—Dime las dos cosas —dijo el tipo—. Lo que calculas tú, y después lo que crees que calcularía la fórmula de Fisnik. Quizás te descuento un poco. Quizás partimos la diferencia. Como una oferta de presentación.
—Yo calculo ochocientos dólares —dijo Reacher—. Pero Fisnik probablemente calcularía mil cuatrocientos. Como te dije. Redondeado en la centena que quede más cerca, más quinientos por cargos.
El tipo bajó la vista hacia el libro.
Asintió, despacio, juicioso, en total acuerdo.
—Pero sin descuento —dijo—. Decidí que no. Me voy a quedar con todos los mil cuatrocientos.
Cerró el libro y lo apoyó plano sobre la mesa.
Reacher se puso la mano en el bolsillo y el pulgar en el sobre y sacó catorce billetes de atrás del fajo de Shevick. Se los dio. El tipo pálido los volvió a contar con dedos rápidos y entrenados, los dobló una vez, y se los guardó en el bolsillo.
—¿Estamos bien ahora? —preguntó Reacher.
—Pagado en su totalidad —dijo el tipo.
—¿Recibo?
El tipo se volvió a dar un golpecito en el costado de la cabeza.
—Ahora vete —dijo—. Hasta la próxima vez.
—¿La próxima vez de qué? —dijo Reacher.
—Que necesites un préstamo.
—Espero no necesitarlo.
—Los perdedores como tú siempre lo necesitan. Sabes dónde encontrarme.
Reacher hizo una pausa.
—Sí —dijo—. Lo sé. Cuenta con eso.
Se quedó donde estaba un rato largo, y después se levantó de la silla del visitante y se alejó caminando, despacio, con la mirada al frente, todo el trayecto hasta el otro lado de la puerta y a la vereda.
Un minuto después Shevick rengueó detrás de él.
—Tenemos que hablar —dijo Reacher.
SEIS
Shevick todavía tenía un teléfono celular. Dijo que no lo había vendido porque era uno viejo con tapa que no valía prácticamente nada, y todavía lo usaba porque dar de baja el plan le habría costado más que mantenerlo. Además de que había momentos en los que realmente lo necesitaba. Reacher le dijo que este era uno de esos momentos. Le dijo que llamara un taxi. Shevick le dijo que no se podía permitir un taxi. Reacher le dijo que sí podía, solo por esta vez.
El taxi que vino era un viejo Crown Vic destartalado, con una capa gruesa de pintura color cáscara de naranja, con un foco de auto de policía en el pilar del conductor y una luz de taxi amarrada al techo. No un vehículo atractivo, visualmente. Pero andaba bien. Se movió con pesadez y gimoteando el kilómetro y medio hasta la casa de Shevick y se detuvo afuera. Reacher ayudó a Shevick por el sendero angosto de cemento hasta la puerta. Una vez más se abrió antes de que pudiera poner la llave en la cerradura. La señora Shevick lo miró fijo. Tenía en la cara preguntas mudas. ¿Un taxi? ¿Por la rodilla? ¿Entonces por qué el hombre grandote también regresó?
Y sobre todo: ¿Debemos otros mil dólares?
—Es complicado otra vez —dijo Shevick.
Volvieron a la cocina. El horno estaba frío. Ninguna cena. Ya habían comido una vez ese día. Todos se sentaron a la mesa. Shevick contó su parte de la historia. Fisnik no estaba. Había en cambio un sustituto. Un extraño pálido siniestro con un libro grande negro. Entonces Reacher se ofreció como intermediario.
La señora Shevick pasó su mirada a Reacher.
Que dijo:
—Estoy bastante seguro de que era ucraniano. Tenía en el cuello un tatuaje de cárcel. Alfabeto cirílico, definitivamente.
—No creo que Fisnik fuera ucraniano —dijo la señora Shevick—. Fisnik es un apellido albanés. Lo busqué en la biblioteca.
—Dijo que Fisnik había sido reemplazado. Dijo que el asunto que quien fuera tuviese con Fisnik ahora lo tenía con él. Dijo que los clientes de Fisnik ahora eran sus clientes. Dijo que si le debías dinero a Fisnik ahora se lo debías a él. Aclaró el mismo punto muchas veces. Dijo que no era astrofísica.
—¿Pidió otros mil dólares?
—Sostuvo el libro abierto tan cerca del pecho que resultaba incómodo. Al principio no estuve seguro de por qué. Asumí que no quería que yo viera lo que decía ahí. Me preguntó mi nombre, y dije Aaron Shevick. Bajó la vista al libro y asintió. Lo cual me pareció raro.
—¿Por qué?
—¿Qué probabilidades había de que tuviera el libro abierto en la página de la S? Una en veintiséis. Posible, pero improbable. Así que empecé a pensar que estaba escondiendo el libro no porque no quisiera que yo viese lo que decía ahí, sino porque no quería que yo viera lo que no decía ahí. Porque ahí no decía nada. Estaba en blanco. Esa fue mi suposición. Después él lo demostró. Me preguntó cuánto debía. Él no lo sabía. No tenía la información previa de Fisnik. No era el viejo libro de contabilidad de Fisnik. Era un libro nuevo en blanco.
—¿Y todo eso qué significa?
—Significa que no fue una reorganización rutinaria interna. No mandaron a Fisnik al banco y pusieron a un bateador de emergencia. Fue una usurpación hostil desde afuera. Ahora hay una gerencia completamente nueva. Repasé las palabras del tipo. Su uso del lenguaje. Lo dejó claro. Alguien distinto se está metiendo en ese negocio.
—Esperen —dijo la señora Shevick—. Lo escuché en la radio. La semana pasada, creo. Va a haber un comisario general de policía nuevo. Dice que en la ciudad hay bandas rivales de ucranianos y albaneses.
Reacher asintió.
—Ahí está —dijo—. Los ucranianos están interviniendo en parte de los negocios albaneses. Ahora les toca tratar con gente nueva.
—¿Pidieron los mil dólares extra?
—Están mirando hacia delante, no hacia el pasado. Están dispuestos a no darles mayor importancia a los viejos préstamos de Fisnik. Todos o en parte. Porque así les toca. No tienen opción. No saben lo que debe cada uno. No tienen la información. ¿Y además para qué les irían a dar importancia? No era el dinero de ellos. Quieren sus clientes. Eso es todo. Para el futuro. Quieren cubrir sus necesidades durante los próximos años.
—¿Le pagó al hombre?
—Preguntó cuánto debía y yo me arriesgué y le dije mil cuatrocientos dólares. Miró la página en blanco y asintió solemnemente y coincidió. Así que le pagué mil cuatrocientos dólares. Momento en el cual dijo que me podía ir y confirmó que el préstamo estaba pagado en su totalidad.
—¿Dónde está el resto del dinero?
—Acá mismo —dijo Reacher. Sacó el sobre del bolsillo. Apenas más delgado de lo que era antes. Todavía había en el sobre doscientos once billetes. Veintiún mil cien dólares. Lo puso en la mesa, en el medio, equidistante. Shevick y su esposa lo miraron fijo y no dijeron nada.
Reacher dijo:
—Este es un universo arbitrario. Una vez cada luna azul las cosas salen bien. Como ahora. Alguien inició una guerra y ustedes son el opuesto exacto de daño colateral.
—No si Fisnik aparece la semana que viene queriendo todo esto más otros siete mil dólares.
—No va a suceder —dijo Reacher—. Fisnik fue reemplazado. Algo que viniendo de un gángster ucraniano con tinta de cárcel en el cuello casi