiesta, se escucha el tintinar de las copas llenas de vino. En la amistad, la diversidad es aporte y cuando la diversidad es aporte estamos construyendo amistad. Una amistad abierta, receptiva, invitante y mostradora de caminos. La amistad cerrada es asfixiante, hablamos de amistad en la cual tus amigos son mis amigos. “Hay que cultivar el disenso” dice Carlos B. Gutiérrez.
“La paz se recibe” dice el célebre estudioso de la paz Raimon