–No puedo darte una fecha, pero no es porque no quiera. Tengo que volver a Washington. El deber me llama.
–Recuerda, Phillip, nada de expectativas –ella le tomó el rostro entre las manos–. Me gusta estar contigo, pero no voy a sentarme al lado del teléfono a esperar a que llames. Tengo que dirigir una empresa. Yo también estoy ocupada. Llámame cuando tengas tiempo.
La miró un poco sorprendido. Ninguna de las mujeres que había conocido le hubiera dicho algo así. Alex era otra cosa.
–Eres muy amable.
Ella se encogió de hombros.
–Merece la pena esperarte.
Aquello era una locura. En vez de explorar su mutua atracción y tratar de eliminarla, estaba intentando hacer malabarismos con su horario para volver a verla. Debería regresar corriendo al coche y alejarse a toda velocidad en busca de una mujer más adecuada para ser la esposa que necesitaba.
Esa mujer entendería que no podía serle desleal a Gina, estaría a su lado en las reuniones sociales de Washington y se sentiría a gusto llevando un modelo de alta costura y maquillaje. La esposa que necesitaba entendería que su carrera exigía que ella sacrificara la suya.
Y, sobre todo, no le provocaría todas aquellos sentimientos confusos e inesperados.
Alex no era lo que necesitaba.
Su carrera lo era todo para él. Lo había salvado de ahogarse en la pena, hacía dos años. Con la vista puesta en la Casa Blanca, Alex solo le complicaría la vida.
No, no era la mujer que necesitaba, pero era todo lo que deseaba, lo cual la hacía verdaderamente peligrosa.
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