Dado que ya se han mencionado cabe señalar la buena salud que goza el estudio sobre la Escuela de Frankfurt, especialmente Adorno y Benjamin, aunque de este último no pueda decirse que perteneciera a dicha Escuela, a pesar de los estrechos vínculos de amistad y de pensamiento especialmente con Adorno y Horkheimer y de que colaborara con la revista del Instituto de Investigación Social. Es verdad que ambos autores se encuentran también en la nómina de los Estudios Judíos, pero sin duda también por su pensamiento marxista.
Creo que cabe añadir un ítem nuevo y quizás propio del siglo XX, a saber, la filosofía de inspiración judía. Algunos autores casi cabría calificarlos como pensadores judíos, o incluso teólogos judíos como Martin Buber, Franz Rosenzweig y Emil L. Fackenheim, pero que también hacen incursiones en el campo estrictamente filosófico y además inspiran a otros pensadores judíos, estrictamente filósofos, como es el caso de Hermann Cohen, Walter Benjamin, todos los componentes de la Escuela de Frankfurt, desde Adorno y Horkheimer hasta Habermas, con sus diferentes colaboradores, Jacob Taubes. Se ha dicho que la religión que en siglo XX más ha influido en la filosofía ha sido el judaísmo. Ello es patente en autores como Emmanuel Lévinas. Este pensamiento judío filosófico se extiende a todas las ramas de la filosofía, pero especialmente al que se refiere a la historia y la memoria, la culpa y el perdón, crítica social y de la cultura, la ética radicada en el otro y abocada a él.
Finalmente quisiera reseñar la fenomenología, una corriente propia del siglo XX, que nace con él y se ha desplegado a lo largo de todo el siglo con una admirable creatividad. Quizás por su misma estructura, de ser más bien un método que un contenido, ha tenido muy fácil el diálogo con otras corrientes: tanto con la filosofía analítica como con el marxismo, e incluso con la escolástica, cuya presencia, si alguna queda en el siglo XX, va unida a la fenomenología. Su enorme creatividad ya se hace manifiesta en sus mismos orígenes, dando lugar a posiciones como la de Max Scheler y la de Alfred Schütz, que introdujo la fenomenología en las ciencias sociales; una primera ruptura —o quizás se la pueda considerar una radicalización y aplicación a la metafísica— fue el giro que le dio Martin Heidegger. Otro giro, ya iniciado por el mismo Heidegger y formulado por Hans-Georg Gadamer, es el hermenéutico; dentro de este giro cabe situar la obra de Paul Ricoeur. En Francia se ha hablado de otro giro, “le tournant théologique” de la fenomenología,8 en referencia a autores como Emmanuel Lévinas, Paul Ricoeur, Michel Henry, Jean-Luc Marion, Jean-Louis Chrétien, Jean-Yves Lacoste; tal afirmación provocó naturalmente un debate en los años noventa del siglo pasado, en el que se afirmó que sería más exacto hablar de giro levinasiano.
2. Las tendencias en el mercado de trabajo, que a su vez inciden en los planes de estudio y la formación de los estudiantes, no favorecen en absoluto a la filosofía (como tampoco al ámbito de las letras o humanidades en general). Más bien parece que va quedando relegada a formar parte de la cultura, del suplemento cultural de los periódicos, pero no del estudio riguroso, del mismo modo que en la propia cultura de una persona formada incluye el conocimiento de algunas grandes obras literarias. A ello se dedican los suplementos culturales de los periódicos para uso de los ciudadanos informados. El pensamiento está siempre más dominado por la ciencia pura y dura, de modo que ésta no solo se presenta como el oráculo de la verdad sobre la realidad, sino que implica un modo de pensar por lo menos tendencialmente positivista. Por otra parte, la ciencia misma va ampliando su campo de investigación llegando a construirse su propia epistemología y su ética, de modo que no consiste solo en un ámbito del saber, sino una perspectiva del saber más o menos omniabarcante.
