El principal factor explicativo de la importancia que toma la articulación entre lo nacional y lo social es, evidentemente, la irrupción de las masas: en el sistema de producción, con la Revolución Industrial, y luego en el debate político, al generalizarse el sufragio universal. Se produce en Francia, al mismo tiempo que se consolida la Tercera República en la década de 1880, un recambio de ideas que desemboca en la constitución de una nueva derecha, que Zeev Sternhell llama «derecha revolucionaria», en la que ve la prefiguración del fascismo. Primera doctrina ideológica a migrar desde la izquierda hacia la derecha: el nacionalismo. Hasta aquí, era el campo republicano el que llevaba el apego a la nación. El soldado Bara, las batallas de Valmy y Jemappes, el pueblo en armas, y más adelante Louis Rossel, oficial enrolado en la Comuna de París, son símbolos de la izquierda patriota, apegada a la idea de que la ciudadanía y la igualdad se desarrollan plena y naturalmente en el marco de la nación soberana. La personificación de ese nacionalismo de los socialistas es Louis Auguste Blanqui (1805-1881), quien reparte su vida entre la prisión y las conspiraciones. El blanquismo es más una actitud que una doctrina, y este estilo ha influido tanto en el fascismo italiano como en los movimientos radicales de extrema derecha y ultraizquierda. Exalta la insurrección, la barricada (Blanqui escribe en 1868: «El deber de un revolucionario es luchar siempre, luchar a pesar de todo, luchar hasta extinguirse»). El movimiento denuncia el capitalismo judío y participa de la Comuna calificando al régimen burgués de «prusiano de dentro», listo para abandonar Alsacia y Lorena. (15) Los blanquistas luego se unen al general Boulanger, figura nacionalista apodada el General Revancha. Esto se produce cuando la izquierda también hace un intenso trabajo ideológico.
Se da una ruptura entre izquierda y nacionalismo con Marx y Engels, para quienes «los obreros no tienen patria». (16) El caso Dreyfus y la masacre de Fourmies (donde el 1º de mayo de 1891 el ejército francés dispara contra los manifestantes) exacerbaron el antimilitarismo en la izquierda. La Confederación General del Trabajo organiza el 16 de diciembre de 1912 una huelga general contra la guerra y el 25 de febrero de 1913, una manifestación contra el proyecto de servicio militar de tres años. A fines del siglo XIX, se desarrolla, sobre todo entre los anarquistas y los sindicalistas, una tendencia antipatriótica. Su cabeza de puente es Gustave Hervé (1871-1944), quien llama a poner la «bandera en el estiércol». El antipatriotismo es inseparable del antimilitarismo y Hervé escribe en 1906: «Nosotros solo admitimos una única guerra, la guerra civil, la guerra social». Del mismo modo, llama a abstenerse para que el pueblo no se comprometa con la comedia parlamentaria. El agitador antipatriótico se incorpora a Union Sacrée [Unión Sagrada] en 1914, cuando su socialismo comienza a referenciarse en Blanqui y Proudhon. Durante la década de 1920, es pacifista, luego se une a las filas fascistas en 1932. Convencido de que hay que recrear Unión Sagrada, en 1936 publica un libro de título famoso, C’est Pétain qu’il nous faut [Pétain es lo que necesitamos] (un título que remite a la antigua canción popular «C’est Boulanger qu’il nous faut»). No obstante, en 1941 Hervé se niega a seguir más intensamente a Vichy y detiene por completo su militancia. (17) Esta breve biografía no solo echa luz sobre trayectos que hoy nos parecen sinuosos; también habla de la coherencia de una época pasada comprendida entre el post-1870 y el post-1918. Es ese el momento bisagra.
