Legalidad e Imaginación. Daniel Alejandro Muñoz Valencia. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Daniel Alejandro Muñoz Valencia
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Социология
Год издания: 0
isbn: 9789587904987
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de sí mismo: le interesa redescribirse constantemente. El reconocimiento de la propia contingencia, en tal sentido, es necesario para la autonomía. A partir de nuestras circunstancias limitadas, finitas, forjamos nuestra autoimagen privada.

      Rorty pugna por una postura que apunta a describirnos como criaturas signadas por la historia, no por algo que la rebasa, que está por encima de ella. Invita a enfrentar, en pos de mejores entendimientos de nosotros mismos, las contingentes circunstancias históricas en que vivimos. Con todo, esa renuncia a lo absoluto, a lo incondicionado, no comporta la desaparición del sentido de la solidaridad humana. Para el ironista, la solidaridad es “cuestión de identificación imaginativa con los detalles de las vidas de otros” (RORTY, 2001, p. 208), no de identificación de algo que está más allá de la historia, que nos explica y nos determina. Se puede, en suma, aborrecer la crueldad siendo un ironista. No hay que apelar a una esencia humana para preocuparse por la desesperanza de los que viven en vilo constante, en una infelicidad que parece insuperable.

      El progreso moral, para Rorty, se cifra en el hecho de que aumente la solidaridad humana. Es posible llevar a la práctica esa solidaridad cuando aceptamos que las notorias diferencias que hay entre nosotros, como las que se hacen explícitas en el color de la piel y en las costumbres que observamos, son irrelevantes al advertir que nos es común el dolor y la humillación. No hay diferencia relevante, en tal sentido, entre el dolor que padece un blanco cuando es torturado, si lo comparamos con el que sentiría un negro en iguales circunstancias. Tampoco hay un abismo entre lo que padece un enfermo de cáncer que, claramente, observa las costumbres occidentales, y lo que padecería, por la misma enfermedad, un partidario de la forma de vida oriental. En este sentido, las descripciones del dolor y de la humillación, como las de las novelas y las de otras formas de la literatura, a juicio de Rorty, son más relevantes para el progreso moral que el discurso de los filósofos profesionales.

      El punto crucial, en últimas, es el siguiente: las responsabilidades que tenemos con los demás constituyen la faceta pública de nuestra vida, y esa faceta, para Rorty, no tiene una primacía necesaria sobre el aspecto privado, el de la creación de nosotros mismos. La solidaridad, pues, no derrota fatalmente nuestro propósito de practicar la autonomía. La autonomía y la solidaridad, a la sazón, no son incompatibles. Simplemente hay que reservar la aspiración a lo sublime para el ámbito privado, y actuar en pos de lo bello en la vida pública.

      Los miembros del apartheid del que hablé en la introducción, según lo que vengo diciendo, dejarán de ser ellos, y pasarán a formar parte de nosotros, cuando seamos sensibles a su dolor y a su humillación, no aceptando que hay una esencia humana que nos iguala. Desde la perspectiva liberal de Rorty, “la crueldad es lo peor que podemos hacer”, y las instituciones liberales, por tanto, han de ser evaluadas en términos de su capacidad para hacer frente a la crueldad.

       Sueño lúcido, fantasía encarnada, la ficción nos completa, a nosotros, seres mutilados a quienes ha sido impuesta la atroz dicotomía de tener una sola vida y los deseos y fantasías de desear mil.

      (VARGAS LLOSA, 1990, p. 11)

      A lo mejor yerro, pero me late que algunas personas, al no encontrar otras formas de conjurar la insatisfacción, hallaron en la escritura un modo de hacerle frente, que no de deshacerse de ella. El ejercicio literario, en tal sentido, es un signo de rebeldía contra las efectivas circunstancias. Da cuenta de la insatisfacción de quien lo lleva a cabo frente a la vida misma, tal como la vive. Kafka, por ejemplo, llegó a decir que él consistía en literatura, y eso ya es bien diciente.

