Gabe le colocó el esparadrapo tras secarle el dedo.
–Ya no estoy casado, Jane –le explicó, escrutando su rostro con la mirada.
Así que pensaba que había sido la idea de cenar con un hombre casado la culpable de aquel accidente. Quizá fuera preferible que continuara creyendo que había sido esa la razón de su despiste.
–Me alegro de oírlo. Porque, si lo estuvieras –añadió al ver el brillo triunfal de sus ojos–, Evie, la vecina de abajo, se iba a llevar un disgusto. Tendría que olvidar todas sus ilusiones románticas de un plumazo.
–Ya entiendo –suspiró y asintió bruscamente antes de volver a prestar atención a la salsa–. Mi mujer murió –dijo precipitadamente, sin mirarla.
Así que el recuerdo de Jennifer continuaba resultándole doloroso, pensó Jane. Ella, mejor que nadie, debería haber sabido que no era necesario que una persona fuera especialmente amable y bondadosa para que alguien se enamorara de ella.
Y Jennifer Vaughan no había sido ninguna de las dos cosas. Era una belleza extremadamente peligrosa, que sentía la necesidad imperiosa de seducir a cuanto hombre se cruzara con ella sin comprometerse nunca lo más mínimo. Solo un hombre había podido retenerla durante algún tiempo a su lado: Gabriel Vaughan. Y por lo que acababa de contar de Jennifer y lo poco que de ella sabía por propia experiencia, su relación había sido bastante agridulce. Y probablemente más amarga que dulce. A pesar de todo, Gabe parecía continuar enamorado de su esposa.
–Jennifer era una bruja –exclamó de pronto Gabe, volviéndose hacia ella con una intensa mirada–. Hermosa, inmoral… Su único placer en la vida parecía consistir en destrozar lo que otros construían –dijo con amargura.
Jane tragó saliva. No quería seguir escuchándolo.
–Gabe…
–No te preocupes, Jane. La única razón por la que te estoy contando todo esto es porque quiero que sepas que no estoy a punto de empezar a contarte lo maravilloso que fue mi matrimonio.
–Pero tú la querrías…
–Claro que la quise –le espetó–. Me casé con ella. Quizá fue ese el error. No lo sé –sacudió la cabeza con impaciencia–. A Jennifer solo le gustaban los desafíos. Lo último que quería era una amor cautivo.
–Gabe, realmente yo…
–¿No quieres oírlo? Pues es una pena, porque pretendo contártelo, quieras oírlo o no –contestó, agarrándola del brazo con firmeza.
–¿Pero por qué? –preguntó Jane con la voz atragantada. Lo miraba con gesto suplicante–. Yo no te he pedido nada, no quiero saber nada de ti. No quiero que nadie…
–No quieres que nadie interrumpa la paz que has alcanzado en tu torre de marfil –dijo sombrío–. Lo comprendo, Jane. Supongo que es muy cómodo para ti, pero no deja de ser una torre de marfil y yo quiero que te des cuenta de que quiero derrumbar esas paredes y…
–¿Y eres tú el que acabas de describir a tu esposa como un ser destructivo? –lo interrumpió Jane. Tenía todos los miembros en tensión y permanecía tan lejos de él como la mano con la que la tenía sujeta se lo permitía.
–Mi esposa pertenece al pasado, Jane. Eso no me convierte en una persona parecida a Jennifer. Yo no destruyo por el poder de la destrucción. Yo quiero construir…
–¿Para no aburrirte durante el par de meses que vas a pasar en Inglaterra? –replicó disgustada–. No, gracias, Gabe. ¿Por qué no lo intentas con Celia Barnaby? Estoy segura de que estaría encantada de…
Sus palabras fueron bruscamente interrumpidas cuando los labios de Gabe alcanzaron su boca, robándole el aliento. Aprovechándose de la ventaja que le proporcionaba la sorpresa, Gabe se regodeó en el beso, disfrutando cuanto quiso del néctar de sus labios. Pero en cuanto comenzó a ser consciente de su falta de respuesta, amainó la violencia de su beso. Le enmarcó el rostro con las manos y movió lentamente sus labios contra su boca… ¡Hasta que Jane comenzó a responder!