La derecha, marcada por el imperativo de la venganza contra Alemania, construye a partir de 1870 una mística nacionalista muy diferente a la de la izquierda. Se la puede ver muy activa durante el caso Dreyfus, a través del «falso patriotismo» y el texto con el que el escritor Paul Léautaud acompaña su suscripción al Monumento Henry: «Por el orden, contra la Justicia y la Verdad». El antisemitismo se difunde en la derecha: apoyado en la izquierda en Proudhon y Rochefort, se convierte en el credo de estos nacionalistas que, en los entornos de Édouard Drumont y Maurice Barrès, de la Ligue des Patriotes [Liga de los Patriotas] y de la Ligue de la Patrie Française [Liga de la Patria Francesa], y más adelante de Charles Maurras y la Ligue d’Action Française [Liga de Acción Francesa], hacen del judío el principal enemigo, la encarnación de lo anti-Francia, la causa eficiente de todos los males de la sociedad.
Las ligas aparecieron en la década de 1860, en una fase más liberal del Segundo Imperio. Se trata de organizaciones políticas que priorizan la acción sobre la elección (incluso hay ligas electorales a partir de la década de 1880): se concentran en un objeto y no en un programa político. Para ello, apuntan a la «agrupación» alrededor de una idea-fuerza, donde «agrupación» es la palabra fundamental de su vocabulario, a fin de superar las nociones de clase. Las ligas representan los primeros instrumentos de la entrada de las masas en el juego político. (18) La Liga de los Patriotas, conducida por Paul Déroulède, hace culto tanto de la Revolución francesa como de la nación. Su lema, a menudo imitado, es: «Republicano, bonapartista, legitimista, orleanista apenas son nuestros nombres de pila. Patriota es nuestro apellido». Sin embargo, en su desarrollo pasa de la idea de liberar Alsacia y Lorena a la de liberar el país: la regeneración nacional prima por sobre la venganza. Aunque Déroulède critica las instituciones parlamentarias, permanece en el campo republicano, junto con blanquistas y expartidarios de la Comuna. Déroulède habla de «República plebiscitaria», que implica la elección del presidente de la República por sufragio universal y la consulta regular a la voluntad popular mediante «plebiscito legislativo», otro nombre dado al referéndum. Junto con Déroulède, avanza una extrema derecha republicana y social (la fórmula que durante mucho tiempo utilizó Jean-Marie Le Pen —«derecha nacional, social y popular»— es perfectamente acorde con este espíritu). (19) Déroulède ofrece su poder de golpe al general Boulanger, a quien nada parece detener en 1887-1889. La crítica al parlamentarismo, las odas al pueblo y a la nación permiten que el boulangismo reúna desde realistas hasta antiguos de la Comuna. La negativa de Boulanger a dar un golpe de Estado sella la suerte del movimiento, liquidado por la represión judicial primero y por el suicidio de la figura del salvador en la tumba de su amante, después. El boulangismo muestra en su conjunto la cristalización de una corriente de extrema derecha, el nacional-populismo, y hasta qué punto no tiene sentido definir el extremismo mediante el criterio de la violencia. Sería confundir el fascismo y las extremas derechas. Sería deducir de los regímenes de extrema derecha lo que deberían ser los movimientos de extrema derecha.
El nacional-populismo siguió siendo la corriente de referencia de la extrema derecha francesa, en particular gracias a los resultados electorales del Frente Nacional, que se funda en 1972, pero no logra triunfar en las urnas hasta una década después. Por cierto, el politólogo Pierre-André Taguieff importa la expresión a Francia precisamente cuando intenta comprender sus primeros logros electorales. (20) El nacional-populismo concibe el desarrollo político como una decadencia de la que solo el pueblo, que es sano, puede sanar a la nación. Al privilegiar la relación directa entre el salvador y el pueblo, más allá de las divisiones e instituciones parásitas acusadas de amenazar de muerte a la nación, el nacional-populismo reclama para sí la defensa de la gente de abajo, del «francés medio» de «sentido común», frente a la traición de elites fatalmente corrompidas. Es el apologista de un nacionalismo cerrado, busca una unidad nacional mítica y es alterófobo (teme al «otro», asignado a una identidad esencializada mediante un juego de permutaciones entre lo étnico y lo cultural, generalmente lo cultual). Une valores sociales de