Esta ampliación de su campo de acción fácilmente puede convertirse en un ejercicio puro y duro de la ideología, que siempre va a justificar lo existente, puesto que no ejerce crítica sobre sus propios presupuestos y prejuicios y por su influencia tanto en la política como en la economía. En este sentido siempre me ha hecho pensar el estudio de Habermas Ciencia y técnica como 'ideología', tanto por lo que dice como lo que insinúa. Lo que justifica lo establecido no es la religión, sino la ciencia y sus rendimientos técnicos y económicos, que provocan el asentimiento del pueblo.
A ello hay que añadir que la filosofía, además de superflua en el ámbito del conocimiento, se muestra inútil para formar la fuerza de trabajo que requiere la sociedad actual y sobre todo la del futuro. A las universidades se les pide siempre más que se dediquen a formar fuerza de trabajo, futuros técnicos y especialistas en habilidades demandadas por el mercado de trabajo, que aporten algo al avance de la técnica o en general que contribuyan “a mejorar y a aliviar la condición humana”, como dijo Fr. Bacon. Lo demás pertenece al ámbito de las actividades culturales de la universidad, como pueden ser los cursos para mayores que una vez jubilados quieren ampliar su cultura.
Frente a estas tendencias adversas a la filosofía hay que mencionar una cierta demanda de la filosofía incluso en el campo de la técnica y la empresa, considerando al filósofo como una persona capaz de pensar, formular fines y medios, organizar las diferentes finalidades y tiempos. Como también un ejercicio de cordura y sabiduría tanto en el plano empresarial o institucional como en el personal, de modo que se han abierto despachos de consulta filosófica.
A pesar de lo dicho, la dificultad de encaje, que experimenta la filosofía dentro de los desarrollos de las universidades y del mercado laboral, es una prueba más de su necesidad. Más que nunca se hace necesario pensar la evolución social, lo que es, en vez de vernos arrastrados por la corriente. No resulta fácil circunscribir unos temas de especial importancia. No obstante intento nombrar algunos:
a. Toda la problemática derivada de la investigación biológica y neurológica, así como la tecnología aplicada a estos campos, que parece va a transformar al hombre, haciendo de él una nueva especie (tal como se dice). En todo este campo me parece de primera importancia no olvidar la consideración ética, de lo contrario nos veremos abocados a hacer del hombre mismo una mercancía, ciertamente muy cara, al alcance de los ricos. Ahí tienen que trabajar juntas la antropología filosófica y la ética.
b. Las relaciones sociales entre individuos, grupos y naciones. Se trata de que el creciente individualismo no haga desaparecer el sentido de comunidad y su tejido o red de relaciones. Ello requiere la afirmación tanto de la autonomía del individuo como de la cohesión social y la solidaridad. Para ello es necesario empezar por lo más básico: una mejor distribución de la riqueza, y a partir de ahí repensar y reactivar la justicia, dinamizar la solidaridad y establecer instancias de diálogo en todos los niveles, hasta en el intercultural.
c. Repensar el papel de la religión como dadora de sentido, que es a la vez orientación y motivación. Se ha dicho que en ella se cumple la segunda ley de la termodinámica, según la cual la energía no desaparece, sino que se transforma, algo semejante ocurre con la religión; por tanto, mejor reconocerla que tenerla como algo reprimido en un Estado laico excluyente, incapaz de dar ni orientación ni motivación. Nuestras sociedades al no saber dar cauce a esta clase de inquietudes pueden convertirse en un eventual factor que más bien favorece el fanatismo y el fundamentalismo. Si antes aludí al diálogo intercultural, aquí surge la necesidad del inter-religioso.
d. El arte y la estética como el ámbito en el que uno se abre al campo del sentido. En arte lo relevante no es tanto el material como la forma y a lo que apunta, lo que dice; la obra de arte habla, ciertamente a través de los significantes que usa, pero sobre todo por su discurso, su mensaje.
En definitiva