Al fracasar los intentos de cambiar las leyes o el Parlamento y estallar la guerra en 1775, el Segundo Congreso Continental echó todas las culpas al Parlamento y a los ministros del rey y encargó a un comité de tres miembros, entre los que se encontraba Thomas Jefferson, que redactara la Declaración de las Causas y Necesidad de Tomar las Armas [Declaration of the Causes and Necessity of Taking Up Arms]. Esta declaración era una explicación de por qué los colonos veían necesario defender sus libertades mediante la fuerza de las armas y también una llamada final a la reconciliación. Aunque los autores declaraban que habían redactado el documento «por respeto al resto del mundo», su claro destinatario era Jorge III, con el objetivo de que Gran Bretaña cambiara de política. La declaración afirmaba que, solo si el monarca ordenaba a sus ministros negociar con los colonos «en términos razonables», podrían evitarse las «penalidades de la guerra civil». Esta solicitud, junto con la Petición de la Rama de Olivo [Olive Branch Petition] que pedía al rey encontrar la forma de «establecer la paz […] en nuestros territorios», fue rechazada de plano por Jorge III. Al acabar 1775, las colonias estaban en un punto muerto político armado: la reconciliación ya no era una opción viable, pero no eran capaces de ver un camino que les permitiera separarse de Gran Bretaña.11
Este impasse se rompió a primeros de 1776, pero no por la enorme altura intelectual que alargaba sin fin los debates de los congresistas en la Pennsylvania State House (actual Independence Hall), sino por un desconocido editor de periódico que, casi arruinado, había emigrado de Londres a Filadelfia apenas un año antes. En aquel breve lapso, Thomas Paine había escuchado suficientes rumores de café y divagaciones tabernarias como para llegar a una conclusión que algunos políticos debatían en privado: las distintas declaraciones y peticiones emitidas hasta entonces por el Congreso eran un planteamiento equivocado. Era Jorge III, no sus ministros ni el Parlamento, el responsable de las desgracias que padecían las colonias; por tanto, de nada servían las peticiones al monarca para que cambiara las leyes: para asegurar la prosperidad de las colonias era necesario romper del todo con Gran Bretaña, no una reconciliación. Los claros y sencillos razonamientos de Paine lo llevaron también a una segunda conclusión, aún más radical: la separación solo se podría alcanzar por la vía militar y esta solo sería posible con el apoyo de Francia y España. Dicho apoyo dependería por completo de que las colonias, de manera formal y por escrito, se declararan una nación soberana independiente de Gran Bretaña.
Con la ayuda de Benjamin Rush, un médico por entonces activo en los círculos políticos, Paine publicó un panfleto de cuarenta y seis páginas intitulado Sentido común [Common Sense] que exponía estas opiniones y planteaba pasos que seguir para que las colonias alcanzaran la independencia. Las librerías de Filadelfia comenzaron a venderlo el 10 de enero de 1776, el mismo día en que llegó la noticia del discurso de Jorge III que denunciaba la rebelión de las colonias como un intento de fundar «un imperio independiente». La publicación de Paine llegó en el momento más apropiado: su llamada a la independencia, que habría podido parecer disparatada solo unas semanas antes, fue impulsada de forma involuntaria por la propia acusación del rey en el mismo sentido. El panfleto tuvo una gran difusión y, en unos pocos meses, la idea de la independencia ya se debatía abiertamente a lo largo y ancho de las colonias.12
Sentido común comenzaba planteando la forma ideal de una república en la que los ciudadanos participaran en su propio gobierno y explicaba que los sistemas británicos de la monarquía y la aristocracia eran la antítesis de dicha forma gubernamental. Las colonias, si permanecían ligadas a una Gran Bretaña separada por 3000 millas náuticas de distancia y que demostraba poco interés y comprensión por sus problemas, estaban abocadas a padecer más «daños y perjuicios». Paine continuaba entonces con una declaración que resonó en los salones del Congreso, en las cámaras locales y en las asambleas coloniales desde Nuevo Hampshire a Georgia: «Todo lo que es justo o natural pide la separación […] ES HORA DE SEPARARSE».13
Las páginas finales de Sentido común dejaban clara la relación directa entre la idea de la declaración de independencia y la necesidad de asegurar la ayuda de Francia y España:
Nada puede resolver nuestros problemas de forma tan expeditiva como una declaración de independencia clara y decidida.
Primero.—Es costumbre entre las naciones, cuando dos están en guerra, que algunas otras potencias no implicadas en la disputa intercedan como mediadoras y que preparen los acuerdos preliminares para la paz: sin embargo, mientras América se declare Súbdita de Gran Bretaña, ninguna potencia, por muy bienintencionada que sea, puede ofrecerle mediación. Por tanto, en nuestro estado actual podríamos seguir en una disputa perpetua.
Segundo.—Es iluso suponer que Francia o España nos proporcionarán algún tipo de ayuda si para lo único que deseamos dicha ayuda es para solucionar el conflicto y reforzar la conexión entre Gran Bretaña y América […].
Tercero.—Mientras nos profesemos súbditos de Gran Bretaña, debemos, a ojos de las naciones extranjeras, ser considerados como rebeldes […].
Cuarto.—Si se publicara un manifiesto y se despachara a las cortes extranjeras […] [este] tendría mejores efectos para este Continente que si un barco zarpara repleto de peticiones a Gran Bretaña.
Mientras conservemos la denominación de súbditos británicos, no podremos ni ser recibidos ni escuchados en el exterior: los usos de todas las cortes van contra nosotros y así será hasta que, por medio de la independencia, ocupemos un lugar entre las demás naciones.14
El público de las colonias no necesitaba ninguna explicación para comprender el plan de Paine de solicitar ayuda directamente a Francia y España. Igual que él, sabía que las dos naciones llevaban tiempo deseosas de medirse de nuevo con Gran Bretaña. Habían salido mal paradas de la Guerra de los Siete Años, un conflicto global que había comenzado en las colonias norteamericanas de Francia e Inglaterra en 1754, apenas como una batalla fronteriza entre ambos imperios, pero que había absorbido con rapidez a todas las grandes potencias europeas. La guerra acabó en 1763: Francia había tenido que entregar Canadá al Imperio británico y España había perdido su posición dominante en el golfo de México al ceder Florida a Gran Bretaña. Era sabido que ambas naciones buscaban ahora recuperar los territorios y el prestigio perdidos y que el creciente conflicto en las colonias británicas podía ofrecerles la oportunidad de venganza, deseada durante tanto tiempo.
DECLARAR LA INDEPENDENCIA E INCORPORARSE A LA ESCENA MUNDIAL COMO UNA NACIÓN SOBERANA
El efecto de Sentido común en el estado de ánimo de los colonos fue electrizante, un concepto, por cierto, ya popular entonces debido a los experimentos científicos de Benjamin Franklin, muy divulgados.15 Este había vuelto a Filadelfia tras pasar una década en Londres en defensa de la causa de las colonias. Si antes de enero de 1776 solo se hablaba de reconciliación,