Después del breve semilogro de Fuerza Nueva, (79) la extrema derecha española está marcada por un fraccionismo compulsivo y una incapacidad para renovarse de otro modo que no sea por imitación de las experiencias europeas, principalmente francesa e italiana. Ahora bien, los resultados del escrutinio en España no tienen nada que ver con los de Francia: las cinco listas de extrema derecha se repartieron el 0,38% de los votos. En Barcelona, los resultados son insignificantes: 0,05 para la Falange Española Auténtica de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista, 0,03% para el MSR y el islamófobo Democracia Nacional, etc. Mientras la pluralidad de las candidaturas permitiría al menos detectar cuál es la línea más prometedora, todas las formas de la extrema derecha se encuentran en un callejón sin salida. Dado el interés del escrutinio porcentual, la oferta política de extrema derecha también fue múltiple en Perpiñán. Si bien las pequeñas formaciones de extrema derecha suman un resultado equivalente al del caso barcelonés, la lista frentista llega primera con el 35,89% de los votos.
Esto muestra que «la crisis de 2008» no es la causa de un «avance de los extremos en Europa». En efecto, así como la violencia de la crisis no deja ningún lugar a dudas en España, incluida Cataluña, donde el número de desocupados no indemnizados se triplicó desde 2010, Rosellón es justamente uno de los territorios franceses más frágiles. El 32% de la población perpiñesa vive bajo la línea de pobreza. Así pues, la explicación económica de los resultados no es suficiente. El desempeño electoral de la extrema derecha depende del encuentro entre una oferta política coherente y una demanda social autoritaria, nacida del sentimiento de deconstrucción de una comunidad de destino. Frente a la aceleración de la decadencia del Estado de Bienestar provocada por el euroliberalismo, una nueva parte de las poblaciones europeas está políticamente disponible.
No se trata, sin embargo, de un retorno a la década de 1930 ni de una reacción a un fenómeno económico que se habría iniciado en 2008. A ambos lados del Atlántico, se produce desde hace cuarenta años lo que en el contexto francés podemos llamar la «derechización». Se trata de un desmantelamiento del Estado social y del humanismo igualitario, vinculado con una etnización de las cuestiones y representaciones sociales, en favor de un crecimiento del Estado penal. Este proceso trae aparejada una demanda social autoritaria que es una reacción a la transformación y a la atomización de los modos de vida y de representaciones en un universo económico globalizado, financierizado, cuyo centro ya no es Occidente. Por eso, los indicadores socioeconómicos por sí solos ya no son suficientes. Si bien es cierto que un país como Francia atraviesa algunas dificultades, también lo es que su cultura se construyó durante cinco siglos sobre la base de valores unitarios. La crisis en ella, entonces, es política y cultural, y el soberanismo integral responde a sus fallas. Puesto que la derechización es un proceso en desarrollo, ofrece a las extremas derechas la posibilidad de adaptar su oferta a ella en cada sociedad nacional.
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