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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Elizabeth Duke
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amor a prueba, n.º 1510 - noviembre 2020
Título original: The Parent Test
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-1348-881-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
ROXY estaba muy tensa cuando el avión aterrizó en Sidney después de un largo vuelo desde Los Ángeles. Sus emociones oscilaban entre la alegría por ver a su sobrinita por segunda vez en su vida y el temor ante la perspectiva de encontrarse cara a cara con Cam Raeburn de nuevo, el hombre contra el que estaba dispuesta a luchar por la custodia de su sobrina.
Nadie fue a esperarla al aeropuerto, pero no la sorprendió. Nadie excepto su padre sabía que volvía a Australia aquel día y él estaba viviendo en el oeste, con su madrastra, Blanche. Blanche había querido vivir cerca de su propia hija y de su familia, y lo más lejos posible de la familia de su marido.
Y como la hermana de Roxy, Serena, y su cuñado Hamish habían desparecido trágicamente, Blanche estaba intentando por todos los medios cortar los lazos con la hijastra que le quedaba y con la hijita que Hamish y Serena habían dejado.
–Pues claro que la niña no está con nosotros –había gritado Blanche cuando Roxy la había llamado desde el norte de México después de enterarse de la trágica noticia del accidente de barco–. ¿Cómo podría cuidar a un bebé con mi artritis? Y tu padre está enfermo del corazón. No te preocupes, la niña está en buenas manos. El hermano de Hamish, Cam Raeburn, está cuidando de ella.
De todos modos, Roxy no hubiera querido que Blanche cuidara de la niña, aunque fuera temporalmente. Incluso prefería a Cam Raeburn antes que a Blanche. Como tío y padrino de la niña, Cam al menos tendría en cuenta los intereses de su sobrina.
Roxy se desplomó en el asiento del taxi que la llevaba a su apartamento de Sydney. Aún así tendría que hacer ver a Cam que, a partir de entonces, ella era quien mejor podía cuidar de su sobrina. Era la hermana de Serena, la tía de la niña, mientras que él era un soltero, divorciado y mujeriego, que seguramente no quería cargar con un bebé indefinidamente.
Con un poco de suerte ya se le habría pasado la novedad de cuidar de su sobrina de siete meses.
Lo deseaba fervientemente. Sería más fácil y menos traumático para la niña si se la cedía. Cuando tuviera a Emma con ella en Sydney pediría formalmente la custodia.
No tardó mucho en llegar a su apartamento del área residencial de Coogee, al que pronto llevaría a Emma. Al meter las maletas en su dormitorio vio su imagen en el espejo.
Estaba hecha un espantajo. No podía permitir que Cam la viera así.
La camiseta de algodón parecía un trapo. Los pantalones desteñidos tenían manchas del café que había derramado en el avión. Su cabello corto, normalmente aclarado por el sol, parecía falto de brillo y más revuelto de lo normal.
Siempre llevaba el cabello corto con un estilo natural y despeinado que iba bien con su cara pequeña y su complexión menuda, y que era fácil de arreglar. Pero su nuevo corte de pelo tenía mechones que sobresalían por todas partes. La auxiliar de enfermera que se lo había cortado en el hospital de Los Ángeles lo había llamado estilo garçon desaliñado, supuestamente la última moda en los salones de Los Ángeles.
Cuando se miró la cara ojerosa Roxy suspiró. Habitualmente lucía un tono bronceado y saludable, pero después de tres semanas en el hospital estaba delgada y pálida y aquel vuelo tan largo había dejado sus ojos azules sin brillo.
Se tocó el labio inferior. Al menos se le había curado la cicatriz de la boca… gracias a aquel virus que la había hecho quedarse otras dos semanas más en el hospital. De hecho, aquel tiempo de más había sido una bendición por otras razones también. Le había dado tiempo