Algo muy dentro de ella había comenzado a liberarse bajo las caricias de los labios de Gabe. Era el anhelo de algo que se había negado a sí misma durante años, una cálida emoción que hacía una eternidad no se permitía sentir.
Pero Gabe no la amaba. Y, desde luego, ella tampoco lo amaba a él. Y cualquier cosa que pudieran empezar a construir entre ambos se haría añicos en el momento en que Gabe descubriera quién era realmente ella.
Gabe alzó la cabeza lentamente y buscó sus ojos. De los suyos había desaparecido el enfado para dar paso a un sentimiento completamente diferente.
–No tengo ningún interés en Celia, Jane –le dijo con voz ronca–. La única razón por la que fui a cenar la otra noche a su casa era porque sabía que ibas a estar allí.
Era lo que la propia Jane se había imaginado. Pero aun así le costaba creer que fuera cierto.
–Te deseo, Jane…
Jane se separó bruscamente de él.
–Pero no puedes tenerme. Porque yo no te deseo –añadió al ver que abría la boca para protestar–. Comprendo que debe de ser difícil para un hombre tan solicitado que una mujer no lo desee, pero…
–Basta ya de insultos, Jane. Te he entendido perfectamente. Lo que me gustaría es comprender el efecto que tienes sobre mí –añadió, sacudiendo la cabeza al mismo tiempo que la recorría con la mirada–. Te deseo desde el primer momento que te vi. Y no solo eso. Me he descubierto a mí mismo pensando, e incluso hablando como hace unos minutos, en mis esposa, a la que he estado intentando quitarme de la cabeza durante los últimos tres años. ¿A qué crees que se debe, Jane? –volvía a brillar el enfado en sus ojos, pero era imposible discernir si iba dirigido contra Jane o contra sí mismo.
Jane sabía exactamente por qué ella no había dejado de pensar en el pasado y en Paul durante la última semana. La aparición de Gabriel Vaughan había despertado recuerdos que creía ya prácticamente muertos. Y Gabe, aunque fuera inconscientemente, parecía haberla reconocido.
¿Cuánto tiempo tardaría en llegar a ser consciente de aquellos recuerdos que estaban trabajando a escondidas en su mente?
–No tengo el menor interés en saber por qué, Gabe. La única respuesta que puedo darte es que no tengo ningún interés en ti –lo miró desafiante, sintiendo los violentos latidos de su corazón en el pecho.
–Sabes condenadamente bien que eso no es cierto –replicó él–. Pero quien quiera que fuera él, Jane, no se merece que vivas escondida en…
–¿En mi torre de marfil? –terminó Jane por él. Estaba enfadada consigo misma y con Gabe. La enfurecía el rubor que había cubierto sus mejillas cuando Gabe había desmentido su negativa. Y estaba enfadada porque Gabe estaba derrumbando las barreras que había levantado en torno a sus sentimientos–. ¿Y Jennifer merecía la pena? –le preguntó con toda intención.
–Muy ingeniosa, Jane, pero no te va a servir de nada. Jennifer, y todo lo que hizo mientras estaba viva, ha perdido toda la capacidad de hacerme daño.
–¿Y el dolor causado por su muerte? –preguntó con crueldad. Pero en cuanto vio la mirada escrutadora de Gabe deseó no haberlo hecho. Los nervios le estaban haciendo bajar la guardia.
–Jennifer murió en un accidente de coche, Jane –le explicó Gabe suavemente–. Y no hay nada más definitivo que la muerte. A partir de ella, la gente deja de hacerte daño.
–¿Estás seguro? –preguntó ella con voz ronca.
–Si Jennifer no hubiera muerto cuando lo hizo, habría terminado estrangulándola yo mismo.
No era cierto. Jane sabía que no era cierto. Porque tres años atrás, Gabe parecía haberse vuelto loco tras la muerte de su