      El trato con la literatura es una forma de insubordinación. No es gratuito que Martha Nussbaum haya advertido en ella algo subversivo. Sus palabras son muy certeras:

      Sostendré a lo largo de este ensayo que […] la literatura y la imaginación literaria son subversivas. El pensamiento literario es, en modos que aún han de especificarse, el enemigo de cierta clase de pensamiento económico. Hasta ahora solíamos considerar la literatura como algo opcional: como algo genial, valioso, entretenido, pero que existe al margen del pensamiento político, económico y legal, en algún otro departamento de la universidad, más bien de orden secundario. […] la novela es una forma moralmente controvertida, que expresa en su misma forma y estilo, en sus modos de interacción con el lector, un sentido normativo de la vida. Insta a los lectores a advertir esto y no aquello; a ser activos de ciertas maneras y no de otras; les guía, en definitiva, hacia ciertas posturas de la mente y el corazón y no a otras (1995, p. 49).

      Los hombres siempre estarán sujetos a poderes que, en virtud de los avances técnicos, se revelan cada vez más deplorables. La inevitable degradación a que nos vemos sometidos por esos poderes puede ser combatida de formas muy diversas. La más estéril y envilecedora, a mi juicio, es la rebelión de tintes absolutistas que, inevitablemente, produce daños irreparables a quien la encarna, cuando no supone su propia eliminación. La más inteligente, me parece, es de una sencillez pasmosa, creo que mortífera, y no es otra que la fabulación capaz de ponernos en frente nuestra propia ignominia, de mostrarnos lo abominables que somos. Me late que es más efectiva, menos catastrófica. Como forma de lucha contra quienes deberían ser nuestros sirvientes, pero se creen nuestros amos, diría que incluso es rentable. Vargas Llosa, en tal sentido, observa con agudeza:

      Por sí sola, [la ficción] es una acusación terrible contra la existencia bajo cualquier régimen o ideología: un testimonio llameante de sus insuficiencias, de su ineptitud para colmarnos. Y, por lo tanto, un corrosivo permanente de todos los poderes, que quisieran tener a los hombres satisfechos y conformes. Las mentiras de la literatura, si germinan en libertad, nos prueban que eso nunca fue cierto. Y ellas son una conspiración permanente para que no lo sea en el futuro (1990, p. 20).

      Antes insinué que en un mundo de personas plenas, con todo al alcance de la mano y sin desventajas de ningún tipo, difícilmente tendría algún sentido la actividad fabuladora. Se precisan individuos inconformes, descontentos, para que florezca esa forma sutil de denuncia que es la ficción. Si lo que he venido diciendo sobre la literatura de imaginación tiene algún fundamento, no será difícil conceder, ahora, que las descripciones de la literatura, en no pocas ocasiones, son la mejor censura. Una censura que, por la vía de la lectura, activa su poder corrosivo, y que en el humor encuentra un aliado imponderable. Porque cualquier insubordinación tiene siempre un dejo cómico, que en todo caso no supera el de quien quiere someter.

      Las ficciones literarias, fruto de la actividad fabuladora del hombre, gozan de una potente fuerza descriptiva, que no meramente replicadora, en el sentido de que muestran lo más íntimo de nosotros: lo que queremos alcanzar y lo que no podemos recuperar. Vargas Llosa y Kundera, como claros exponentes del ejercicio literario, han señalado con tino y acierto, en ese orden de ideas, las cartas que se juegan en las novelas. La literatura, por lo demás, no deja de excitar la imaginación para la vida pública, para buscar mejores formas de convivencia: sobre esto, Rorty y Nussbaum han hecho observaciones que, aun siendo discutibles, no se pueden soslayar. Una forma de rebelión, en últimas, es lo que podemos estar examinando.

      Una forma de rebelión en la que, no obstante, lo decisivo es el esplendor estético. Harold Bloom, el célebre crítico norteamericano, se lamenta constantemente en sus escritos del prestigio que han adquirido ciertos patrones de identificación de la literatura. Puntualmente, se queja de aquellos que eclipsan la primacía estética para poner en primer lugar la ideología. De esta suerte, sólo admite tres criterios de grandeza en la literatura de imaginación: el esplendor estético, el poder cognitivo y la sabiduría (BLOOM, 2009, p. 12). La obra que no esté a la altura de esas exigencias no puede aspirar a la permanencia. En efecto, para él un texto no es literario por las reivindicaciones ideológicas que haga, que bien puede contenerlas, sino por su sentido artístico. La aparición de nuevas obras literarias, en tal sentido, va a estar determinada por la literatura misma, y no por las ideologías de turno o por las reivindicaciones del momento. Dice Bloom: “Poemas, novelas, relatos, obras de teatro, nacen